XV

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Muevo mis brazos mientras me despierto con brusquedad, alejándome de la Oscuridad que me estaba devorando. Escalofríos recorren mi cuerpo y con mis manos froto mis brazos debido a la fría sensación que me recorre de pies a cabeza. La Oscuridad... realmente no era oscuridad, había una voz susurrándome, la recuerdo, aunque ahora mismo no puedo recordar qué me susurraba.

Hera y Hécate se encuentran observándome desde una distancia prudente, bebiendo lo que parece ser chocolate caliente.

—¿Qué me hiciste? —Es lo primero que sale de mi boca, y va dirigido a la madre de las brujas. Estaba durmiendo, pero a la vez no lo estaba, siento mi cuerpo pesado y cansado, como si no hubiese descansado en lo absoluto.

—Te dormí, era lo mejor en ese momento —responde luego de darle una breve mirada a la diosa a su lado. No sabía que fueran tan amigas, aunque tampoco les he preguntado al respecto, noto cierta complicidad entre ellas.

—No me dormiste, me enviaste ahí. —Hago énfasis en esa palabra para que sepan de qué estoy hablando, pero las miradas en sus rostros me dicen que no lo saben—. A la Oscuridad, Hécate, me enviaste de vuelta allá, lo recuerdo.

—Eso es imposible. Mi hechizo era para dormirte, Artemisa.

—Entonces algo pasó y me enviaste allá. Así que te prohíbo rotundamente que vuelvas a usar ese hechizo en mí, ¿entendiste? —Alzo mi voz debido al miedo que me produce estar en ese lugar, más aún si ni ella sabe cómo es que llegué ahí.

—Si Hécate usó ese hechizo en tu contra, es porque era lo mejor para todos, así que no uses ese tono de voz con ella. Sabes que lo que hiciste estuvo mal, querida —increpa Hera, su tono de voz neutro, al igual que su rostro, lo que me hace sentir aún más reprendida que si hubiese alzado la voz.

—¿Acaso no escuchaste que me envió a la Oscuridad? ¡Ni siquiera sabes qué es eso! Así que tampoco me hables como si fuera una niña pequeña, porque te prometo que, si hubieses estado en el lugar que estuve yo, no querrías volver. ¡Nunca!

—Eso te enseñará a guardar y controlar tus poderes cuando estés molesta. —Hera descarta mis quejas con un movimiento despectivo de su mano, volviendo a beber chocolate mientras cruza con elegancia su pierna derecha sobre la izquierda.

—Ya pasamos por esto, pequeña, las emociones no deben ganarte. —Hécate usa su tono maternal conmigo y yo sólo le dirijo una mala mirada.

—Estaba molesta y quería...

—¿Querías destruir todo? —Levanta una ceja, escéptica, y lo mismo hace Hera—. Esa ola de poder podría hasta haber matado a Rosalie, lo sabes.

—No realmente —interviene la diosa a su lado, sonriendo como el gato que se comió al canario, lo que dista mucho de su antigua actitud.

—¿Qué quieres decir con eso? —cuestiona antes que yo, su sonrisa haciendo que me pregunte qué clase de plan malévolo tiene esa mujer en mente.

—La hice beber ambrosía, así que es inmortal, como nosotros. Fue idea de Perséfone, en realidad. Una muy buena idea, para ser sincera.

—Por eso no le afectó cuando detuviste el tiempo —murmuro.

—Probablemente. Aunque sigue siendo algo raro, mi poder es demasiado fuerte para que ella lo evite. Incluso si acaba de convertirse en inmortal.

—Detente un momento —pido luego de salir de mi estado de shock—. ¿Me estás diciendo que Ro es inmortal?

—Eso acabo de decir —responde, mirándome como si me hubiese crecido otra cabeza—. ¿Recién lo estás procesando?

—Disculpa, pero no es algo que suceda todos los días —digo, sarcasmo brotando de cada palabra.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora