—Abriré la puerta —casi susurró, buscando entre los compartimentos de su mochila.
No respondí. Di un paso hacia un costado e inconsciente me crucé de brazos de manera incómoda. El tintineo de las llaves al chocar me pareció irritante. Cuando vi como la hundió en la entrada e hizo girar la cerradura me pareció el chasquido que anunciaba mi muerte. Abrió la gran puerta de metal sin mucho esfuerzo.
—Adelante —me indicó, dándome el paso con tontas amabilidades innecesarias.
Esta vez no chisté y obedecí. Di los primeros pasos al interior con miedo y cautela. Del otro lado me esperaba una espaciosa cochera gris cubierta con paredes de piedra. Un pequeño, bonito y cuidado jardín se ubicaba junto a la puerta. Daniel me siguió, cerrando tras nosotros con cuidado. Ambos cuidábamos de no hacer ruido. Tenía la impresión de que estábamos haciendo algo malo.
—¿A tu familia no le molestara que allá venido? —me atreví a preguntar.
—Tranquila, no hay nadie —respondió.
Tragué saliva. Su comentario hizo todo lo contrario a calmarme. Mi corazón se aceleró. Empezaba a sentir como el miedo se acrecentaba en mi interior de estar completamente sola con él. Pero ya no había marcha a atrás.
Se adelantó a mis pasos para poder abrir la casa. Esta vez la puerta de madera barnizada si que rechino, empeorando mis nervios. Volvió a pedirme que entrara primero. Los segundos me parecieron eternos y mis piernas de gelatina. Ahí estaba, apuntó de contradecir todas las corrientes de mi instinto que me pedían salir corriendo y alejarme de Daniel. El interior estaba oscuro como boca de lobo. El silencio era frío y sepulcral, hacía zumbar mis oídos. Admiré lo más que pude del lugar. Su casa parecía bien ordenada. Con pisos pulidos y muebles de cedro que la hacían elegante. De cada una de las cortinas colgaban un grueso par de cortinas oscuras que bloqueaban cualquier rayo de luz del exterior. Cuando escuché que cerraba con la llave mi última oportunidad hacía la libertad mi respiración se aceleró. Avergonzada, deseé que no lo notara.
—Toma asiento —habló con amabilidad.
Mi interior dio un vuelco solo de escuchar su voz. Me odie a mí misma por sentir todas esas emociones y no poder parecer tan fuerte como era.
—Estoy bien —continúe cruzada de brazos.
Realmente me encontraba congelada. No quería dar un paso más, mis nervios no lo resistirían. Tendríamos que arreglar las cosas justo ahí en el pasillo de la entrada.
—Acepta, por favor —volvió a pedir.
Su manera tan formal de hablar me parecía muy rara.
—Dije que estoy bien —renegué.
—¿Siempre tienes que ser tan terca y grosera? —preguntó, rodeándome para plantarse frente a mí.
—No, sólo cuando me secuestran —le miré a los ojos.
—Te recuerdo que no coloqué ningún arma en tu cabeza cuando entraste, y puedo usar las mismas llaves para abrirte en cuanto me lo pidas.
Me mordí la lengua para no soltarle un merecido “te odio”. Sin darme cuenta apreté los puños. Daniel realmente me sacaba de mis casilla. En especial por que sabía que tenía razón y no quería aceptarlo.
—Acabemos con esto —le pedí— solo dime que es lo que quieres saber.
—¿Tú sabias que esa mujer estaba..? —titubeó, soltándome la pregunta de golpe y sin rodeos, pero dejándola inconclusa.
Sentí que el tiempo se detuvo en lo que soltaba ese último respiro.
—¿Muerta? —terminé su oración con un susurro.
Me miró a los ojos de manera anhelante, esperando mi respuesta. No pude más que asentir.
Desconocía por completo como iba a reaccionar, pero lo que hizo me dejó boquiabierta. Enseguida en su rostro se fue pintando lentamente una gran sonrisa, algo macabra y torcida. Sus ojos cristalinos se esforzaban por contener las lágrimas.
—¡SI! —gritó cómo un maníaco mientras pegaba un salto y se llevaba las manos a la cabeza, enredando sus dedos entre los rizos.
Sus actos me hicieron dar un brinco y echarme hacia atrás, con los ojos bien abiertos y alertas. Ahora temblaba, pues no entendía su euforia.
—Llevo años, ¡años! Creyendo que estoy jodidamente loco —exclamó—. Y de pronto apareces tú diciendo que vez justamente lo mismo que yo.
Solté con violencia el aire que estaba conteniendo en cuanto entendí su punto.
—¿Cómo es que puedes hacerlo? —me preguntó de manera directa.
—Desde muy niña veía cosas, escuchaba voces… —necesité aclararme la garganta para recuperar bien el habla—. Los doctores me diagnosticaron esquizofrenia. Pero no es así.
—¡Claro que no es así! —exclamó manoteando—. Yo empecé hace pocos años con esta locura. Al parecer tenemos la misma maldición amiga —bajó la cabeza, sonriendo de manera torcida.
Yo también levanté un poco las comisuras de mi boca algo nerviosa. Debía admitir que yo también estaba ligeramente emocionada.
—¿Pero por que ella decía tu nombre? —retomó el interrogatorio.
—¿De qué hablas? –inquirí rápidamente para despistar, claro que sabía a qué se refería.
—Cuando vi a esa mujer ahí creí que había tenido un accidente, que pedía ayuda. Pero conforme me fui acercando me di cuenta que te llamaba —explicó.
—Es una… familiar mía —respondí, bajando la voz sin darme cuenta.
—Debió morir de una manera horrible —comentó, desviando la mirada.
—Así fue —asentí. No iba a decirle que yo misma la había matado.
—¿Por qué te buscaba ti? —él realmente quería sacarle más jugo al tema.
—¿No es obvio? Soy la única que puede verla —contesté a secas.
—¿Y no quieres ayudarla? —frunció el ceño.
—No, me asusta —susurré con la voz temblorosa. No quería seguir hablando del tema. Revolvía cosas muy desagradables en mi interior.
—¡No puedo creer que esto sea verdad! —la felicidad de hace unos minutos le regresó de golpe—. La verdad es que lo supe desde un principio. Cuando te vi en la oficina… fue como si algo estallara dentro de mí. Me causaste mucho miedo y salí corriendo —Daniel avanzó unos pasos hacia mí. Yo retrocedí otros tantos—. Recuerdo que te seguí ese día. Lo lamento mucho. Y cuando te estaba espiando en el pasillo del súper mercado, te vi con ese mismo fantasma. Yo no sabía si solo estaba imaginando todo. Es solo que no estaba seguro de cómo acercarme y decir un: “Hola. ¿Tú también viste al muerto que pasó por ahí, o solo fui yo?” Sin sonar como un completo loco —continuó avanzando, y yo caminando de reversa.
No pude aguantar la risa, algo nerviosa, que me generó su comentario.
—Descuida, me pasaba lo mismo —respondí.
—¿Pero por que no estas tan sorprendida como yo? ¿Tú ya conocías a alguien como nosotros? —nos señaló, dando un paso más.
—No, claro que no. Es solo que desde hace tiempo que estoy segura de que no estoy loca —continúe retrocediendo, pero hasta ese momento me percaté de que ya no había más hacia donde huir, pues mi espalda chocó contra la puerta.
Daniel enseguida se percató de lo ocurrido, estando a pocos centímetros de mí.
—Disculpa —bajó la mirada, avergonzado—. Es que estoy muy emocionado —aún en la oscuridad, pude ver como su piel blanca se sonrojaba—. Y ya te lo dije, es como si no pudiera evitarlo.
—¿A que te refieres? —le pregunté, mirándolo a los ojos.
Recordaba muy bien cuando me tomaba la mano en el taxi casi como si no se diera cuenta, buscando mi cercanía. Pero aún no entendía el por qué.
—Ámbar —acarició mi nombre en su boca—. No se como decir esto sin sonar como un maldito loco intenso, pero siento algo hacia ti. Y ni siquiera sé cómo explicarlo… es como una fuerza que hace que me asustes, pero al mismo tiempo me hace querer estar muy cerca de ti.
De nuevo me dedicó esa mirada de niño que me aceleró el corazón. Fruncí el ceño. No, yo tenía novio… o algo así. Yo quería a Alberto. De este sujeto apenas y conocía su nombre. Todas esas emociones no podían ser nada bueno. Desvié la mirada, pegándome lo más posible a la puerta.
—Creo que… —me aclaré la garganta, incómoda—. Si ya es todo lo que tenemos que hablar, será mejor que vuelva a…
No había ni terminado de hablar cuando plantó su rostro contra el mío, buscando un beso. Todo mi cuerpo se llenó de adrenalina amarga en una fracción de segundo. Yo le tenía, Nahuael le temía. No podía siquiera tocarme un solo cabello sin que yo quisiera salir corriendo. Mi cuerpo actuó por sí solo, como si me encontrara en peligro de muerte. Lo tomé con fuerza por el pecho con las palmas abiertas y le pegué un empujón. Mientras retrocedía, mi cabeza calculó la distancia exacta para dar un paso y rápidamente atinarle un golpe en el rostro a puño cerrado. Daniel tropezó con sus propios pies y fue a dar hasta el suelo, cayendo sobre su trasero. Su rostro era una perfecta mescla entre miedo, sorpresa y dolor. Enseguida se llevó las manos a la mejilla.
—¡Te dije que no me volvieras a tocar! —le grité.
Temblaba de pies a cabeza, intentando contener mi rabia. Daniel se levantó en silencio y con calma. Me llené aún más de espanto y mi cuerpo se preparó para seguir peleando. Enseguida creí que se había molestado demasiado y me regresaría la agresión hasta besarme a la fuerza, o algo peor. Pero hizo algo completamente diferente. Caminó con la cabeza baja, y sin atreverse a mirarme, rodeando mi figura para llegar a la puerta. Con la mano que tenía libre quitó el seguro, dejando la salida abierta.
—Le hablaré a Carlos para llevarte a casa. Puedes esperar afuera si gustas.
No pretendía ser grosero, de hecho, parecía realmente avergonzado. Aún así opté por caminar a toda prisa hasta llegar a la puerta de la cochera, luchando por calmarme y preparándome para el próximo viaje en taxi que tendría que soportar. Pensé en hablarle a papá, para que viniera el mismo por mí en compañía de Alberto, eso me haría sentir mucho más segura, pero me convencí de que Daniel ya había recibido suficientes golpes por hoy.
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Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>
ParanormalDespués del caos y terror que ha pasado Ámbar, está dispuesta a iniciar una nueva vida. Pero ¿Podrá lograrlo? ¿O las sombras del pasado lograrán alcanzarla? 🧡LIBRO #2 *Terminada [El libro #1 *Terminado lo puedes encontrar en mi perfil]