Capítulo LVII

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—Linda, ¿pero que te pasa? —sentí su presencia densa y oscura acercarse a mi espalda—. ¿Te cayó mal el desayuno?

Sus manos rozaron mis hombros, pues tenía la intención de ayudarme a levantarme. Su contacto me dio una ligera descarga eléctrica y me alejé de un brinco hasta quedar pegada a la pared del pasillo. Mi pecho subía y bajaba con violencia. Un sabor ácido me inundaba la boca y la garganta, pero no era tan desagradable y amarga como la sensación que llenaba mi interior por volver a ver su horrible rostro. Aparté a Jazmín de un empujón y eché a correr hacia la salida. La mujer gritó asustada ante mi desaforada reacción, pero no me importó dejarla pasmada. Al llegar a la puerta la abrí de un tirón. Estaba dispuesta a continuar mi carrera, sin embargo, me recibieron con malicia los fuertes rayos del sol. La luz me dio de lleno en el rostro haciéndome retroceder unos pasos con las manos cubriéndome el rostro. Con los ojos ligeramente abiertos, entre mis dedos pude apreciar el exterior. Nada había cambiado. El jardín estaba cubierto de pasto, los árboles bordeaban la propiedad, la carretera parecía desierta y solitaria, los pocos segundos que pasé observando no pasó ni un solo auto.  El estado de shock casi me hizo explotar la cabeza. ¿Cómo era posible? ¿Realmente todo había sido un sueño y jamás escapé de ese lugar? Las arcadas me atacaron de nuevo.

—Hay no, le está dando otro ataque —escuché la gruesa voz de Olga.

Jazmín reapareció y me pasó un brazo por los hombros mientras que con la otra mano sostuvo mi cintura. Me condujo con cuidado hacia el comedor diciendo a cada paso palabras de apoyo. Me deje llevar en silencio. Temblaba de pies a cabeza. Mi mente estaba como dentro de una enorme nube gris. Intentaba recordar que estaba haciendo justo antes de entrar al pasillo, pero me era muy difícil concentrarme. Mi tía me depositó con cuidado sobre una silla. Ella me sonreía con melancolía y preocupación. Jazmín se alejó de mí por unos segundos para dirigirse a la estufa y apagar la flama, fue en ese momento cuando me topé con Olga, quien me miraba en silencio e inexpresiva al otro lado de la mesa.

—Come algo —me habló Jazmín con dulzura colocando un plato frente a mí—. Esto te hará sentir mejor.

Me había servido un filete grande y jugoso acompañado con puré de papas. Al olfatear su delicioso aroma mi estómago rugió. Debido a que devolví todo lo que tenía en la panza me había surgido un hambre voraz. Quizá Jazmín tenía razón. Tomé los cubiertos y comencé a partir un trozo de carne par enseguida meterme lo a la boca. Mi tía sonrió al verme comer tan gustosa. En la primera masticada se disolvió sobre mi lengua su deliciosa grasa con sabor ligeramente salado. Continué devorando mi platillo. Realmente era bueno, de los mejores que había probado en mi vida. Ya iba por la mitad cuando Jazmín retomó la palabra.

—Tu madre llegó hace un momento, cuando aún estabas en tu cuarto —me avisó.

—¿Por qué no me lo habían dicho? —exclamé dejando caer el tenedor a la mesa por la sorpresa.

Mi pecho se llenó de alegría. Cecilia al fin había regresado por mí, esta pesadilla estaba por acabarse. Solo habían sido un par de días, pero sentía que llevaba una eternidad sin verla. La extrañaba demasiado.

—¿Dónde está? —pregunté poniéndome en pie—. ¿En su habitación?

—Oh no —Jazmín se interpuso en mi camino impidiéndome el paso—. Está en tu plato.

—¿Qué? —inquirí ante sus últimas palabras, quizá había escuchado mal o malinterpretado lo que dijo.

—Que está en tu plato —repitió.

En un parpadeo su rostro se tornó malicioso. Una sonrisa torcida le desdibujó el rostro hasta desfigurárselo gracias a la manera antinatural con la que alzaba las cuencas de su boca. Su mandil blanco ahora estaba cubierto por manchas y coágulos de sangre como si ella fuera un vil carnicero en su horario de trabajo. Un mareo me atacó con violencia. Con el corazón palpitándome en los odios volteé de reojo hacia abajo para mirar mi plato. Mis piernas dejaron de ser capaces de sostenerme. Acompañada de un grito de horror me desplomé directo hacia el suelo, pues justo había logrado apreciar una mano de una mujer con los dedos carcomidos. Me cubrí la boca con las manos y comencé a frotarme los labios con fuerza inundada en llanto. No tenía aliento ni voz más que para lanzar alaridos. No entendía como mis tías podían ser unos seres tan atroces. Desde el suelo, miré como una silueta apareció por el pasillo e ingresó a la cocina.

—Bienvenida a cada, hija —me dijo Jerry.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora