Capítulo XXXIX

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Esta vez no tengo excusas :c
Toda esta locura de la cuarentena ha hecho que vuelva a retomar la escritura. Los amo ❤ gracias a todos los que aún siguen ahí.

Me lancé contra él con los cuernos por delante. El hombre se echó hacia atrás, cayendo de espaldas contra el suelo. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Su rostro reflejaba una sorpresa desbordante, pero al mismo tiempo admiración y gusto. Los conceptos solidos se esfumaron de mi mente. La adrenalina y el instinto corrían por mis venas negándome el acceso al mas mínimo razonamiento. No pensaba enfrentarme contra la bestia frente a mí, algo me hacia saber que bajo su piel también ocultaba una feroz criatura. Estiré las cuatro patas para brincar sobre él de manera ágil. Me siguió el movimiento con la cabeza, aun atónito. En un par de segundos ya me encontraba frente a la puerta principal. Estampé la cabeza con violencia un par de veces hasta que la madera cedió. Miré hacia atrás por un segundo. Él no me seguía. Sin pensarlo más continué mi carrera. Mis delgadas patas avanzaban a una velocidad sorprendente. Jamás nadie lograría alcanzarme. Mis pupilas se expandieron al máximo, intentando acoplarse a la oscuridad de la madrugada. Las calles no parecían el lugar mas seguro para mí, pues las pocas personas y vehículos se admiraban de mi presencia. Solo podía correr, asustada ante sus reacciones, pero mi instinto me estaba llevando hacia donde debía ir, solo que mi diminuta y difusa mente no lograba comprenderlo. Olfateaba aquí y allá, buscando, siguiendo un rastro. De vez en cuando algunos escenarios me parecían conocidos, lo cual me reconfortaba un poco. Aproximadamente en una hora logré abandonar la civilización. Atravesé un gran sector arbolado. Supe que estaba cerca cuando encontré el sector con las construcciones idénticas. Había un hombre justo en la entrada, supuestamente vigilando, pero se encontraba profundamente dormido recargado en una silla. Las calles estaban completamente solas, lo que me permitió trotar con un poco más de libertad. Disfruté de la quietud de la noche. Los grillos cantaban, ocultos entre los arbustos, y las copas de los arboles se mecían ante la brisa nocturna. Levanté mis grandes ojos oscuros hacia el cielo. Pequeños puntos brillaban alegremente. Las nubes de apariencia esponjosa viajaban lentamente sobre el firmamento. La luna brillante se encontraba casi llena en su totalidad, lo cual me generó una sensación desagradable e inexplicable. A pesar del paisaje apacible, en mi pecho no había paz. Mi interior estaba lleno de desasosiego e ira. Doblé en una de las esquinas de las calles y me eché a correr. Estaba tan cerca. Me detuve a media cuadra casi derrapando. Miré la casa justo de frente. Todas las habitaciones parecían oscuras y sumidas en la gran niebla de la quietud. Algo en el fondo me dijo que no podía simplemente llamar a la puerta de esta manera. Debía volver a ser yo. Me acerqué hasta situarme a uno de los laterales de la vivienda. Empecé a buscar la consciencia de Ámbar. Debía estar oculta en algún rincón de mi pequeña mente. Mis patas temblaron hasta hacerme caer al suelo. Entre contorciones, volví a ser humana. El frío de la madrugada me azotó el cuerpo entero hasta causarme un sinfín de dolorosos escalofríos, ya no tenía el pelaje para protegerme, ni mi ropa. Me encontraba hecha un ovillo, con las rodillas pegadas al pecho y abrazándome las piernas. Todo daba violentas vueltas a mi alrededor. No podía enfocar la vista en un solo punto. Mantenía los ojos abiertos de más, pues ya no era capaz de ver en la oscuridad. Me medio incorporé para estirar el brazo y tomar un gran pliego arrugado de lo que parecía ser tela posado sobre los grandes botes de basura. Sin detenerme a revisar de que se trataba, me lo enredé sobre los hombros. Me levanté con las últimas fuerzas que me quedaban. Mi organismo se encontraba cansado en exceso después de tantos traumas y transformaciones. Tenía la mente bloqueada, mis recuerdos habían sido guardados bajo candado, seguramente como una medida de protección. Solo tenía certeza de una cosa, debía lograr llegar a esa puerta antes de perder la consciencia y gritar a todo pulmón. Mis piernas parecían de gelatina. El tiempo que tardaba en avanzar parecía eterno, no podía escuchar nada mas que el zumbido en mis orejas, cosa que me desconcertaba aun más. Entre tropiezos, alcancé a sujetarme con ambas manos de uno de los barrotes de metal del garaje antes de desfallecer. Grité. Clamé a su nombre hasta con el último aliento de mi alma. Una y otra y otra vez. Nadie me respondió. Me dejé caer a la banqueta, cansada y desdichada.

—Por favor —imploré ya en voz baja y entre sollozos.

Ni siquiera estaba segura de a quien le oraba, tal vez solo a quien fuera el primero en oírme, pues no había mas camino para mí. Los segundos pasaron. Mis párpados ya empezaban a cerrarse sin mi consentimiento, cuando la puerta principal se abrió de golpe. La luz del interior de la casa me dio de lleno en el rostro, justo como si se me hubieran abierto la entrada al cielo. Daniel apareció corriendo a mi encuentro. Tenía los risos revueltos hasta el punto de ser cómicos y los ojos hinchados. Mas allá de la expresión de sueño, su rostro poseía una sorpresa desagradable y amarga. Movía los labios con desesperación, pero no era capaz de comprender lo que decía. Con las manos temblorosas, logró quitarle el seguro a la puerta, después de varios intentos fallidos a causa del nerviosismo. Se acercó a mí, exclamando mi nombre. No fui capaz de responder. En cuanto me miró la cara supo que algo andaba terriblemente mal. Pálida, sudorosa, y apunto de desmallarme, no debía ser lo mas alentador.

—¿Qué te pasó? ¿Alguien te hizo algo? —repetía, dudoso de tocarme.

Desesperado, al ver que no había cooperación de mi parte, me tomó por debajo de los hombros para medio cargarme. Justo entrando a la casa, las viejas telas cedieron, dejándome expuesta.

—¡Oh por Dios! —exclamó— Estás…

No pudo ni terminar la frase. Miró hacia enfrente y continuó, parpadeando rápido, haciendo todo lo posible por no mirarme. Lo escuché jadear y batallar para subir las escaleras por mi peso. Lo siguiente que recuerdo es el sentir de una cama mientras era cubierta por una gruesa cobija. Miré por última vez su rostro completamente enrojecido, seguramente por la vergüenza y el esfuerzo, antes de perder completamente la conciencia.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora