TREINTA Y CINCO

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Día 22 de 30

Ella, en mi cama y entre mis brazos, acariciaba con ternura mis cabellos, mientras que yo, apoyado sobre uno de mis codos, la miraba expectante, queriendo no perderme ningún detalle de su rostro.

—¿Estás segura? —pregunté temblando. De miedo y  de los nervios.

No quería lastimar a aquella delicada flor. Menos con lo salvaje que podía llegar a ser.

—Completamente. —respondió confiada, otorgándome una sonrisa nerviosa.

Su característica mirada perdida, parecía tener aún mucho más brillo del que normalmente poseía, me atraía a pecar. 

Pasaron algunos segundos en los que mi cuerpo y el suyo no realizaron, temblaban al saber lo que pasaría.

Me desprendí de todo en aquel corto lapso de tiempo. Olvidé mis temores, mi desconfianza y el que ella jamás había tenido relaciones. Si quería que yo fuese el primero, lo haría sin protestar más. Pues sabía que no podría rehusarme a una propuesta así.

La señorita Choi podría hacerme reír de ternura y a la vez ponerme duro. No cualquiera había llegado a ese nivel.

Me abalancé como un tigre hambriento sobre sus carnosos labios, quienes siguieron mi ritmo, causándome sorpresa. Sus dedos se enrollaban en mi cabello, empujándome hacia ella para profundizar el rico beso. Nuestras lenguas jugaron, rozándose sin pudor y con vicio.

Podía tocarla como jamás lo había hecho, dejé a una de mis manos ser feliz, la que estaba desocupada, pues la otra cargaba con mi peso.

Las traviesas yemas de mis dedos, hicieron un camino de caricias, desde su cuello, pasando por sus clavículas hasta llegar a uno de sus redondos senos, ya ahí, apretó y masajeo este, ayudando a mi excitación.
Ella jadeó entre el beso que era yo incapaz de cortar, me encantaba.

—Jungkook... —Gimió, apartándose de mi.

Ahora se dedicó a ayudar a quitarme la sudadera que tenía por pijama. Cuando logró su objetivo, hice que sus manos recorrieran mi torso desnudo.

Una de sus piernas estaba matándome, pues rozaba la gran erección que se ocultaba debajo de mi short y ropa interior.
No aguante impulsado por las inmensas ganas de ya estar dentro de ella. Tomé su cintura y con la fuerza que poseía, hice que quedara sentada sobre mi.

Ahora era un delirio, pues nuestros sexos estaban tan cerca, que se necesitaban aún más. Ella sonrió al sentir como elevé las caderas para hacerle notar cómo estaba, hundiéndome, aún con ropa, en su cavidad, que todavía no me daba paso.
Yo imitaba lo que serían mis penetraciones. Causándome a mí mismo, dolor.

Detrás de las puertas (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora