Que feo es cuando la persona que más amas es la persona más fría del mundo.
Que feo es que le intentes demostrar tu amor y te saque a patadas de su vida.
Que feo es que tú seas la pobre indefensa presa de sus castigos y malas costumbres.
Vivir con...
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Cada escalón parecía alejarse más y más a medida que yo colocaba el tacón sobre este. Ya sabía que en la puerta me esperaba Gabriel, eso me tranquilizaba un poco, por lo menos no iba a entrar sola y enfrentarme a eso sin nadie a mi lado.
—Estás hermosa— dijo el hombre que me observaba desde el pie de la escalera.
Levanté mi concentrada mirada de los escalones y observé a Gabriel. Él me sonrió y me tendió la mano. La tomé y terminé de bajar.
—Gracias— respondí al cumplido.
—No hay de que, Marinette— dijo sonriente—. Estoy muy orgulloso de que tú seas la que va a casarse con Adrien.
—Oh— sonreí intentando ocultar mi nerviosismo—. Yo estoy muy feliz de casarme con Adrien— dije. Suspiró.
—Ya, ¿vamos?— hizo un gesto extraño.
—Claro— respondí con miedo.
Terminamos de caminar por la sala para llegar a la puerta del jardín. Dos mujeres a los lados de la puerta nos sonrieron y luego miraron a Gabriel para preguntar por si estábamos listos para salir. Gabriel asintió y al ver esto, las pequeñas mujeres abrieron las puertas para dejarnos a la vista de todos.
El sol a penas se escondía y daba una sensación de calidez sobre el panorama. Adrien dio la vuelta para observarme y vi como sus labios se curvaban en una sonrisa. La gente se ponía de pie a la vez que la tenue música comenzaba a sonar.
—Vamos— susurró Gabriel para que ambos comenzáramos a caminar por la estrecha alfombra cubierta por pequeñas flores blancas.
Sonrisas, susurros y pequeñas risas de dos niñas a nuestras espaldas, se hacían notar en el lugar. Adrien, sin quitar su sonrisa, me observó desde que entré al lugar hasta que llegué a su lado.
—Estás hermosa— susurró a mi odio cuando su padre me dejo en sus brazos.
—Gracias— dije levemente y me aferré a su brazo. Miró al sacerdote.
Mi mirada se fijo en dos pequeños pájaros revoloteando sobre un árbol. El sacerdote, sin dejar de hablar, sonreía y con su libro en mano nos hacía orar. Adrien, nervioso, apretó mi brazo para que prestara atención. La madre de Adrien, retó unas cuantas veces a la pequeña que detrás de nosotros jugaba con su vestido rosa.
—Adrien Agreste, ¿acepta usted por esposa a Marinette Dupain Cheng? ¿Promete serle fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándola y respetándola hasta que la muerte los separe?
—Si, acepto— dijo Adrien con una sonrisa en su rostro. Respiró profundo y me dedicó su dulce mirada. La nena se acercó con los anillos y los puso delante nuestro Adrien tomó el que me correspondía y lo colocó sobre mi dedo. Sonrió
Era mi turno.
—Marinette Dupain Cheng, ¿Acepta usted por esposo a Adrien Agreste? ¿Promete serle fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándolo y respetándolo hasta que la muerte los separe?