Capítulo XXXI

240 64 21
                                    

Pegué un gran respingo cuando volvió a tomar mano. Su contacto directo aún causaba en mi interior extrañas reacciones. Tenía la palma de la mano húmeda y sudorosa, las mías no debían estar mucho mejor, aún así me pareció ligeramente repulsivo e incómodo. ¿Quién le había dado permiso de tocarme?

—Quiero bajarme —logré articular, soltándome de su agarre con un tirón. Mi voz había sonado mucho más autoritaria de lo que había esperado, dejándome satisfecha.

Enseguida logré llamar su atención. Se volvió hacia mí de manera rápida. La piel blanca de su rostro se encontraba rojiza hasta el punto de parecer estallar gracias a la carrera. Sus rizos castaños se apelmazaban sobre su pequeña frente gracias al sudor. Tenía aún la mirada inundada en miedo. Parecía un niño inocente y asustado, algo tierno me atrevería a decir. Intenté no distraerme mucho con eso.

—No voy a dejarte aquí botada a media calle, Ámbar —hablaron sus delgados labios, frunciendo el ceño.

Mi pecho se agitó solo de escuchar su voz, algo más gruesa de lo que esperaba. Al fin estaba hablándome de frente. Casi que no lo podía creer.

—No quiero ir contigo ¡Actúas como un psicópata! —exclamé.
Abrió un poco los ojos por la sorpresa. No sabía si lo había ofendido, esperaba que si. Gracias a todo el miedo y la emoción no pensaba muy bien lo que decía. Su presencia nunca dejaba de parecerme embriagante.

—Pero si tu fuiste la que me estuvo mirando como desesperada toda la mañana —refutó.

—¡Oh, vamos! —alcé la voz, indignada— Tú lo hiciste los días anteriores.

—Es por que me debes muchas explicaciones —me miro a los ojos.

—¿Yo? —pregunté con sarcasmo— Déjate de tonterías, yo no te debo absolutamente nada ¡Quiero bajar ahora mismo!

—Pues abre la puerta —desvío la vista hacia enfrente—, y salta —se encogió de hombros.

Apreté los dientes. Que idiota. Enseguida quise golpearlo.

—En cuanto este carro se detenga, bajare y correré hasta encontrar un policía y te acusaré a ti y al estúpido que va manejando de secuestro, por que eso es lo que están haciendo —hablé con odio.

Me quedé sorprendida ante la naturalidad con la que el tal “Carlos” seguía conduciendo. Todo parecía indicar que ya se conocían, pues sabía su nombre, ¿acaso ya era habitual para él que Daniel encerrara a jóvenes histéricas dentro de su carro?

—Escúchame Ámbar —suspiró—. Puedes calmarte, venir conmigo y hablar. Te prometo que después de eso te iré a dejar a tu casa sana y salva.

No le di respuesta. Me quedé callada mirando al suelo, inmóvil. Al fin estaba pasando lo que tanto había deseado. Podría arreglar las cosas con él, saber lo que realmente estaba pasando por su cabeza. Al parecer los dos teníamos dudas el uno para el otro. En ese momento el carro fue bajando lentamente la velocidad. Alarmada, miré hacia la ventana. Un semáforo en rojo ya nos esperaba. Mi corazón se aceleró. También pude sentir la tensión de mi compañero a mi costado. Mi interior se debatía entre huir, o quedarme. Solo tenía unos pocos segundos.
Contuve la respiración hasta que el semáforo regresó a la luz verde. Carlos arrancó con lentitud, casi como si temiera que me decidiera por saltar en último momento. Pero no podía perder esta oportunidad.

—Gracias —susurró aliviado, mirándome de reojo.

Me quedé cayada, sin creer lo que había hecho. Daniel empezó a mover su mano hacia mí regazo, tentando. Rápidamente me di cuenta de que intentaba tomar la mía de nuevo cuando rozó nuestros dedos.

—¡No! —exclamé, haciendo hacia un costado— No me toques. No quiero que lo hagas.

Sentí como mi respiración se aceleraba. Mi cuerpo se preparaba para defenderse.

—Si, lo siento —se encogió en su lugar— Realmente no lo hago adrede.

Pude ver como se sonrojaba por la vergüenza. No comprendí con exactitud sus palabras, ¿algo más lo incitaba a tener contacto conmigo? Sea cual fuera la razón, no estaba dispuesta a permitirlo. Solo necesitaba hablar con él, aclarando todo al fin de una vez por todas.
El resto del camino transcurrió en silencio, uno bastante incómodo. Incluso intentaba respirar despacio para no escucharme. Era obvio que debíamos esperar a estar solos para empezar, y que el taxista no se diera cuenta de nada. Me la pasé mirando por la ventana, y me asusté cuando las casas y construcciones fueron desapareciendo del camino para ser suplantadas por pinos altos y verdes, además de maleza. Si no me equivocaba, nos encontrábamos a las afueras de la ciudad.

—¿Hacia donde vamos? —le pregunté, volviéndome hacia él con el corazón acelerado.

Había tantas noticias circulando por ahí de chicas encontradas muertas, que no podía evitar pensar lo peor. Después de todo, él parecía un completo loco.

—Tranquila —me sonrió un poco—. Lo siento, debí mencionarte que mi casa está en un fraccionamiento un poco alejado.

Solo rogué internamente que no fuera mentira, encogiéndome en mi asiento.
Aproximadamente unos cinco minutos después, los tejados de muchas casas blancas aparecieron en el horizonte. Intenté ocultarlo, pero suspiré aliviada. Antes de entrar al cumulo de viviendas, nos topamos con una casilla de vigilancia, donde le pidieron una identificación al conductor. Las calles del interior parecían calmadas y limpias, con uno que otro parque o plazoleta aquí y allá. Las casas eran en su mayoría blancas y de dos pisos, de un estilo minimalista, a excepción de unas pocas a las que les habían hecho ampliaciones o arreglos. Definitivamente parecía un lugar algo adinerado. No pude evitar sentir incrementarse ese profundo dolor que siempre acompañaba a mi corazón en silencio, pues el ambiente tenía la pinta de donde solía vivir con mamá.
Después de pasar por algunas entre calles idénticas, nos detuvimos frente a la casa con el número 404. Esta mantenía la misma estética que los demás, pero le habían agregado un piso extra, además de que estaba pintada en tonos opacos y grises. Las bardas altas y rejas de cochera negras hacían imposible el acceso no autorizado desde el exterior, pero también la salida. Tragué saliva. Me pareció una construcción bastante imponente.
Daniel sacó su billetera y le pagó a Carlos con total naturalidad.

—Aguarda aquí, ahorita te abro —me dijo antes de salir del carro.

«Oh no, tú no vas a ordenarme cuando debo bajar» pensé, al momento que salía del vehículo con rebeldía. Me paré con los pies firmes de frente a la casa mientras espera a que Daniel diera la vuelta. El taxi arrancó y se marchó enseguida, dejándonos completamente solos.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora