Cαρíƚυʅσ Qυιɳƈҽ

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Enero, 1987 

La pequeña _____ de 11 años estaba viendo con total disgusto el conjunto que había elegido su madre para que esta pudiera ir a la escuela.

Consistía en un vestido simple y sus zapatillas. La prenda era amarilla, tenía puntos blancos y sus zapatillas eran de ese mismo color.

Agarró el vestido con una notable mueca. Lo observó y después dio un suspiro para irse a cambiar.

Luego de un rato, se vio en el espejo y rodó los ojos.

— Las señoritas no ruedan los ojos —su mamá apareció.

— Perdón, mami —.

La señora se colocó detrás de su hija y empezó a peinarla.

La niña se quejaba cuando esta desenredaba su cabello de forma brusca.

— Mami, está muy ajustado —.

— No importa, las chicas perfectas siempre van bien vestidas y bien peinadas —le colocó el listón—. ¿Acaso quieres ser imperfecta y que todos te dejen?

— No —susurró apenada.

— Eso creí —.

Apartó las manos de su hija al haber finalizado. La chica tenía una ajustada coleta con un listón amarillo hecho un moño.

— Perfecta —musitó con una sonrisa—. Vete a la escuela.

— Pero... no he desayunado —confesó.

— No importa, se hace tarde y las personas perfectas siempre llegan a tiempo —.

— Pero... —

— ¡Dije que te fueras! —exclamó enojada.

_____ la miró por unos instantes, pero rápidamente agarró su mochila y bajó las escaleras.

— Adiós, papá —no contestó.

Bajó la mirada y salió de su casa.

La niña caminaba un poco incómoda por las calles de Derry. Todos los hombres con los que se cruzaba la miran de arriba hacia abajo. En cambio, las mujeres... sólo la miraban con disgusto.

Cuando llegó a la escuela, se topó con Henry y sus amigos. Ella trató de pasar desapercibida, pero con ese color tan  llamativo y radiante no fue posible. Antes de entrar a la escuela, el famoso "silbido de coqueteo" hizo que cerrara los ojos maldiciendo.

— Hola, bonita —le guiñó un ojo—. ¿No quieres estar con nosotros un rato?

— No, gracias —.

— Vamos, preciosa —habló Patrick—. Podemos hacerte la mujer más feliz. 

Se relamió los labios. _____ les dio una sonrisa falsa y se fue corriendo como si su vida dependiera de eso.

Caminó directo a los baños de las chicas, pero unas niñas que estaban ahí la incrustaron con la mirada haciendo que se detuviera.

— Mira, Lara —la chica volteó.

— Por Dios, que zorra —.

— Una perra, enseñando las piernas a quien sea —la vieron con asco.

— La terminarán violando —mencionó Lara.

— Déjala, si se viste así es porque eso quiere —.

Las chicas se fueron, dejando a la _____ sola. Esta cerró los ojos tratando de no llorar y se encerró en un cubículo. Se sentó en el inodoro y se tapó la cara con las manos.

Quería quitarse ese atuendo de una vez, pero lamentablemente tendría que esperar hasta la hora de salida.

Salió del cubículo y suspiró. Este sería un día de infierno.

Y no se equivocó, ese día ningún chico apartó la mirada de ella y de sus piernas, alguno todavía se atrevían a levantar más la mirada y _____ claro que lo sentía. Sentía perfectamente que todos los chicos de ahí la estaban violando más de una vez en sus cabezas.
En cambio las niñas solamente se encargaron de recordarle que era una zorra, una perra que enseñaba las piernas y que algún día terminaría siendo violada e incluso embaraza de algún tipo mucho mayor que ella y que este la dejaría por ser tan puta.

Finalmente, cuando el timbre sonó indicando que era hora de salida, la chica salió como si el suelo detrás suyo se estuviera rompiendo y amenazara con llevarla hasta la profundidad. 

— Bonita —.

— Preciosa —.

— ¿Por qué no te acercas? —

— Puedo hacerte mía —.

— Puedo hacerte disfrutar y llevarte al paraíso —.

Corrió más rápido hacia su casa, tratando de no llorar.

Al llegar, abrió la puerta y la cerró de un portazo. Rápidamente su mamá bajó las escaleras enojada.

— Señorita, eso no haría una persona perfecta —se paró enfrente de ella.

— Mami —. 

— ¿Pero qué pasa? —frunció el ceño.

— Todos me insinuaron cosas tan horribles el día de hoy —sollozó.

— ¿Y eso por qué fue? —

— Por el vestido —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Decían algo de mis piernas y que me llevarían al paraíso. 

— Bueno, _____, no puedes andar de chillona —contestó enojada.

— Pero... —

— Pero nada, es algo que hacen los hombres y las señoritas perfectas sólo se aguantan —.

— Pero no somos sus juguetes —reprochó.

— Sí lo somos, querida, es por eso que existimos, para complacer al sexo masculino en todos los sentidos —.

— No quiero usar esta ropa nunca más. No volveré a hacerlo —.

— Lo harás y punto —la miró—. Ahora ve a tu habitación.

— Mami... —

— Ojalá hubieras sido otra persona, una  perfecta y educada —.

Derramó la primera lágrima y corrió escaleras arriba hacia su cuarto. Cuando entró, cerró la puerta de un portazo.

— ¡La próxima vez que des portazos voy a llamar a un hombre para venga a enseñarte modales por las malas! —

No se contuvo más. Lloró mientras se quitaba desesperadamente la ropa. Se colocó prendas holgadas y se acosto en su cama.

Cada mirada, cada palabra y cada intención que tenían nunca las iba a olvidar.

Ese día juró con su alma en mano que no volvería a usar esa clase de ropa, inclusive si su madre no le gustaba.

𝖯𝖤𝖱𝖥𝖤𝖢𝖳𝖠𝖲                    𝖨𝖬𝖯𝖤𝖱𝖥𝖤𝖢𝖢𝖨𝖮𝖭𝖤𝖲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora