Capítulo XIII

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Sin embargo, la silueta actuó de una manera completamente diferente a lo que esperaba, pues empezó a desaparecer poco a poco frene a mis ojos, hasta desaparecer por completo. Aún sin apreciar la presencia, me mantuve helada por varios segundos. Podía sentir dolor en los músculos por tanta tensión. El sudor agrio salía de los poros de mi frente hasta apelmazarse en mis cejas y escurrir por los costados de mi cara. Mi respiración se mantenía acelerada en exceso, pues el terror no se largaba de mi interior. Presentía que allá afuera aún había algo asechándome. Pero tenía que liberarme de tan agobiante tortura, en el exterior de los baños había unas clases que me esperaban, motivo que me ayudaba un poco a mantener la cordura. Lancé un suspiro tembloroso mientras contaba hasta tres mentalmente. Empecé a destrabar mi pierna, moviéndola lentamente hacia abajo, acto que fue un gran error, pues cuando mi pies estuvo a punto de tocar el suelo húmedo y resbaladizo una huesuda mano gris me pescó por el tobillo. El sonido fuerte y gangoso del timbre sonó en el momento justo en el que pegué un chillido, logrando callar mi grito. Rápidamente la figura empezó a ingresar al cubículo por la abertura que había entre el suelo y la  puerta. Hiperventilando, pude reconocer ese rostro asquearte. El espíritu de mi tía Olga parecía más demacrado que la última vez que la vi. Su piel parecía gris y de papel, sus ojos rojos e hinchados daban la impresión de que fueran a explotar en cualquier momento. Me miraba con odio y frustración, su expresión era de una preocupación extrema y dolida. Me gruñía mostrándome sus dientes amarillos y malolientes. Intentaba alcanzarme con movimientos rápidos usando sus largos brazos como garras. Luchaba por avanzar en mi dirección, pero no lo lograba gracias a que su robusto y ancho cuerpo quedaba atorado por el pecho en el pequeño espacio por el que quería ingresar. Por mi parte no paraba de lanzar agudos y repetidos chillidos entrecortados por el horror que sentía. Recogía las piernas de manera desesperada mientras hacía lo posible por no caer dentro de la taza. Actuando por reflejo, le estampé una fuerte patada en cara. No pareció dolerle, pero la desubicó por un segundo, cosa que aproveché para dejarme caer al suelo e intentar escapar a gatas por el espacio por debajo entre mi cubículo y el del costado. Olga enseguida hizo lo posible por pescarme un pie, pero gracias a la adrenalina fui más veloz. Me arrastré por debajo de la fila de cubículos hasta estar lo más cerca de la puerta. Salí a toda prisa, sin poder evitar que mis codos y rodillas resbalaran en los charcos de agua en repetidas ocasiones. Una vez que logré ponerme en pie ni siquiera miré hacia atrás, pues eché a correr hacia la salida. Me alejé lo más que pude y lo más rápido posible. A mi alrededor podía ver las figuras desdibujadas, gracias a la velocidad a la que iba, de algunos compañeros rezagados a punto de entrar a las clases. Me dejé caer sentada sobre una de los grandes maseteros del patio. Coloqué mis codos sobre las rodillas y sostuve mi cabeza entre mis manos. Mi interior aún se encontraba muy desorientado y en ligero estado de shock.

—Eh. ¿Ámbar? —una voz desconocida me sacó de mis pensamientos.

Levanté la mirada de golpe, sintiendo un ligero mareo. Frente a mí había una joven, su aspecto me parecía bastante conocido, gracias al miedo que aún me llenaba el cuerpo tarde varios segundos en ubicarla. Era una compañera que se sentaba a solo unos asientos de mi lugar, la recordaba porque era de las que más había prestado atención en la pequeña charla con Mario y Daniel. Su cuerpo era algo regordete y su busto muy grande, pero su rostro era amable y bonito. En cuanto tuvo contacto con mi rostro su expresión cambió completamente, pues empezó a mirarme con aprensión frunciendo el ceño.

—¿Estas bien? —me preguntó bajando la voz.

Casi podía imaginar mi aspecto. Sudorosa, con las pupilas dilatadas, y pálida como un muerto, como Olga.

—Si, si. Solo me duele la cabeza —mentí casi con un susurro. El nerviosismo empezó a llenarme el estómago.

—Te ves del asco —lanzó una risita—. ¿Vas a entrar a clase? ¿O quieres venir conmigo a las canchas a refrescarte un rato? Amanda y Mita están ahí —me avisó, como si yo supiera quien carajos era “Amanda y Mita”.

—Te acompaño —intenté sonreír.

Ella parecía amigable, y no tenía deseos de otro enfrentamiento con el raro de Daniel. Mis emociones no iban a poder con tanto peso. Me levanté lentamente. Mi cabeza volvió a marearse. Intenté parecer lo más normal posible mientras caminaba a su lado, a pesar de que las piernas aún me temblaban.

—¿Y te gusta esta escuela? —me preguntó enseguida, intentando hacerme platica.

—S-si —no pude evitar tartamudear. Aún tenía la voz temblorosa.

Ella me miró de reojo, pude ver la extrañeza en su expresión. Seguro pensaba que yo era una persona demasiado rara. Si, solía ser bastante tímida e introvertida, pero mi actitud anormal era causada por el terrible miedo que acababa de pasar.

—Y… —dudó—. ¿Por dónde vives?

Parecía algo forzada a preguntarme todo eso, como si realmente no deseara hacerlo. No entendía bien porque me hablado. Empecé a sentirme incómoda.

—La verdad no lo sé, no soy de aquí, me acabo de mudar —respondí.

—¿Con toda tu familia?

—mmm algo así. Solo somos mi papá y yo —medio expliqué en voz baja.

Una agria y dolorosa sensación me apareció justo en el pecho. Los ojos me esperaron a escocer solo de pensar en mamá. Intenté controlarme y alejar esos pensamientos, pues sería muy vergonzoso llorar en mi primer día de clases, en especial frente a quien me había hablado amablemente.

—Oh ¿Divorciados? —inquirió mientras volteaba a mirarme sin ninguna emoción en especial, como si me preguntara cual era mi color favorito.

Solo asentí torciendo los ojos, imitando su indiferencia, como si fuera un tema asqueroso y trivial. Tenía la gran necesidad de mentir, pues decir la verdad daría pie a muchas preguntas y explicaciones difíciles e innecesarias, situación que quería evitar.

—Entiendo, los míos igual. Ya es algo normal —lanzó una risa.

También le sonreí, intentando congraciarme. Por lo menos tenía algo que fingir con ella de que estábamos en común. En todo ese tiempo había estado caminando a su lado, pero dejando el suficiente espacio como para no rozarnos o para que no notara mi temblorosa actitud. Al parecer nos dirigíamos hacia el fondo de la escuela. Pará ese entonces ya ningún alumno deambulaba por los patios, pues seguro se encontraban en sus clases. Me sentía muy tensa cada vez que alguien mayor, seguramente algún maestro, pasaba cerca de nosotras. Pero mi compañera no decía absolutamente nada, y ellos fingían no mirarnos, como si simplemente no les importara. No tardamos mucho más en llegar a nuestro destino. Eran tres canchas en total, dos pavimentadas y con viejas canastas para baloncesto incluidas, y la última hecha de pasto natural para jugar fútbol. El lugar se veía algo enmontado y descuidado. Sin techo alguno, daba como resultado a un gran espacio al aire libre bordeado por una alta barda color mostaza, que a la distancia en la que estaba, parecía diminuta. Además, todo estaba completamente desierto, a excepción de dos pequeños bultos sentados sobre una jardinera bajo la sombra de un árbol. Seguramente se trataba de las amigas de ella, pues al vernos ambas levantaron los brazos para agitarlos como un gesto de saludo. Mi acompañante apresuró el paso con una sonrisa, y no me quedó más que imitarla. Me dediqué a prestarle atención a su aspecto. Ambas tenían el cabello oscuro, solo que la tenía los lentes negros era más morena que la otra, quien tenía un horrible flequillo. Ellas también me miraron de manera extraña, incluso podía decir que algo sorprendidas.

—Beatriz ¡Si la trajiste! —dijo la de lentes.

«Beatriz», repetí en mi cabeza, solo para intentar no olvidar el nombre de la compañera que me había llevado hasta allá.

—Te dije que lo haría —sonrió esta.

Tardé varios segundos en darme cuenta que se referían a mí.

«¿Esto ha sido una especie de reto?» me pregunté, sintiéndome bastante boba. Una vez que estuve bien plantada frente a ellas las tres se quedaron calladas y me vieron fijamente, como buscándome alguna tercera oreja, como esperando a que me diera una voltereta.

—¿Qué pasa? —pregunté sin poder resistir mucho más. Planeaba utilizar una voz más firme, pero apenas y fue un susurro.

Ellas se miraron entre sí para enseguida echarse a reír. No pude más que imitarlas con nerviosismo.

—Vale, vale. Lo siento —dijo Beatriz recuperando el aliento—. Yo quería hablar contigo normal y todo el rollo. Pero Amanda —señaló a la joven de lentes—, quería preguntarte una cosa en especial.

No pude sentirme más nerviosa en ese momento. Enseguida miré a la mencionada, esperando sus palabras. Pero ella se cubrió el rostro en símbolo de vergüenza mientras reía. Esto era demasiado raro ¿Acaso era una broma?

—¡Lo diré yo! —exclamó con desesperación la del fleco asqueroso—. Amanda quiere saber si te gusta Mario.

—¿Qué? —solté enseguida, frunciendo el ceño y el gesto. No pude evitar sentirme como en la primaria.

—¡Si! Vi que lo mirabas durante la clase. Y la verdad es que la estúpida de Amanda lleva los tres años enamorada de él, y lógicamente Amy no es competencia para ti.

—Oh —exclamé, intentando acomodar las ideas.

—¡Cállate! A ti también te gustaba —recriminó la de lentes.

—En primer semestre —dijo Beatriz torciendo los ojos—. ¿A quien no le gustó cuando entramos?

Beatriz tomó asiento dando unas palmadas a su costado, invitándome a imitarla. Lancé un pequeño suspiro, intentando que mi corazón se calmara un poco. Justo frente a mí tenía una buena opción para tener amistades y fingir ser normal, por lo menos durante la escuela. Si, parecían bastante infantiles, pero así evitaría ser la rara y solitaria que come en el baño del instituto, justo como los años pasados. Opté por sentarme y seguirles el juego.

—Pues no, el tal Mario no me agrada ni un poco —me atreví a decir.

—¡Que suerte! —exclamó Amanda, quien me parecía bastante tonta. Mario parecía esa clase de persona extrovertida con sin fin de pretendientes, dudaba mucho que supiera sobre los sentimientos de la pobre Amy.

—¿Y que dices de Dany? —preguntó Beatriz, quien había estado más cerca del show.

—Es… raro —solté sin pensarlo mucho.

Todas rieron. Yo también lo hice, aunque sin saber exactamente el por qué.

—¡Está en mi cabeza! ¡Está en mi cabeza! —la del fleco alzó la voz de repente, utilizando un tono bobo y teatral mientras fingía llorar, como imitando algo.

Las carcajadas se hicieron más fuertes. Me quedé callada, pues no había entendido absolutamente nada. Las miré expectante, esperando que acabarán de reír.

—Es que pasó algo con Daniel el primer día de clases —empezó a hablar Beatriz mientras limpiaba las lágrimas que habían brotado de sus ojos por tanta risa—. Dile Mita, tu lo cuentas mejor.

—Estábamos en la primera clase —la joven del fleco obedeció—. Ya sabes, lo típico. Nos hicieron pararnos a decir nuestros nombres y quien sabe cuántas babosadas más. El punto es que cuando fue el turno de Daniel de la nada se torció horrible y se puso a gritar “¡No! ¡No! ¡Sal de mi cabeza! ¡Está en mi cabeza! ¡Está en mi cabeza! —de nuevo hizo los mismos gestos—. Todos nos asustamos demasiado, pues se lo tuvieron que llevar y no vino al otro día, pero después nos reímos mucho.

—¡Si! —exclamó Amanda—. Dany es bastante raro. De no ser por su primo Mario lo molestarían demasiado. Él no deja que le digan nada, siempre lo defiende. Por que además de estar bien rico, tiene buen corazón.
Las tres volvieron a reír. Esta vez no pude imitarlas. Había escuchado el relato completo de manera algo boquiabierta. De manera que Daniel decía que tenía cosas dentro de su cabeza…

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora