Capitulo XLII | Tragedia & comedia

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Tatiana


No hablamos en toda la noche, y no hace falta decir que no pude dormir tres cuartas partes de la misma.

Me desvelé pensando, acompañada por la luz lunar que se filtraba por el ventanal, dejaba el cuarto maravillosamente iluminado.

Sobre el sofá me movía inquieta, suspirando escuchaba la calma respiración de Alexei desde el cuarto. Era sonora, por qué estaba agotado.

«Que rápido se quedó dormido...»

Y si bien lo extrañaba, y quisiera acurrucarme a su lado bajo las sábanas...

No puedo.


«¿Por qué me deja afuera de esto?, ¿¡A caso me cree incapaz!?»


Fruncido el entrecejo, me dispongo a voltearme con fuerza llevando parte de la frazada que me cubre conmigo. Impulsada por aquellos pensamientos negativos.



(...)




Me desperté en la mañana cuando rondarían las siete. Estire mis brazos hacia los laterales con incalculada pereza.

Él se había adelantado, y salido del departamento a las cinco.

«Ah cierto, hoy es el operativo...» Rememoré con molestia, suspirando cansina. Aun no olvido la discusión que tuvimos anoche. «Ahora que lo pienso le podría haber dicho muchas más cosas» Créanme, no hay nada que odie más que comenzar a recordar argumentos buenos para una pelea, una vez que esta ya se dio por terminada.

Un grupo de oficiales, incluidos mis compañeros irían en un importante operativo. Hoy era ese ''gran'' día, por los rumores y por lo que era evidente, ya tenían la ubicación de donde se ocultó durante años la banda de ''El rojo''. No estoy segura de como consiguieron tan pronto dicha información, sin embargo... el único que podría ser capaz de tener la respuesta (Y probablemente, ser que resolvió dicho misterio) era él.

Y no le voy a preguntar, al fin y al cabo no me interesa porque ''yo no estoy dada el alta en este caso''

En el caso donde el jefe de esa banda de malditos, asesinaron a sangre fría a Natascha.

Aún recuerdo sus lágrimas, sus heridas, la última vez que sus ojos se iluminaron al verme...

Golpeé la mesada con fuerza. Arrojando a su vez el montón de papeles que se encontraban sobre el escritorio en un movimiento brusco y cargado de rencor, nervios y tensión. Junto con dichas montañas de informes, cayeron boligrafos, abrochadoras, monedas y medallas que, causaron el eco en su estruendo, por aquella oficina que hoy se encontraba vacía.

Silencio absoluto, el único sentimiento que me acompañaba, además de la eufórica secreción salina en mis ojos, rabia y dolor que brotaban en mis cuencas a borbotones. Me encorvé sobre el ahora vacío escritorio, sujetando mi rostro con ambas manos, como si aquello podría evitar que dejara de sentir que mi alma se quebraba, dejando caer todos sus pedazos.

—¿Por qué?...¿Por qué tú?...¡¡POR QUE!!. —Alcé la voz con mi última palabra, dejando escapar la agudeza de mi lamento que se interrumpía por exageradas pausas que buscaban oxígeno.

La ley del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora