Capítulo XXXIII

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Pude escucharlo hablar por teléfono con el taxista. Al perecer Carlos se había molestado por querer hacerlo volver, al parecer ya tenía otro pasaje. Daniel solo pudo calmarlo y convencerlo cuando le prometió pagarle el doble. Me sorprendí tanto cuando le dio la dirección de mi casa como destino, como si se la supiera de memoria. En cuanto colgó salió de la casa con movimientos lentos y la cabeza baja. Un pequeño moretón verdoso empezaba a asomarse en lo alto de su pómulo derecho. Sin mirarme, se volvió para volver a asegurar la puerta.

—Ya viene para acá —me avisó, planteándose a mi lado. Esta vez a una distancia segura.

Solo asentí. Se generó un silencio incómodo. Al parecer los dos estábamos igual de avergonzados. Me había comportado como una salvaje. Jamás me creí capaz de golpear a un chico, pero Daniel realmente sacaba lo peor de mí.

—Ámbar —me llamó. La voz le temblaba un poco—. Tienes que perdonarme. Yo no soy así, ni siquiera sé que me pasó. No podría soportar que te enfades conmigo… He estado tanto tiempo solo que no quiero perder a la única persona en el mundo que conozco que es como yo —parecía a punto de llorar.

—¿Cómo sabes donde vivo? —le solté. Aún estaba bastante enfadada, me importaban un carajos sus disculpas.
Se quedó callado unos segundos. Su mirada divagaba, parecía que intentaba buscar la mejor manera de expresar su explicación. Esperé con impaciencia.

—Ese día que te vi en el supermercado… te seguí hasta tu casa.

Fruncí los labios. Más allá de cualquier sentimiento sobrenatural, mi lógica me decía que me alejara lo más pronto posible de Daniel, pues ahora no me quedaban dudas de que era un maldito psicópata. Su actitud podía cambiar de un segundo a otro de ser sumamente tímido hasta ser el más atrevido, intentando besarte sin tu permiso. Todo eso escondido bajo su fachada de rostro tierno, cosa que lo hacía más peligroso. Sin embargo, no podía negar que él también despertaba mil y un enigmas en mí. Por lo menos yo estaba consciente de que mis dones eran causados por herencia y por un ente poderoso resguardado en mi cabeza. Pero aún no sabía si el de Dany era el mismo caso, realmente lo dudaba mucho. Todavía no había la apertura o confianza para poder platicarle lo que me ocurría, como mis transformaciones, sobre Nahuael… Además de que Daniel neutraliza y ponía a temblar a mi oscuro y viejo amigo. Necesitaba más tiempo. Yo tampoco podía alejarme de él.

—Te perdonaré —dije.

Levantó la cabeza. Sus ojos se iluminaron enseguida. Entreabrió la boca, seguramente para agradecer, demasiado pronto, porque aún no había terminado. Levanté la mano para hacerlo callar.

—Con dos condiciones —continúe—. Uno; no me vuelvas a seguir, maldito loco. Y dos; jamás vuelvas a intentar algo como lo de allá adentro —señalé su casa con un movimiento de cabeza.

—Si, si. Te lo prometo —asintió—. Te lo juro.

—¿Podemos pasar por mi mochila a la escuela? —le pregunté. Habíamos salido corriendo como unos completos locos, incluso había dejado mi celular. Si no calculaba mal, aún debían estar en las últimas horas de clase.

—Lo que tú digas haremos —sonrió.

Carlos no tardó demasiado en llegar. El camino transcurrió en silencio, está vez Daniel cumplía su palabra ni siquiera intentando tomarme de la mano. Iba sentado en el extremo opuesto, muy pegado a la puerta y de brazos cruzados, evitando mirarme. El vehículo nos tubo que esperar afuera pacientemente en lo que terminaban las clases para poder pasar por nuestras pertenencias. Cuando mis amigas me vieron entrar al salón acompañada de Daniel enseguida empezaron a hacerme señas en busca del chisme y una explicación. Desde lejos moví la mano, indicando que luego les contaría. De reojo, pude apreciar que Dany se topó con la misma situación, solo que con su primo Mario y su grupo de amigos. Afortunadamente pudimos escabullirnos rápidamente entre en bullicio de alumnos antes de que alguien conocido nos alcanzara.

—¿Me puedes dejar una cuadra antes? —le pedí cuando estábamos por llegar a casa. No quería desatar el caos que ocurría si papá me veía llegar en un taxi junto con un desconocido. Además de que hasta ahora mi situación con Alberto no era nada clara.

Daniel terminó de darle las indicaciones a Carlos. Sentí un escalofrío. Definitivamente se sabía bien mi ruta, pues ni siquiera fue necesaria mi intervención. Justo como dije, el coche se detuvo en la esquina de mi calle.

—mmm gracias —titubeé antes de salir del taxi rápidamente.

Di un fuerte suspiro en cuanto mis dos pies tocaron tierra firme. Las piernas aún me temblaban un poco, solo tenía deseos de llegar a casa y convertirme en un mar de lágrimas para liberar tanta tensión. Detuve mi corto caminar al darme cuenta que no se iba a poder. Tras de mí, escuché la otra puerta abrirse cerrarse mientras alguien bajaba de su lugar. Me volví hacia él con expresión molesta.

—¿Qué carajos crees que haces? —le pregunté con brusquedad. Creí que ya había quedado claro que estaba prohibido seguirme.

—Solo te acompaño a tu casa —se encogió de hombros rodeando la parte trasera del vehículo, el cual volvió a ponerse rápidamente en movimiento, largándose.

—¡Oh no! —exclamé—. Escúchame. Todo esto no significa que seamos los mejores amigos. No puedes simplemente decidir que vas a acompañarme…

Una figura repentina detuvo mi reproche. Justo sobre su hombro podía apreciar a una mujer al otro lado de la calle. No estaba segura de si se encontraba ahí desde que habíamos llegado, pero tampoco la vi aparecer de pronto. Vestía de una manera harapienta y desalineada,  incluso parecía sucia con su falda larga lodosa y ligeramente rasgada de la parte final. El cabello corto y enredado le mal cubría el rostro con risos apelmazados, entre algunos mechones escondía sus ojos, los cuales nos miraban de una manera que me llamó la atención, pues parecía aprensiva y llena de furia. Opté por ignorarla. Tal vez solo era una indigente confundida. Sin embargo, mi pecho se llenó de un mal presentimiento cuando empezó a acercarse. Cruzaba con dirección hacia nosotros.

—Oye, cuidado —le avisé en voz baja a mi compañero, tocándolo del hombro, señalando hacia atrás con la mirada.

Daniel se sorprendió un poco ante mí contacto. Cuando se volvió, enseguida vió a la mujer. Ya más de cerca pude apreciar que movía los labios con rapidez, repitiendo frases susurrantes, dándole un toque aún más escalofriante. Daniel se tensó de pies a cabeza. Retrocedió un poco, acercándose a mí y parándose con firmeza, casi parecía que intentaba protegerme, acto que agradecí internamente. No podíamos quitarle los ojos de encima, atentos ante cualquier situación. Deseé que ella pasara de largo por nuestro costado. Que no fuera más que una pequeña coincidencia el habernos topado en su camino. Pero no fue así. Pronto pudimos darnos cuenta de que era lo que susurraba.
—¡Es ella! ¡Oh Dios mío! ¡Es ella! —repetía. Después, rezos extraños surcaban sus labios. Mi mente recibió aquella pronunciación como una ardiente bofetada. Ese énfasis en la “x” y “z” me recordaban a alguna lengua antigua e indígena, la cual solo había leído en un viejo y oscuro libro.
Rápidamente tomé con ambas manos el brazo de Daniel, tal vez con más fuerza de la necesaria, pues lo vi soltar un respingo, pero necesitaba aferrarme a algo de la realidad solo para evitar que mi cabeza retrocediera a un doloroso pasado. Asustado, Dany empezó a retroceder, empujándome consigo. Lo que ocurrió después fue tan repentino, que no pudimos más que mirar el espantoso espectáculo con los ojos bien abiertos y congelados, presos del pánico. A solo estar unos pasos de nosotros, la mujer se botó al sueño, arqueándose de espaldas. Su piel estalló, iniciando por el pecho hasta alcanzar cada una de sus extremidades como si se convirtiera en ceniza. Dentro de ella, ya aguardaba una bestia. Justo frente a nosotros apareció un gran búho oscuro y de ojos rojos.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora