Corro hacia el salón principal en cuanto todo a mi alrededor deja de sacudirse de un lado a otro. Esquivo los cuadros y arreglos florares caídos hasta llegar al lugar donde se encuentra Hera, chocando con ella en mi carrera.
—Lo siento, lo siento —me disculpo, sujetando a la diosa de los hombros, frenando mis pasos.
—Descuida, Rosalie, ¿por qué el apuro?
—Quería saber qué está pasando, no sé si es algo típico acá —respondo a su pregunta, sin comprender lo acontecido.
—No, querida. Estoy tan sorprendida como tú con ese temblor. Significa cosas malas. —Hace énfasis con su mirada—. Estoy segura de que algunos dioses vendrán pronto a hablar conmigo, no deberías estar acá cuando eso suceda.
—¿Puedes ir a ver si... Artemisa está bien? —pregunto, aunque es más bien una petición. Necesito saber cómo está.
—Lo lamento, pero no puedo salir de mi templo. —Niega con su cabeza, con pesar—. Prometo preguntar por ella tan pronto vea a Hermes, él sabe todo lo que ocurre en el Olimpo. —Acerca su mano para tomar mi brazo, de forma suave pero firme—. Ve a tu habitación, Rosalie.
—Hera...
—Es una orden. —Sus ojos brillan al hablarme, y decido obedecer sus palabras, no quiero contrariarla siendo que es mi anfitriona.
Hago una sutil reverencia y me doy vuelta, caminando hacia mi habitación. En el camino, intento ordenar el desastre que hay en el templo, aunque me rindo al ver los floreros rotos, de todos modos, Hera podría restaurar todo con un solo pensamiento, ¿no?
Intento atrasar mis pasos en caso de que Artemisa aparezca y pueda asegurarme de que está bien, sin embargo, tan pronto escucho un retumbar que he descubierto anuncia la presencia de algún dios, corro para llegar a ese lugar medianamente seguro.
Pasan unas horas y me estoy volviendo loca sin tener noticias, la preocupación también está haciendo mella en mí. No soportaría volver a perderla, sin haberle dado siquiera la oportunidad de explicarse ante mí.
Me prometo, si es que está sana y salva, quedarme a hablar con ella y no salir corriendo ante el más mínimo cambio de planes.
Esta mañana desperté queriendo aclarar todas las dudas que la diosa de la maternidad no había querido responderme, y desde temprano le pedí ir a su templo, petición que luego de mucha insistencia cumplió. Pero lo que encontré ahí, no era para nada lo que yo esperaba.
Ella estaba en compañía de dos hombres. Vi que el hombre de ojos azules y pelo negro salió de otra habitación, pero el de cabello castaño y ojos dorados... Él apareció desde el mismo lugar que ella.
No estaba preparada para afrontar que rehízo su vida sin mí. ¿Para qué me trajo de vuelta si es así?, ¿acaso pesaba en su mente mi muerte o qué?
No lo sabía, y en ese momento no lo quise descubrir. Así que hice lo único que se me ocurría, y salí corriendo como una niña pequeña. Escapando de cualquier cosa que pudiera hacerme daño.
Si esa será la última vez que la veré...
Golpes en la puerta interrumpen mis pensamientos negativos, y por fortuna. Me levanto a abrirla, de seguro Hera al fin vino a darme noticias y a sacar la angustia que siento en mi pecho.
Pero no es Hera, es Artemisa.
—Hola, ¿puedo pasar? —saluda y pregunta nada más abro.
—Claro, adelante —respondo cambiando mi posición para que ella pueda entrar. Extrañada de que sea ella quien vino a verme, aunque tan agradecida a la vez.
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Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)
FantasyA lo largo de la historia, hemos leído y visto, cómo los dioses aman y odian al igual que los mortales, así lo narran sus múltiples travesías. Artemisa, absorta en sus ocupaciones con sus cazadoras, cumpliendo su rol como diosa de la caza, decide ec...