Capítulo XLI

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—¿No estaban aquí cuando yo llegué? —me atreví a preguntar, confundida.

—No —meneó la cabeza de lado a lado—. Ambos son doctores, tienen turnos de hasta doce horas.

Eso explicaba su manera tan cómoda de vivir.

—Vamos abajo —empezó a caminar hacia la puerta—. Tú solo sígueme la corriente.

—¡No! —exclamé, tomándolo del brazo—. ¿Qué les dirás? Yo no quiero que me vean.

—Créeme, es mejor así —torció el gesto—. Te encontraran de todos modos.

No podía negar que Daniel tenía razón, después de todo, yo estaba en su casa y eran sus padres, él debía conocerlos bien y saber actuar de la mejor manera para no terminar con un regaño.

—Espera. No les puedes decir lo que pasó —lo miré directo a los ojos, enseguida entendió que me refería a mi desastrosa llegada.

—Tiene que ver con la mujer pájaro, ¿cierto? —susurró después de pensarlo unos segundos.

Asentí. Aunque no fuera del todo cierto, no había tiempo para darle más explicaciones. Se trataba de algo que no se les podía explicar a las personas normales sin que quisieran correr a encerrarte en un psiquiatra.

—¡Dany! —el grito de una mujer nos interrumpió.

Había sido un tono de apuro, pero cariñoso, aun así me causó un buen respingo. Debía tratarse de su mamá.

—¡Voy! —mi compañero alzó la voz.

Me dedicó un movimiento de cabeza, indicando que lo siguiera. Podía sentir los nervios aumentar mientras avanzábamos por el pasillo. No quería pensar en que me podrían decir, pues se me revolvía el estómago. Para cuando me detuve frente a las escaleras sudaba a mares. Me aferré a la barandilla mientras miraba a Daniel bajar, llegando antes que yo al final.

—Hijo, ¿fuiste a tu cita con la psicóloga? —escuché como le preguntó su madre.

—No,  mamá —respondió, mirando en mi dirección, pidiendo que apresurara el paso.

—¿Por qué, Danysito? —casi se me escapa una risa ante su sobrenombre —Sabes que es importante que…

Cuando terminé de bajar el último escalón y aparecí en escena, la mujer se quedó muda. Los nervios subieron a mis mejillas, haciéndolas hormiguear. La madre de Daniel era una mujer delgada y de cabello castaño. Su piel blanca presentaba las arrugas comunes de su edad, y las ojeras propias de unos buenos años de estudio, desvelos y mucho trabajo. No llevaba ni una sola gota de maquillaje. Sus lentes negros le hacían ver los ojos más grandes de lo que eran, además de hacerle lucir un aspecto intelectual.

—Oh —fue todo lo que pudo exclamar, y sin poder evitarlo, me barrió con la mirada de la cabeza a los pies. Claro que no podía culparla, una chica extraña estaba en su casa después de aparentemente haber pasado la noche con su hijo, y trayendo puesta su ropa. Sin embargo, no había más que curiosidad en sus ojos.

—Lo siento, mamá —Dany empezó a hablar—. No esperaba que la conocieras de esta manera, creí que llegarían mas tarde, se me nos fue la noción del tiempo, ¿cierto?

Tardé unos segundos en captar que la pregunta era para mí. Asentí con una pequeña sonrisa.

—Te presento a Ámbar, mi novia.

Enseguida abrí los ojos de más. ¿Su que..?

—Pero yo..

Estaba lista para rezongar, soltando un “pero yo no soy tú novia”, pero Daniel rápidamente me tomó de la mano para darme un veloz y conciso apretón. “Sigue la corriente” me recordé. Lo iba a matar después de esto.

—Me alegro mucho conocerla —le extendí la mano—. Es un placer.

—Igualmente, muñeca —respondió mi gesto con una sonrisa.

La puerta principal volvió a abrirse. Un hombre alto y de cara dura entró cargando un botellón lleno sobre los hombros. El proceso volvió a repetirse. El hombre alto y de cabello oscuro me miró lleno de sorpresa, incluso, con incredulidad, casi como si se hubiera topado con una sirena echada en su sala.

—¿Pero cuanto tiempo llevan juntos? —preguntó—. ¿Por qué no nos lo habías dicho?

—Casi una semana, desde que entró en la escuela, se acaba de mudar por acá —inventó Daniel.

—¿Se va a quedar a desayunar con nosotros? —habló su madre.

—¿Quieres? —me miró Daniel.

—Claro, muchas gracias —continué con la improvisación, después de todo, no tenía mas a donde ir.

—Deberían de cambiarse las pijamas —indicó su madre—. Tu primo Mario y tu tío Fede vienen en camino.

Miré a Daniel, boquiabierta. No sabía como reaccionaría Mario al verme aquí junto a su primo, en especial en estas condiciones. Después de tanto coqueteo en aquella fiesta… Iba a quedar como una desvergonzada. Mario no parecía ser el tipo de sujeto que se quedaba callado. Eso no se podía poner peor. Jamás pensé en las consecuencias que me traerían terminar en aquel lugar. ¿Cómo ibamos a soportar tantas mentiras? Realmente estaba dentro de un barril de pólvora.

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Cuidado con las sombras [Ámbar] Libro #2 <TERMINADA. BORRADOR>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora