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En realidad, podría haber sido mucho peor.

Bueno, podría haber muerto. Pero, aún si hubiese salido de ese coche como lo hice (sin mi pierna), podría haber sido peor.

Mi familia podría no haber tenido el dinero suficiente para comprar una de las mejores prótesis del mercado. Podría no haberme podido costear las terapias y las rehabilitaciones. Así que tengo que agradecer que, de camino a mi primer día de universidad, con una mochila medio vacía a las espaldas y unos pantalones de campana que ocultan mi pierna, casi no se note que me falta algo. Al menos a simple vista.

Porque si alguien se para hablar conmigo sé que voy a parecer rara. Al fin y al cabo, llevo tanto tiempo lamentándome que perdí a los pocos amigos que me quedaban.

Mis padres han sido las únicas personas con las que he hablado en todo este tiempo. Bueno, mis padres y Sang, mi terapeuta. Y no sé ni si quiera si eso se puede considerar una relación aceptable: mis padres hablaban todo el rato y, lo que yo callaba, se lo soltaba a Sang sin filtro. Era como una cadena en la que yo, pese a estar en medio, no recibía nada.

Antes del accidente yo era social y, aunque mi vida se empezó a ir a la mierda cuando conocí a Min Yoongi, no era tan terrible. Con mi pierna se fue la seguridad en mí misma y, con eso, todo lo demás.

Venir a Seúl es un modo de comenzar de cero, pero también de retroceder. De intentar recuperar a la Hye que algún día fui.

Aunque las cosas no son tan sencillas, claro. Por eso, cuando encuentro el aula de mi primera clase, Teoría del Arte, me siento un poco desubicada.

Es como si hubiese llegado un día más tarde, porque me da la sensación de que todo el mundo se conoce ya. A mí ya me cuesta bastante intentar acercarme a la gente individualmente, así que más todavía si están en grupos.

Intento recordar mis ejercicios de respiración para no entrar en pánico. Ansiedad social, lo llaman. Para algunos una tontería, para mí una lacra que me acecha de vez en cuando.

Respiro y me intento hacer pequeñita quedándome en una de las filas de asientos que se encuentran delante. Así no tengo que subir escaleras.

Saco mi ordenador y me entretengo buscando noticias hasta que llega el profesor y todos los alumnos que habían estado en corrillo toman asiento. Yo estoy en una esquina, con un asiento libre a mi lado que ocupa mi mochila, y otro entre un grupo de chicas y donde estoy sentada. 

El profesor comienza su clase y todos empezamos a teclear como locos, porque eso de las clases de presentación debe ser que este señor no lo tiene muy interiorizado. Y cuando llevo unas cuatro páginas de apuntes alguien entra por la puerta, casi tropezándose con las baldosas.

Es inevitable, todos en la clase le miran y el chaval, más rojo que la puerta del ascensor de mi residencia, hace múltiples reverencias pidiendo disculpas y, para no molestar más al gran profesor que ha venido a soltarnos la charla, acaba sentándose a mi lado.

—Perdona, ¿puedes...?

—Sí, claro —digo, cogiendo la mochila y dejándola en la mesa vacía que hay entre las chicas y yo. Y como el chaval está a mi derecha, me giro todo lo posible para que nuestras piernas no se choquen.

—Gracias —susurra, y saca sus cosas, apurado.

La verdad es que ni si quiera le miro la cara, me centro en seguir copiando la clase. Al contrario de las chicas de mi fila, que se ponen a intentar evitar el obstáculo que supone mi cuerpo para observarle. Y él finge que no tiene cuatro pares de ojos sobre su cuerpo copiando a una velocidad abismal.

The ghost of it - jjk, myg, pjmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora