Capítulo XLII

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Por ciento, Cuidado con las voces (el libro #1) ganó el 2do lugar en concurso en la categoría de terror, pronto pondré eñ stiker en la portada

—Veníamos por ti para ir a comprar el almuerzo, pero no creo que quieras acompañarnos —le dijo su madre, con una sonrisa de complicidad.
Daniel asintió, con un poco de vergüenza. Se despidieron de nosotros, y se apresuraron a salir con la excusa de que querían regresar rápido para que todo estuviera listo cuando llegaran los demás invitados.

—¿Qué demonios acaba de pasar? —le pregunté en cuanto escuché el carro saliendo de la cochera.

—Solo les dio gusto verte —se encogió de hombros, evitando mirarme.

—¿Por qué? —inquirí incrédula.

Cualquier padre se habría vuelto loco de llegar a casa y encontrarse con una situación así. 

—Les… agrada —tartamudeo—. Creían que era gay.

—¿Nunca has tenido una novia? —me aguanté las ganas de reír ante la ironía de los hechos, eso explicaba por que me veían como un unicornio.

—¡Oh, por supuesto que sí! —exclamó—. Solo que no las traigo a casa.

—No te hagas en chico malo conmigo —me crucé de brazos—. No te queda.

—Ya, ¿okey? No, nunca —respondió, irritado.

—Oye, descuida —sentí un poco de compasión—. Yo tampoco, eso pasa con los raros.

Sonrió, viéndome a los ojos. No pude evitar pensar que si no fuera por su actitud extraña, perfectamente podía pasar por un chico tierno. Me ruboricé un poco. Tenía que dejar de tener esas ideas.

—No intentes distraerme —sacudió la cabeza—. Me debes una explicación.
Asentí, decidida. Ya había empezado a entre abrir los labios para comenzar a hablar cuando se escuchó que tocaron el timbre.

—¡Mierda! —exclamó—. Siempre estoy solo en esta casa, y cuando estás tú no podemos cruzar ni un par de palabras.

—¿Qué le vamos a decir a Mario? –pregunté, sintiendo que el pecho ya se me desbocaba, ignorando su pequeña rabieta.

—Pues lo mismo que a mis padres —se encogió de hombros. Me miró con rareza y el ceño ligeramente hundido por unos segundos—. ¿O acaso importa lo que diga mi primo?

Me quedé callada. Yo sola me había echado de cabeza al hacer ese comentario. Dany no sabía lo que ocurrió en la fiesta, pero debía calmarme, seguramente para Mario no había significado nada especial nuestro pequeño ligue, después de eso el debió de haber seguido la noche con otra chica. Mi compañero resopló, encaminándose a la puerta.

—¡Ey, Danysito! —escuché la gruesa voz de Mario—. ¿Por qué faltaste a clases?

Entró pisando fuerte. Pude ver que aun traía puesto el uniforme del instituto. Enseguida le dio un abrazo rápido y vigoroso a su primo. Claro que el acto se vio interrumpido al notar mi presencia. Se separó de su primo, quedándose helado.

—¿Ámbar? —inquirió, como batallando para reconocerme.

No pude responder. Me sentí como una estúpida ahí parada frente a las escaleras.

—Ahora entiendo por qué ninguno de los dos fue a la escuela —dijo con una expresión traviesa.

Mario actuó como si nada y desvío el tema de conversación hacia el ámbito familiar, diciendo que se habia adelantado a su padre llegando directo al salir de la escuela. Se dejó caer sobre uno de los muebles de la sala, sin molestarse en tirar un cojín al suelo por su brusco movimiento. Pronto el tema fue ignorado, pero yo me sentía tan incómoda que no sabía que hacer. Permanecí junto a Daniel todo el tiempo, callada y en silencio, no tenía deseos de participar en su charla, además, no les entendía nada. Tuvimos que esperar pacientemente a que regresaran sus padres. Claro que la comida fue mucho peor. El padre de Mario era un sujeto callado y de expresión firme, incluso me daba un aire militar, solo se dedicaba a bromear con su hijo, al cual le encontraba mucho parecido. Daniel permanecía, al igual que yo, comiendo en silencio e intentando hacer el menor ruido posible. Mario comía como un animal, solo pedía más y más. Se dedicaba a mirarme de reojo bastante seguido. Los padres de Dany eran los únicos que acaparaban la conversación. Tuve que escuchar platicas de hospital como por una hora y media. Daniel me veía con gesto de disculpa, esto debía ser lo cotidiano para él. Cuando la señora dijo que estaba muy contenta de tener como invitada a la novia de su hijo, Mario casi se ahoga con su pedazo de pollo y el tío Fede lanzó una sonora carcajada.

—Muchas gracias, señora —respondí con una sonrisa forzada, levantándome de la mesa con mi plato vacio en manos.

Incapaz de seguir con la farsa por un segundo más, anduve hasta la cocina. Me dirigí hacia el lavadero, pues desde ahí no había vista hasta el comedor. Solo quería perder un poco de tiempo. Moría por que esa situación terminara. Escuché que alguien mas entró a la cocina, avanzando hacia mi espalda. Creí que se trataba de Daniel, pero en cuanto me giré vi un rostro diferente. Mario también traía su plato en mano. En silencio, se colocó a mi lado, invadiendo mi espacio personal, sin molestarse en incomodarme con su cercanía. No quería estar a solas con él. Me disponía a marcharme, pero sus palabras me detuvieron.

—Y yo que realmente creí que eras demasiado tímida y te gustaba ir lento —me miró—. Pensé que esa noche en la fiesta te había espantado, ¿y ahora resulta que te acuestas con mi primo?

Su pregunta había sido directa y coniza, y se había sentido justo como una puñalada. Los rodeos no funcionaban con él, simplemente tiraba a matar. Me alegraba irlo conociendo.

—¿Celoso, Mario? —le reté sin bajar la mirada.

No me iba a molestar en negar aquella calumnia, no tenía caso. Lo peor que podía hacer era mostrarme sobajada ante su actitud de matón.

—No seas estúpida —lanzó una carcajada—. Tengo mucho mejores que tú tras de mí.

—Y sin embargo, estás aquí reclamándome solo a mí.

Eso bastó para que desviara la mirada, dejándolo cayado por varios segundos.

—Yo solo me encargo de cuidar a mi primo de putas oportunistas como tú —respondió.

—¿Así les llamas a las que no aceptan nada contigo, putas? —alcé las cejas.

—Déjate de tonterías Ambar Lorena Medina Ocampo —habló con los dientes apretados.

Al terminar, le azotó un fuerte golpe a la barra con la mano extendida. Se me heló el corazón. Sus palabras y actos bruscos habían logrado sacarme un respingo. Mi madre y yo solíamos compartir el segundo nombre, solo que siempre lo había odiado, volver a escucharlo me revolvió el estómago, ¿Cómo es que sabía mi nombre completo?

—Los dos sabemos que aquí hay algo mas que una simple pelea infantil. ¿Qué es lo que quieres con mi familia? —concluyó.

—No sé de que me hablas —casi susurré, haciendo lo posible por mostrarme entera y fingir demencia.

—Eso espero, Lorena.

Apreté la mandíbula. ¿Por qué me llamaba por el nombre de mi madre? Era imposible que el supiera algo… Me enfermaba el simple hecho de que se atreviera a pronunciar su bendito nombre, casi debía ser considerado una blasfemia.

—¿Qué pasó? —Daniel apareció por la puerta de la cocina, preocupado por el golpe.

—Nada —respondió Mario—. A Ámbar se le cayó un plato.

Sin decir más, salió de la cocina, dejándome con un mal sabor de boca. Sabía mis apellidos. No pude evitar pensar en qué pasaría si buscaba a Jerry y le decía donde estaba.

—¿Estas bien? —me preguntó.

Negué meneando la cabeza, intentando contener mis ojos cristalinos. Seguramente sin querer, pero Mario había tocado una fibra muy sensible dentro de mi ser al nombrar a mi madre. Podía sentir como la herida en el pecho empezaba a cuartearse. Si no hacía algo, me desboronaría en cuestión de minutos. Ambos escuchamos como Mario se despedía de todos rápidamente. Parecía tener prisa por irse. Le prometió a su padre verlo más tarde en su casa.

—¿Quieres salir a caminar? —preguntó, seguramente no quería que me vieran llorar.

Asentí. Prefería cualquier cosa a estar ahí dentro y seguir adelante con la farsa tan humillante. Me tomó de la mano, y está vez se lo permití. Salimos de la cocina y atravesamos la sala con rapidez.

—Vamos por algo a la tienda —les avisó a sus padres antes de cerrar la puerta.

Caminamos por la cochera en silencioso. Cuando llegamos a la banqueta aun podía ver la silueta de Mario casi llegando a la esquina de la calle.

—Hay que ir hacia el otro lado —le pedí, lo que menos quería era llamar su atención.

Era un día caluroso. Muy pocas veces pasaba un auto por las calles. Todos parecían estar encerrados en sus respectivas casas con el aire acondicionado encendido. Buscaba con la mirada alguna sombra para cubrirnos. Pronto encontré un árbol justo en la esquina de la acera contraría.

—Vamos —lo señalé—. Ahí podremos hablar.

Dany solo asintió. Había una sensación extraña en el ambiente. El aire se encontraba lleno de silencio, imponiéndolo también sobre nosotros. Volteaba hacia atrás una y otra vez. No podía dejar de sentir que algo me miraba. Intenté tranquilizarme y respirar lento. Seguramente solo eran los nervios que me quedaban después de la discusión con Mario. Estábamos por llegar cuando el sonido del motor de un auto apareció a nuestras espaldas. No le presté importancia. Creí que solo era un vehículo más que pasaría de largo por la calle. No podía estar más equivocada, pues el coche se detuvo justo al costado de Daniel. Fue un estacionamiento brusco y rápido. El cual hizo brincar a Dany por reflejo y empujarme un poco.

—¡Eh, muchacho! —escuchamos la voz de un hombre.

Ambos volteamos, algo asustados. Adentro había cuatro sujetos, parecían comunes, vestían ropas normales, pero estaban muy quietos y serios, a excepción del calvo que iba en el lugar del copiloto, pues nos hablaba con una sonrisa. No respondimos.

—¿Sabes donde está la calle Olmo? —continuó.

Solo se dirigía a Daniel, quien se encontraba inmóvil.

—La calle Olmo —le repetí en voz baja mientras lo tomaba por el brazo y lo sacudía un poco para hacerlo despertar del pequeño trance. Solo quería librarme de esta situación. Mi alarma interna se había encendido.

—Eh, no, realmente no —tartamudeó después de unos segundos.

—Vamos, piénsalo bien —lo presionó.

Mi corazón empezó a acelerarse. ¿Por qué no se largaban de una buena vez? Eso no me estaba gustando para nada. Podía sentir como los músculos de su brazo se iban poniendo cada vez mas tensos, él también debía percibir todo igual. Pensé en jalar a Daniel y simplemente echar a correr, pero me detuve. Debí haberlo hecho cuando aun podía.

—No lo sé —repitió—. Hay una tienda más adelante, deberían preguntar ahí y…

—Yo estoy seguro de que si lo recuerdas —lo interrumpió—. Deberías subir al carro y mostrarnos donde es.

Se me contrajo el pecho, dejando escapar un respiro tembloroso. Querían hacerle daño.

—¡Vámonos Daniel! —le grité, sin poder contenerme.

Empezamos a correr justo en el momento en el que todas las puertas del auto se abrieron. A los hombres les cambió la expresión del rostro en un segundo, en especial al que nos hablaba. Estaba a punto de levantar la voz por ayuda cuando lograron tomar a Daniel. La fuerza del tirón me hizo caer al suelo.

—¡Zuz…! —casi terminó de llamarla, pero uno de ellos le cubrió la cara entera con una de sus enormes manos.

—¡No! —aullé levantándome del suelo sin importarme el golpe.

Por la manera en la que lo sostenían supe que le hacía daño. Estaba hirviendo en rabia. Un zumbido apareció en mis oídos gracias a la fuerte descarga de adrenalina. Me le subí a la espalda al calvo de un solo salto. Le metí los dedos dentro de los ojos. El hombre aulló de dolor, soltando al pobre de Daniel, quien se dio un buen golpe cayéndose hasta el pavimento. El sujeto se libró de mi con un simple jalón, pero si que lo había dejado herido. Intenté tirar de Daniel, pero teníamos otros tres contrincantes más. Sin darme cuenta de quien, recibí un impacto en la nuca. Me dejó la zona ardiendo, me pareció que había sido el resultado de una patada. Parpadeaba rápido, haciendo lo posible por no perder la consciencia. Claro que no me servía de mucho, pues mi cabeza mareada no me permitía moverme. Jadeando y echada en el suelo hirviendo no pude mas que ver entre borrones como metían a Daniel a la fuerza al vehículo y arrancaban, dejando una pequeña nube de tierra a su paso.

Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora