Que feo es cuando la persona que más amas es la persona más fría del mundo.
Que feo es que le intentes demostrar tu amor y te saque a patadas de su vida.
Que feo es que tú seas la pobre indefensa presa de sus castigos y malas costumbres.
Vivir con...
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Agarró mi mano y me hizo dar una vuelta para luego envolverme en sus brazos. Besó mi mejilla y susurró a mi oído:
—¿Crees que deberíamos volver?
—Si por mí fuera, me quedaría aquí toda la vida— respondí y besé sus labios. Sonrió—. ¿Un rato más?
—Tus deseos son órdenes, princesa— besó mis labios cortamente.
El sol se iba escondiendo, dejando el lugar casi sin luz. Los últimos rayos de sol destellaban sobre el agua del lago, Adrien y yo paseábamos por las orillas del lugar, tomados de la mano. Las hierbas a nuestros pies, daban la sensación de caminar por el cielo. Era totalmente suave y con poca altura.
Los hermosos ojos de Adrien se veían de un color más claro al sol, el verde de allí era contorneado con un pequeño delineado negro y luego lo blanco del resto de su ojo. Tenían un ligero brillo y su sonrisa lo acompañaba. La perfecta hilera de dientes enmarcada por unos rosados labios. Tan varonil, su perfume, su apariencia, su sonrisa, sus ojos, su cabello, era totalmente perfecto y también, completamente mío.
—¿En qué piensas?— preguntó intrigado.
Le dediqué una ligera sonrisa y respondí:
—En ti.
—¿En mí?— preguntó extrañado y rió—. ¿Qué piensas de mí?
—Que eres perfecto— confesé sin más. Sonrió—. Adrien, esta mañana dijiste que ibas a contarme tu historia.
—Ya la sabes— respondió—. ¿Por qué piensas que soy perfecto?
—Es que lo eres— respondí a la ligera—. No me cambies de tema. Cuéntame.
—Marinette, tú has cambiado de tema primero— respondió. Estaba en lo cierto—. Yo sigo con el tema que hemos comenzado.
—Está bien— respondí y observé mis pies antes de alzar la mirada hacia sus ojos—. Pensaba que de verdad eres perfecto, en todo sentido.
—¿Qué te hace creer eso?
—Todo, Adrien— respondí. Rió.
—¿Crees que soy perfecto aún así sabiendo que te hice la vida imposible por dos meses?
—Adrien, me enamoré de esa actitud— respondí. Me sonrió extrañado—. Tu forma de ignorarme me parecía tan atractiva.
—Oh Dios, estás tan loca— rió. Acompañé su risa con la mía.
—¿Qué es lo que más te gusta de mí?— pregunté. Alzó los ojos al cielo y luego fijo su vista en mí.
—Todo.
—¿Algo en particular?
—Eres tan inocente— respondió sonriendo—. Eres mi debilidad, Mari.