Capítulo XXV

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Estaba segura de que ya había despertado, pero no tenía ganas de abrir los ojos. Mi cuerpo se encontraba tumbado sobre el suelo, podía sentir el frío de los azulejos atravesar mi piel y hacerme estremecer. Los recuerdos iban de aquí a allá, apareciendo abruptamente dentro de mí cabeza, haciendo revolotean mis pupilas dentro de mis párpados cerrados. Empecé a moverme lentamente. Tenía el cuerpo sumamente adolorido y los músculos cansados. Aún no entendía bien que había pasado. Cuando me rocé la piel del pecho, me di cuenta que estaba completamente desnuda. Alarmada, abrí la mirada pestañeando rápido. Me topé con el techo blanco de mi habitación. Lentamente, volví la cabeza en varias direcciones. Mi cama se encontraba a un costado mío, pues yo no estaba sobre ella, si no tirada en el vil suelo, como si simplemente hubiese caído al dormir. Mi cuerpo desnudo se encontraba medio cubierto por una de mis sábanas. Estaba sola en el cuarto y la puerta permanecía cerrada. Me quedé otro par de minutos ahí tendida, pues tenía miedo de salir. No sabía en qué condiciones había llegado, ni si quiera recordaba como regresé. ¿Qué diría mi padre? ¿Dónde estaba Alberto? Lo último que recordaba es que me habían arrollado, pero era imposible, pues justo ahora estaría en el hospital, o muerta. Seguramente solo había sido una alucinación causada por la crisis de anoche. ¡Vaya que lo había arruinado todo! Me había dado una crisis frente a todas esas personas. Solo esperaba que nadie me hubiera grabado o sacado fotografías. Me fui sentando lentamente, afuera había un silencio sepulcral. Al irme quedando expuesta, pude ver el sin fin de moretones verdosos que me cubrían el lado derecho de mi cuerpo, desde el brazo hasta el muslo, incluso podía sentir ligeramente hinchado el hombro y la cadera. Me dolía como el infierno, pero sorpresivamente podía moverme lo suficiente. Tomé los primeros pantalones que encontré y me coloqué una blusa de manga larga, para que los golpes estuvieran ocultos. Cuando puse la mano sobre la manija de la puerta pude sentir que me temblaba la extremidad. Salí hasta el pasillo con lentitud. Mi estómago dio un vuelvo violento cuando vi a Alberto sentado en el comedor. Parecía terriblemente apenado, tenía los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Al escuchar mis pasos, levantó la mirada con alarma.

—Ámbar —exclamó, boquiabierto.

Tenía los ojos rojizos y cristalinos, como si hubiera estado llorando. Se levantó y caminó hacia mí. Me quedé helada, no sabía que esperar. Sin embargo, me abrazó con fuerza. Sentí que el dolor en mi cuerpo aumentaba, pero me quedé callada.

—Que bueno que de nuevo eres tú —susurró.

—¿De qué estás hablando? —empecé a separarme un poco—. ¿Dónde está Jerry?

Me miró por unos segundos de manera suplicante, casi pude jurar que lo escuché tragar saliva.

—Cuando se armó todo el caos, vine enseguida a buscar a buscar a tu padre para me ayudara —empezó a explicar, caminando hacia la puerta del cuarto de m papá, la cual permanecía cerrada—. Pero me encontré con esto.

Abrió de golpe. La escena frente a mí me dejó pasmada. Las sábanas de su cama se encontraban rasgadas y esparcidas por todo el piso del cuarto. La ventana estaba abierta de par en par, pero la cortina estaba hecha tirones, como si un animal se hubiera ensañado con ellas. Me eché hacia atrás hasta quedar con la espalda pegada a la otra pared del pasillo. Levanté una mano para cubrirme la boca.

—Pero él no estaba aquí, y no ha aparecido hasta ahora —dijo Alberto.

Un horrible presentimiento nació en mi pecho. No pude evitar pensar en acreditarle la escena del crimen al malvado de Nahuael, por lo menos no había ni un rastro de sangre, eso me daba esperanzas.

—¿Qué fue lo que pasó anoche? —miré a mi amigo.

—¿Enserio no te diste cuenta? ¿No recuerdas nada? —inquirió con la mirada clavada en el suelo.

Negué con la cabeza. Aún que los sucesos sí estaban guardados en mi memoria, no los comprendía con exactitud.

—Ni siquiera se como decirlo —habló en voz baja, casi con un susurro.

De pronto, levantó la mirada de golpe, como si algo hubiera iluminado el interior de su cabeza. Se tentó los bolsillos hasta sacar mi teléfono.

—Logré recuperarlo —me lo tendió— Ve los videos que están en el grupo.

Se me tensó el estómago. ¿Había videos de lo que ocurrió? Tomé el aparato a regañadientes. No estaba segura de realmente querer mirarme, pero al parecer era lo único que me sacaría de dudas. Obedecí sus indicaciones. Mis dedos temblorosos se movían de manera torpe sobre la pantalla, haciéndome equivocar varias veces. Dentro del grupo había un sinfín de mensajes de majaderías llenas de sorpresa y arrebato. Efectivamente, varios videos habían sido subidos. Le di play al primero que encontré. Empezaba con la toma de varios jóvenes bobeando en la fiesta de bienvenida, solo parecían divertirse, tomar y hacer muecas. De un momento a otro, los gritos de pánico se hacían presentes. La persona que estaba grabando volteaba rápidamente la cámara hacia el bullicio, para enseguida empezar a correr. No se trataba más que de un par de segundos, pero claramente podía mirarse al gran alce bajar corriendo por las escaleras de la casa y lanzarse hacia la gente.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora