El principio de la perdición

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Benjamin despertó en un acama vacía y por un momento pensó que lo de ayer había sido uno de tantos sueños que tenía con el joven griego, pero al ver a su alrededor pudo ver la ropa del menor en la silla que anoche la dejó, eso quería decir que el muchacho andaba por su casa en calzoncillos.

Comenzó a buscarlo en la habitación del menor y al encontrarla ya ordenada, pesó que tal vez estaría en la ducha, pero no, luego fue a la cocina, al jardín y estaba por entrar en pánico cuando recordó que le hablo al joven sobre el ático.

Subió corriendo las escaleras y encontró la puerta entre abierta, la luz de la mañana bañaba el piso y al joven que estaba de espaldas a la puerta en una clara posición de yoga con sus piernas formando un cuatro de puntillas y los brazos juntos muy estirados sobre su cabeza, las piernas estaban torneadas y tensas y la curvatura de su espalda liza era hermosa sin mencionar el apretado y redondo culo tenso, la camiseta que Ben le presto en la noche estaba colgando del perchero.

Ben se quedó congelado en la puerta apreciando al menor, sin darse cuenta que este ya había notado su presencia y lo dejaba ver a su antojo a propósito, con movimientos lentos el joven bajo sus brazos y pierna en un movimiento hipnótico, y se giró lentamente fingiendo sorpresa al ver a Benjamin, llevando una mano a su pecho y la otra cubriendo su boca en universal gesto de sorpresa.

Ben fue entonces que notó los pezones rosados y erectos, una sacudida en su entrepierna le recordó que él también estaba en ropa interior pues por ir a buscar al menor olvidó vestirse, la mirada de Andreas cayó al bulto evidente de Benjamin y dio otro jadeo de sorpresa que hizo a Ben salir de su estupor y salir corriendo.

Andreas sonreía complacido por la rección del mayor, el director Reeve era un hombre muy atractivo, cuando despertó esa mañana se dio el tiempo de apreciarlo mientras este dormía, un pecho ancho y fuerte con ligero bello cubriéndolo, un abdomen marcado y un enorme bulto en su entrepierna, no sería ningún sacrificio seducirlo.

Cuando terminó de ejercitarse Andreas fue a ducharse, la ropa que traía le quedaba muy justa, no mintió cuando dijo que al dar su estirón no tuvo tiempo ni dinero para comprarse más, eso le avergonzaba emaciado, más cuando él era extremadamente cuidado en su forma de vestir.

Ben tocó a la puerta de Andreas, aunque esta vez estaba abierta, ya se había duchado y vestido y estaba listo para pedirle una disculpa al menor, lo encontró mirándose al espejo vestido con unos pantalones que el quedaban un poco cortos y una camiseta muy justa, el chico se veía avergonzado y triste.

- Hola.

Andreas sacudió la cabeza y volteo a verlo con una sonrisa.

- Hola, disculpa lo de hace rato, yo me ejercitaba, no pensé que me encontrarías asi.

- no, el que debería disculparse soy yo, no debí quedarme allí como un acosador, preparé el desayuno ¿quieres venir?

El chico asintió con un sonrojo y siguió a Ben la cocina, si el mayor quería fingir que nada pasó Andreas estaba bien con eso, en la mesa había fruta cortada, yogurt y jugo de naranja.

- Te compré algunos cereales infantiles y tengo galletas, panecillos y huevos por si prefieres almorzar.

- Con fruta y jugo está bien, no como panecillos y almuerzo un poco más tarde.

Ben se dio cuenta que, aunque por fuera Andreas parecía un jovencito, pensaba y actuaba como un adulto.

- Si tienes alguna preferencia en fruta o en otra cosa puedes decírmelo, sin problema.

Jóvenes Extraordinarios 2 Pequeño EgoístaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora