t h i r t y

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La soledad era una vieja amiga mía

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La soledad era una vieja amiga mía. Desde que empezaba la secundaria, hasta que decidí dejar a mis padres, viviendo en una pequeña casa completamente alejada de la suya, me había acobijado entre sus brazos, casi a la fuerza. Al principio costó darle la bienvenida, porque uno quiere aferrarse todo el tiempo a la idea de que no estaremos solos, que siempre habrá alguien dispuesto a abrir los brazos hacia ti. 

Ese no fue el caso en mi historia, pero aprendí con el tiempo a encontrar esos brazos en algo más. Tal vez no se sentían igual de calientes o amorosos pero para mí encerrar mi tiempo en lo que me gustaba era suficiente para sentirme en casa. 

Todo cambió el día que de verdad conocí el amor y el calor con el que un par de brazos pueden apretarte, como si los mañanas no existieran y los problemas desaparecieran. 

Ahora que de nuevo la soledad quería abrazarme, lo únco que sentía por parte de sus brazos eran picos enormes de hielo atravesando mi cuerpo, una y otra vez. 

La carta y la rosa resbalan de mis manos, como algún día resbaló de ellas un lirio blanco. Ambas flores fueron entregadas a mí por la misma persona y con el mismo motivo: una despedida. 

Inhalo aire con fuerza por la nariz, sintiendo la áspera sensación del dolor que quema cuando las lágrimas bajan. Y me desplomo en el suelo, dejo que la gravedad ceda sobre mí y me jale con fuerza hacía ella. 

¿Cuándo va a acabar esta tristeza y esta soledad que no se desprenden de mí? Me pregunto, tendida. ¿Cuándo voy a poder sentirme como yo misma, otra vez?  Y sobre todo, me pregunto con todas mis fuerzas ¿cuándo van a dejar de ocurrir todas estas cosas?

Enojada por el dolor que estoy sintiendo de nuevo, deseo no haber conocido a Kihyun jamás. Aprieto los puños con fuerza, recargando mi peso en mis piernas dobladas y lo deseo fuertemente. Miles de divinidades se cruzan por mi mente así como miles de estrellas fugaces y velas de cumpleaños. Les ruego a todas no haberlo conocido nunca. 

Los sollozos abandonan mi garganta y no hago nada para apaciguarles, dejo que sean tan fuertes como lo están siendo las rupturas en mi corazón.  Esta vez no me trago nada, no intento corregirme ni juzgarme, no recuerdo las caricias de nadie, ni tampoco sus palabras, sólo me dejo sentir. 

Mi cabeza comienza a punzar, pero ningún dolor es comparable con el que estoy sintiendo por dentro. Las paredes de mi propia casa se sienten sofocantes, mi propio cuerpo es demasiado pequeño para todo lo que estoy lamentando y aunque el agua baja y baja de mis ojos, no puedo parar de sufrir como si ahogándome estuviera. 

Quiero que la sensación termine, que la cabeza me deje de doler, que las lágrimas dejen de correr, que el oxígeno deje de quemar tanto y que mi corazón deje de latir con tanta fuerza que lastima.

Y así ensimismada, pequeños flashes chocan fuertemente contra mi cerebro. La sonrisa de Jooheon, el modo en que sus ojos se vuelven tan pequeños que es imposible descifrar si realmente puede ver a través de ellos. Sus suaves manos, dejando lentas caricias en mis brazos, en mis piernas, en mi cintura, recorriendo cada parte de mi piel como pueden. Las lágrimas rodando por sus mejillas, acercándose cada vez más al centro que todo lo atrae, su rostro pintado de un ligero tono rojo, deformándose por el llanto que lo consume, su labio inferior temblando y llenándose de gotas que permanecen ahí por varios segundos antes de caer a sus hombros o su pecho. 

water  ━━yoo kihyun, lee jooheonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora