Capítulo XXXVIII

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Enseguida empecé a gritar por ayuda a todo pulmón, y tenía planeado hacerlo hasta que me desgarrara la garganta. Algún vecino cercano debería escucharme y con suerte llamaría a la policía. Seguramente los oficiales encontrarían relación con los hechos pasados al buscar información sobre nosotros. De esta no saldría libre, pero no me importaba. Si yo me hundía, llevaría a ese par hasta el fondo conmigo. Debía actuar rápido. Jerry había mencionado que un grupo de personas contaba con ellos, lo cual era sumamente alarmante y peligroso. Pasaron unos cuantos segundos más para que la puerta se entreabierta. Una figura entró rápidamente y volvieron a cerrar. Pude reconocer la silueta de Alberto. Me levanté enseguida sintiendo el corazón en la garganta.

—No te atrevas a acercarte —le advertí con voz temblorosa.

No deseaba su cercanía. No después de todo lo que había escuchado. Sentía un miedo terrible. No podía evitar preguntarme si Alberto sería capaz de intentar tomarme a la fuerza, o si por eso había venido. Le arrancaría los ojos antes de que lograra tocarme un cabello.

—No quiero hacerte daño —casi susurró sin moverse de su lugar.

—No. El daño ya me lo hiciste —le reproché.

Mantenía la mirada baja, aún así alcancé a ver sus ojos rojizos. Parecía haber estado llorando. Sea lo que fuera, esperaba que estuviera sufriendo mucho.

—Yo no quería que pasara todo esto —se lamentó.

—¿Estas seguro de eso? —le pregunté, frunciendo el ceño y apretando los dientes—. Nunca te negaste ante todo lo que te ordenaba mi padre.

—¡Por Dios, Ámbar! —exclamó—. Yo te amo.

De primera instancia no supe que responderle. Su declaración quedó flotando en el aire por varios segundos. Pero yo ya no sentía nada por él. Sus acciones se habían encargado de romperme el corazón. Todo me pareció tan oscuramente irónico que no pude más que soltar una amarga carcajada, como si solo me estuviera riendo de un mal chiste.

—No me digas —me burlé como sarcasmo—. Si alguna vez enserio me quisiste, aún que sea un poco, tienes que decirme la verdad. ¿Por qué me están haciendo todo esto?

—Yo sé que parece como algo muy malo, pero debes creerme cuando te digo que todo es por su bien —empezó a acercarse un poco.

—Jamás podré volver a confiar en ti —declaré, mirándolo a los ojos—. A menos de que me expliques lo que está pasando —empecé a chantajearlo.

Admiré como su expresión titubeaba. Entre abrió los labios, moviendo los ojos de lado a lado, seguramente intentando acomodar sus ideas. Estaba a punto de empezar a soltarme toda la sopa. Tonto.

—Tu padre…

La puerta de abrió de golpe, interrumpiendo sus palabras. La madera se azotó contra la pared contraria. Ambos pegamos un respingo, apretando la mirada.

—No la escuches, es muy astuta —habló Jerry, señalándome—. Logró vencer a un Dios con engaños, que no lo haga contigo —se burló de Alberto.

No le respondí. Mi cuerpo se tensó enseguida, apretándome la mandíbula. Su figura no se movía de la entrada, bloqueando la salida. No podía negarlo, le temía. Pues era mucho más psicópata que sus hermanas. Por lo menos con Olga y Jazmín había entendido desde un principio que algo no iba nada bien, pero Jerry se había enfrascado en hacerme creer que me realmente sentía afecto hacia mí y quería protegerme. Después de todo, de alguien había tenido que heredar mis habilidades.

—Lo hice para salvar nuestro pellejo. Imbécil —respondí.

—Esa no es manera de hablarle a tu padre —me reprendió, ofendido y con enojo.

—Desde hoy ya no eres mi padre –declaré con los dientes apretados.

Suspiró, cerrando los párpados con fuerza. Sabía que intentaba calmarse, canalizar su coraje.

—Se que justo ahora todo esto se ve muy mal —extendió los brazos—. Pero cuando logres entender con tu cabeza dura la razón se que estarás más contenta —la manera en la que golpeó su frente al hablar me pareció con más fuerza de la necesaria—. Lo mismo nos pasó a Alberto y a mí, solo así volverás a querernos.

Le colocó una mano sobre el hombro a su cómplice, el pobre parecía tan asustado e incómodo como yo. No se atrevió a mover ni un músculo. No respondí. Me dediqué a observarlo fijamente, atenta hasta el más mínimo de sus pasos. Había algo sumamente enfermizo en su mirada. Me pregunté si sólo era un maníaco o si realmente había algo grande detrás de todo esto. Mi instinto me decía que sí. Sin embargo, no lograba encontrarle relación a los hechos. ¿A que le tenía tanto miedo Jerry? ¿Por qué siempre se había enfrascado en tenerme tan segura y oculta? Hasta rayar en la paranoia. ¿Qué ganaba haciendo que Alberto se acostara conmigo? Le había escuchado decir que más personas contaban con ellos. La mujer de las llamadas misteriosas seguro tenía que ver con todo esto.

—Tendrás que cooperar y venir con nosotros —continuó Jerry.

Lo pensé un par de segundos. Terminé por asentir. No sabía a dónde querían llevarme, pero en cuanto me sacaran de la casa iba a huir.

—Solo… voy a tomar algunas medidas preventivas —una risita se le asomó en los labios mientras se agachaba para recoger algo a su espalda—. No es que no confíe en ti hija, es precaución.

Estiró una cuerda amarilla entre sus manos. Mi corazón casi se detuvo. Enseguida sentí un mareo. Intentaba pensar en algo para escapar de la situación. De ninguna manera podía permitirlo. Intentaba no entrar en crisis, pero sabía que en mis ojos podía leerse el pánico.

—Hazlo —indicó, extendiéndole el mecate a Alberto, quien se quedó tan pasmado como yo.

—Pero, señor, yo… —tartamudeo.

—¡Que lo hagas!— Jerry alzó la voz con potencia, interrumpiéndolo y causándonos un gran respingo.

—¡No puedo hacerlo! —le respondió Alberto con el rostro compungido. Sabía que no se atrevería…

Sin previo aviso, Jerry le soltó un puñetazo en el rostro. Mis nervios estaban de punta. No pude evitar pegar un grito cuando vi el cuerpo de Alberto desplomarse hasta el suelo. Un nervio tembló en mi ojo derecho. Tal escena me trajo recuerdos de cuando mi padre me golpeaba mientras estaba en posesión de Nahuel.

—Tendré que hacerlo yo mismo —gruñó.

Empecé a hiperventilar. Con uno de esos impactos podría dejarme inconsciente, con dos o tres tal vez hasta matarme. Yo no sabía pelear y no quería terminar como Alberto. No quería volver a sentir tanto dolor. Me sentía tan débil sin Nahuael.

—No quiero hacerte daño, hija —comenzó a acercarse.

Me pegué completamente a la pared con los ojos bien abiertos e inyectados en horror. Caminaba despacio, su mirada y sus movimientos ágiles eran como las de un cazador acorralando a su presa. Yo temblaba, como una conejo sin escapatoria. A menos de que… Una idea encendió mi mente como si fuera fuego. Solo había algo que pudiera vencer a este hombre, un animal salvaje. La llamé, buscando mi magia en mi instinto y en lo más profundo de mi ser. Odiaba y aborrecía la sangre que corría por mis venas, pero en ese momento fue lo único que pudo salvarme. Caí al suelo mateada por la fuerza de los latidos de mi corazón. Me estampé las rodillas y las palmas de las manos contra el suelo. Jerry debía creer que estaba a punto de desmayarme. Pero no, mi cuerpo iba a explotar. Terminé por transformarme justo frente a él.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora