Capítulo XXVII

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Jerry tenía una expresión de cansancio dibujada en el rostro. Nos miró y sonrió como respuesta, pero sus comisuras cayeron en cuanto se percató de mi estado.

—¿Qué te ocurre, hija? —se acercó, preocupado— ¿Estas llorando? —inquirió, tomando mi rostro por una mejilla, levantándolo para poder examinarme.

Me quedé con los labios entreabiertos y sin saber cómo responder, no había tenido tiempo de pensar en una buena excusa, o por lo menos de arreglarme un poco.

—¿Lo ves, Ámbar? Te dije que no te preocuparas —Alberto se me adelantó.

Papá y yo volteamos en su dirección al mismo tiempo, desconcertados. No entendía a que se refería.

—Lo que pasa es que Ámbar estaba muy preocupada por que llegamos y usted no estaba en casa —explicó, mirando a Jerry—. Y cuando vimos como estaba el cuarto, pues se asustó aún más.

—Oh, hija —exclamó papá—. Estoy bien —se acercó para darme un abrazo—. Todo está bien —repitió.

Miré a mi amigo, quien me había salvado el pellejo. Ya que Jerry no podía verme, moví solo los labios para decirle un “gracias” en silencio. Alberto solo asintió con una pequeña sonrisa.

—¿Pero donde estabas? —le pregunté a papá una vez que me soltó.

No pude evitar repasarlo de pies a cabeza con los ojos, buscaba algún indicio que me diera la respuesta, incluso alguna herida. Pero él parecía estar en un estado perfecto.

—Tuve que ir con la policía —empezó a explicar—. Fui por algo a la tienda, y cuando regresé la casa estaba así. Al parecer se quisieron meter a la casa a robar.

—¿Y la policía vino hasta acá o como? —continué indagando.

—Si, si, ya conoces todo ese lio —se cruzó de brazos—. ¿A que horas llegaron ustedes?

Lo miré, sin responder. Había notado esa manera sutil en la que había bajado la vista al suelo mientras hablaba, evitando verme a la cara. Nos lo había contado de una manera muy calmada, poco propia de su actitud paranoica. Y después, decidió un cambio repentino de tema, desviando la atención. Podía jurar que Jerry me estaba ocultando la verdad.

—Llegamos temprano, como a eso de las doce —Alberto habló.

Asentí. Vaya juego de mentirosos que se estaba llevando a cabo en ese pasillo. Solo esperaba que mi equipo fuera el ganador.

—¿Tienen hambre? —preguntó, dándonos la espalda para empezar a caminar hacia la cocina— ¿O ya desayunaron?

Mi amigo fue quien le siguió y continuó respondiéndole. Discretamente me dirigí a mi habitación. Necesitaba estar sola por un rato para pensar y saber que hacer con todo esto. Cerré la puerta con seguro. Me senté al borde de la cama con las manos apoyadas sobre las rodillas y mirando al infinito que imaginaba sobre el suelo. Derramé algunas lágrimas. Yo no quería esto. Yo no quería ser un monstruo. Debía encontrar la manera de parar las transformaciones. No podía evitar relacionar los acontecimientos con aquel Ente estaño y oscuro que vi antes del caos de la fiesta. Pero, ¿qué era esa cosa? No tenía manera de encontrar una buena respuesta. Nahuael era el único que tal vez podría ayudarme. Pero ya no estaba conmigo, o por lo menos se negaba a hablarme. ¿Cómo fue posible que no me avisó sobre la otra presencia? ¿De dónde venía? ¿Qué dotes tenía? Aparte de chillar de manera horrible. Por lo menos me encontraba totalmente segura de que no era un espíritu humano.
Pasaron algunos minutos y llamaron a la puerta. Me aclaré la garganta antes de contestar.

—Ya voy papá.

—No soy papá —me respondió la voz de Alberto.

Me limpié el rostro rápidamente mientras me levantaba para quitar el seguro y abrir. Ahí estaba él, plantado en el pasillo. Se recargó sobre el marco de la puerta de manera juguetona, más tenía el rostro cenizo.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

—mmm —titubeé. Intentando mirar sobre su hombro. A Jerry no le gustaría eso.

—Él no está —torció los ojos—. Fue a comprar para la comida. Hazte a un lado.

Obedecí. Dándole acceso a mi cuarto. Se sentó en mi cama. Pude ver sus movimientos algo tensos. Enseguida dio unos golpecitos con la palma de su mano por un costado, pidiendo que lo acompañara. Lo dude un poco, pero terminé por seguirlo.

—Necesito que me digas que pasó anoche, Ámbar —dijo, sin mirarme.

Asentí. No dude en contarle todos los sucesos a detalle. Él que quedó igual de pasmado y con las mismas dudas que yo.

—Simplemente no sé qué hacer con todo esto —ya estaba finalizado mi relato–. Si papá me descubre… —se me cortó la voz—. Dios. Quiero acabar con esto.

Me cubrí el rostro con ambas manos, ocultando un “quiero morir” que no me atrevería a decir.

—Ey, no —por el rápido movimiento de la cama, supe que Alberto se había acercado aún más—. Encontraremos la manera. Te prometo que te ayudaré.

Di un respingo cuando noté que me tomó por las muñecas de manera suave. Las fue bajando lentamente, hasta colocar mis manos sobre mi regazo. Se quedó así por unos segundos. Me volví hacia él, preguntándome por qué aún no me soltaba. Alberto ya me miraba de una distancia bastante cercana.

—Somos un buen equipo —susurró con la voz un poco temblorosa.

Mi interior dio un vuelco al sentir su aliento. Empezó a acercarse lentamente y mirándome a los ojos. Yo ya sabía lo que intentaría, y no tenía planeado poner ningún impedimento.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora