TREINTA Y SEIS

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—¿Cariño? —toqué con suavidad su puerta.

La noche se hizo presente y yo aún no había podido hablar con ella después de lo patán que fui.

Abrí, cuando ya no me respondió del otro lado. Estaba recostada en su cama en forma fetal, cubierta por una sola manta. Las luces estaban todas apagadas y solamente la luna hacía que todo se viera más claro.

—¿Señorita Choi? —pregunté, sentándome a la orilla de su cama.

Tenia sus ojos cerrados y su cabello ordenado hacia un lado, dejándome una mejor vista a su perfil.

Con mis nudillos, hice pequeñas caricias en su mejilla, hasta que la vi abrir los ojos.

—Los besos de Jungkook son muy suaves... —dijo de pronto, haciendo mi corazón saltar -no viene al caso, pero... ¿lo sabías?

Sonreí apenado.

—No tienes porque, pero disculpa mi comportamiento de hace un rato... —mi voz salió tan dolida que hasta yo mismo me sorprendí.

—Te disculpo... —sonrió acomodando la almohada bajo su cabeza.

Lo medité un poco.

—No, no me disculpes tan fácil. —pedí.

Ella bufó.

¡Ella bufó! Que emoción sentía, le había cabreado mi actitud, se estaba abriendo a nuevas emociones.

—Pues entonces no te disculpo.

Reí.

—Pero yo quiero que lo hagas. —rogué.

—Acababa de hacerlo. —se sentó con suavidad en la cama.

—¿De corazón? —pregunté —¿aún cuando no te di ninguna explicación?

—No necesito explicaciones para tus cambios de Humor, Jungkook, no todos tenemos días buenos y asumiré que hoy no fue un buen día para ti.

La abracé, aliviado, en realidad mis palabras crueles salieron sin sentirlas y ella ya lo sabia.

—Gracias... —besé su nariz.

—Duerme conmigo, mi chiquito Jungkook... —Buscó mi rostro y al encontrarlo lo acarició.

Volví a reír. Tomé sus manos y las besé.

—¡Pero que atrevida que estas! —ella también rió.

Los próximos minutos fui hacia mi habitación, busqué una pijama, me lavé los dientes y corrí directo a su habitación.

Cuando me sintió, hizo un espacio para mi en su cama y me cubrió con la manta. Con aquel pequeño acto me sentí tan bien y querido, que solo basto abrazarme a su cintura y caer en un sueño profundo.

Día 25 de 30

Con ella era todo bueno, me sentía tocar alguno de los siete cielos cuando despertábamos juntos y llenos de alegría.

—Buenos días... —dije besando sus manos, para luego dejarlas sobre la mesa.

Vant devoraba unas ricas tostadas como desayuno.

—Buenos días... —sonrió. —¿Hoy vas a trabajar?

—Si señorita... —me senté a su lado y saqué los cereales frente a mi. —Pero llegaré más temprano, lo prometo.

Detrás de las puertas (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora