Capítulo 52

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Me encontraba sentada en el sofá, esperando a que Adrien se dignara a bajar de una buena vez

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Me encontraba sentada en el sofá, esperando a que Adrien se dignara a bajar de una buena vez. Un zumo de naranja en mi mano derecha y una barra de cereales en mi mano izquierda. La ventana abierta, dejando a la vista los árboles bailando por la suave brisa de verano. La noche ya había caído y con ella mis deseos de irme a dormir se hacían notables.

Los pasos sobre los escalones retumbaron en el silencio de la casa, Adrien se aproximaba. Volteé a verlo y desvió la mirada para entrar a la cocina.

¿Podía ser posible que se enfadara por eso? me pregunté mientras escuchaba atenta los movimientos de Adrien en la cocina.

Como siempre ocurría, Adrien no pedía disculpas, según él, eso no servía de nada. El ejemplo del vaso roto daba a entender que para él no tenía sentido pedir disculpas.

—Cuando tiras un vaso al suelo, se parte en mil pedazos— había explicado—. Discúlpate y verás que el vaso sigue dañado, no vuelve a ser como era antes. Es lo mismo, Marinette— dijo una y mil veces.

Dejé el vaso vacío sobre la pequeña mesa ratona y terminé la barra de cereales. Adrien cerró la nevera dando un azote y lo sentí maldecir.

—Nunca hay nada para cenar— se quejó en voz alta.

—Te avisé que debías ir al supermercado— dije casi inaudible.

Lo sentí hacer imitación de mi voz y luego volvió a abrir la nevera. Me puse de pie y tomé el vaso sucio entre mis manos. Caminé hasta la cocina y lo dejé en el fregadero.

—¿Puedes hacerme la cena?

—¿Yo?— me señalé con un dedo sobre mi pecho—. ¿A ti? Ni lo sueñes, Agreste.

—Gracias— dijo entre dientes—. No te comportas como un ama de casa.

—No lo soy, Adrien— le aclaré—. Y un ama de casa no es una empleada, así que si quieres cena, pídelo por favor.

—¿Puedes hacerme la cena?— preguntó repetidamente. Arqueé una ceja—. Por favor— añadió.

—Ya pasó el momento.

—Marinette, por favor— se quejó golpeando un pie sobre la cerámica.

Me quedé en silencio y caminé hasta la nevera, la abrí y saqué un pedazo de carne. Metí el plato al microondas y lo programé. Adrien me observó atento. Busqué mostaza y ketchup, y los coloqué sobre el desayunador. El aparato tecnológico hizo sonar el timbre y corrí hacia él, tomé el plato y lo dejé sobre el desayunador. Tomé un tenedor, un cuchillo y un vaso.

—Que disfrutes.

—Oh, vamos, Marinette, eso es del jueves.

—Dos días, no te hará daño.

—Cocina para mí, por favor.

—No lo haré, Adrien— caminé hasta la puerta de la cocina.

Las peleas entre nosotros acostumbraban a ser fuertes y luego terminaban en un revolcón. Como ya le había dicho a Adrien la última vez que había ocurrido aquello, la próxima no sería igual. Esta era la próxima, Adrien no iba a salirse con la suya. Un masaje sobre los hombros y suaves besos en el cuello, problema resuelto.

La Bella y la Bestia [AU Adrinette]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora