El tiempo en el mundo humano trascurre de forma distinta al divino, y antes de que tuviera tiempo de pensarlo, ya habían transcurrido dos meses desde el día en que decidí quedarme más de una noche aquí. Han sido meses extraños para mí, entre clases, que ante todos negaría que me están gustando, descubrir estos nuevos y vertiginosos sentimientos en mi interior, disfrutar de la compañía de Ro... todo pasó muy rápido, pero lento a la vez.
Cuando por fin dimensioné la magnitud de lo que sentía por esa mortal, supe que no había vuelta atrás. No podía y no iba a culpar a los hechizos ni la magia de Hécate por lo que Ro me hacía sentir, o a las flechas de Eros por estos sentimientos tan fuertes. Incluso ahora, me niego a minimizar lo nuestro a una obra de los dioses, aunque estoy segura de que está dentro de sus muchas habilidades. No, lo nuestro es mucho más que eso y, por una vez en mi vida, puedo comprender lo que han vivido mis parientes.
Los mitos narran hechos que, aunque distorsionados, cuentan nuestra verdad, nuestra realidad; historias de amor, locura y muerte están a la par en el Olimpo. Pero es el amor algo que nunca presencié a lo largo de mi inmortalidad. Viéndola mirarme con tanta felicidad en sus ojos, sabiendo que yo fui quién puso esa sonrisa en su rostro, me hace desear dejar todo por ella.
Ya no importan mis responsabilidades, no importa el Olimpo ni mi rol como diosa de la caza, sólo importa lo que esta rubia estudiante me hace sentir y que por fin estoy viviendo esas historias que tantas veces se han contado sobre mi familia. Por fin sé lo que es amar más allá de un sentimiento fraternal, y ninguna regla absurda va a hacer que me aleje de esto.
Los demás dioses podrán considerarme una egoísta, por renunciar a todo por una mortal, una simple mortal, como dirían ellos, pero no es eso para mí. Si ha habido guerras por amores pasajeros, ¿por qué yo no puedo dejar de lado todo por lo que nació entre Rosalie y yo?
Cada vez que nos besamos, es como congelar el tiempo. Nos quedamos estáticas, sin ser conscientes de nuestro entorno o quién puede estar observándonos para juzgarnos por los actos impuros que estamos, según ellos, cometiendo.
Al inicio, a la rubia le preocupaba que alguien nos viese e informara a sus padres, pero con el paso de los días, poco a poco dejó de darle tanta importancia. Aun así, siempre me preocupo de cubrirnos con un velo, un velo que guarda nuestro secreto de todos aquellos que nos quieran juzgar.
Algo que me había olvidado de hacer ahora que, según yo, nos encontramos alejadas de quien sea que nos pudiera ver. Sin nadie a nuestro alrededor, somos libres de demostrar lo que sentimos sin preocupaciones.
—¿Qué estás haciendo, Artemisa? —La fuerte y varonil voz me recibe nada más llegar al lugar que consideraba mi hogar, antes de conocer a cierta humana que puso de cabeza mi mundo.
—Zeus, no esperaba encontrarte acá.
—Obviamente no lo esperabas, y no sabes cuánto desearía no estar acá. Cuánto desearía que no estuviésemos teniendo esta conversación. —Su mirada está fija en mí, furia tiñendo sus ojos marrones.
—Entonces no tengamos esta conversación —sugiero, dándome la vuelta, dispuesta a volver por donde recién llegué, para acabar con esto.
—Responde mi pregunta, no te lo voy a pedir dos veces. —Su orden frena mi retirada, un trueno rugiendo en la distancia, sólo una pequeña advertencia de su parte.
—Estaba en el reino humano. —Volviendo a estar de frente con él, mantengo su mirada fija. Técnicamente, no infringí ninguna de nuestras normas.
—¿Y qué estabas haciendo allá abajo? Conoces las reglas...
—Sé cuáles son las reglas, me las has machacado en la cabeza desde que nací —interrumpo, sin preocuparme por el borde filoso en sus palabras—. No es necesario que me las repitas.
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Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)
FantasíaA lo largo de la historia, hemos leído y visto, cómo los dioses aman y odian al igual que los mortales, así lo narran sus múltiples travesías. Artemisa, absorta en sus ocupaciones con sus cazadoras, cumpliendo su rol como diosa de la caza, decide ec...