Capítulo LX

153 48 0
                                    

—¿Puedo preguntarle algo?

—Adelante —me lo permitió.

—¿Conoce a Cecilia, mi madre?

Moría por conocer su paradero, quizá él podría ayudarme.

—Esa mujer ni siquiera pasó por aquí. Fue directamente hacia “arriba”, se lo merecía, después de cuidarte por tanto tiempo.

Mi pecho se agitó al escuchar sobre ella. Mi madre estaba bien en algún lugar, al parecer, en el cielo.

—¿Y hay alguna manera de que la vea? —pregunté con entusiasmo.

—Por obvias razones, a ti no te van a dejar pasar. Podría… intentar otra cosa, pero si ella baja no volverá a subir.

—Pero… —balbuceé.

—¿Eres tan egoísta para dejarla vagando por aquí por la eternidad solo por verla unos segundos? —me interrumpió.

No le respondí. Supuse que tenía razón, así era mejor. Cecilia había muerto de una forma horrible, tratando de defender a su incorregible hija. Se merecía paz y dejar de sufrir.

—¿Cómo llego con Daniel? —retomé el tema dispuesta a completar mi misión.

Esa vez no tuve una respuesta verbal, sino con acciones. El señor del infierno cerró su ojo por un segundo. Ver como sus párpados escamosos se movían de forma horizontal me causó repugnancia, pero para cuando volvió a abrir la mirada algo en su estructura había cambiado. Su pupila se había dilatado y tenía una apariencia nubosa. En su interior se dibujaba un bosque, como si se tratara de un reflejo. Enseguida me pregunté cómo demonios es que entraría ahí. Empecé a acercarme con cautela. Mis pasos eran titubeante mientras me acercaba al gran ojo, pues aún me horrorizaba. Llena de sorpresa y curiosidad, lo toqué apenas con las puntas de los dedos. Lo atravesé como si fuera agua. El señor del inframundo no emitió sonido alguno. Ahora que estaba segura, de un fuerte suspiro antes de ingresar por completo.

—Buena suerte, Ámbar —me dijo antes de terminar de llegar al otro lado.

Me recibió la humedad del bosque, debido a que una densa y blancuzca niebla llenaba el lugar bordeando los troncos de los árboles y cubriendo el pasto. Los nahuales habían elegido un escenario natural para tener presa el alma de Daniel, pues seguramente era donde se sentían más seguros. Se trataba de una puesta que habían creado especialmente para capturar al chico, justo como mis tías lo hicieron. Claro que estaba vez eligieron un ambiente mucho más sombrío. La maleza era alta y espinosa. La tierra era negra al igual que los árboles carentes de hojas, sus troncos eran delgados y secos, sus ramas oscuras se mecían ante la brisa causando toda clase de crujidos cuando chocaban entre sí. El cielo grisáceo y plagado de nubes me daba la impresión de estar bajo una manta. A mi alrededor podía respirar un aire de desolación y muerte.
No habían pasado ni un par de segundos cuando un sonido hizo estallar mis sentidos. Algo se movía con rapidez justo hacia mi espalda. Me giré alerta y lista para pelear, pero lo que vi me dejó pasmada y me hizo bajar la guardia.

—Na-Nahuael —tartamudeé el nombre mi viejo amigo.

Su presencia me hizo palidecer. Levanté el rostro para poder mirarlo a los ojos. Sus altos y grotescos cuernos se confundían con las ramas.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté atónita.

—Siempre estoy contigo —me respondió su boca sin labios.

—¡Mentiroso! —le grité con furia y sin que me importara el ser escuchada—. ¡Me abandonaste!

—Creí que eras más lista —me interrumpió.

Maldita escoria, pensé mientras lo miraba con repugnancia. Apreté la mandíbula ante la creciente desconfianza. ¿Cómo se atrevía a aparecer así como así?

—Ella no debía saber que yo estaba ahí —me explicó. Al pronunciar la palabra “ella” su boca expresó repugnancia—. Cuando estuve seguro de que Daniel la tenía consigo me reduje a prácticamente nada dentro de tu mente para que no pudiera olerme ni el rastro, de lo contrario, nos hubiese matado a los dos. ¡Te advertí que te alejaras de él, pero eres tan terca! —gritó exasperado.

—Así que de eso se trataba todo… —susurré para mí.

Nahuael se había escondido de Zuzú como la sabandija asustadiza que era. Obviamente era más poderosa que él. La demonio que traía Daniel consigo servía como una clase de antídoto pata el mío, pues neutralizaba a Nahuael.

—Hay una manera de eliminarla, debes convencer a Daniel de…

—¡No! —grité. Estaba completamente harta de esos juegos—. ¡Lo haces por conveniencia! Lo sé todo, hablé con tu padre.

Nahuael se quedó sin habla. No iba a permitir que me utilizará como arma contra Dany y Zuzú. Nahuael se volvió humo en cuestión de segundos y desapareció. Creí que había sido por el impacto de mis palabras. Me giré resoplando y dispuesta a seguir mi camino, pero me detuve en seco al toparme con una cara conocida.

—Mario —le hablé sorprendida—. ¿Pero como llegaste…?

El joven atravesó la distancia que nos separaba en un par de zancadas. Fue tan veloz que no me permitió notar la violencia de sus movimientos y la ira en su mirada.

—Maldita perra —me pescó por el cuello con fuerza—. Tú has tenido al enemigo de Zuzú todo este tiempo.

—Si me matas, no podrás volver —lo intenté chantajear mientras me ahogaba.

Intenté liberarme de su agarre forcejeando y empujándolo por el pecho, pero todo fue inútil. Estaba cortándome la respiración.

—Si te mato, y después rescato a Daniel, regresaré como un héroe —me explicó su plan con los dientes apretados—. Zuzú nos ayudará a volver.

—¿No crees que si Zuzú supiera como escapar ya lo habría hecho antes?

—¡Cállate, bruja! —me interrumpió con un grito al momento que me sacudía—. No quiero escuchar ninguna de tus palabras venenosas de serpiente.

Muy por encima de mis oídos taponados pude escuchar un sonido airoso que provenía de entre los árboles, el cual nos erizó la piel a ambos, pues se trataba de un feroz aullido.
Lobos. Fue la primer palabra que se me vino a la mente. Mario giró un poco la cabeza hacia el interior del bosque. El segundo alarido del animal fue lo suficientemente aterrador como para que me soltara y saliera corriendo, pues las bestias se escuchaban cada vez más cercanas. Caí al sueño sobre rodillas y manos jadeando sin parar. Enseguida intenté levantarme para también huir pero la falta de aire me había dejado tan mareada que volví a caer de frente.
Logré avanzar un poco, pero me detuve asqueada ante la escena que apareció frente a mí. Al levantar la vista ligeramente hacia el cielo se podía ver el cuerpo de lo que parecía ser una mujer con las extremidades encajadas en las ramas altas de la copa de un árbol. Había muerto hace poco tiempo desangrada o por las heridas. Los lobos me alcanzaron mientras pegaba de arcadas gracias a las ganas de devolver el estomago. Por acto de instinto me hice una bolita abrazando mis rodillas sobre el pasto seco. Bien sabía que no tenía oportunidad de pelear y vencer contra una mañana de canes. Simplemente esperaba lo peor cuando los animales comenzaron a rodearme. Corrían de manera salvaje tras otra presa, yo no era de su interés. Pasmada, levanté el rostro para mirar como se alejaban hasta perderse en los matorrales. Eran una manada como de cinco lobos. Un par de segundos después se escucharon los desgarradores gritos de Mario llenando el lugar. No pude evitar imaginar cómo lo mordían y desgarraban. Aunque no era mucho de mi agrado, la idea me indujo al llanto. Debía darme prisa para encontrar a Daniel. Sin embargo, interrumpí mi carrera cuando escuché algo acercase a mí desde los matorrales cercanos. Un enorme lobo negro salió de entre los arbustos. Retrocedí jadeando y llena de susto. Su tétrica y salvaje apariencia me recordó a la de mi tía Olga cuando se transformaba en perro. Después de todo, estaba en el mundo de los muertos, fácilmente podía topármela. De ser así estaría frente a una bestia dispuesta a matarme. Bien podrían ser los últimos segundos de mi vida.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora