III

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Ha pasado una semana desde que me enteré sobre la muerte de Rosalie, y Hermes no ha vuelto a venir por acá. Lo he buscado por cada rincón del Monte Olimpo y nunca logro encontrarlo, lo cual es exasperante porque necesito volver a hablar con él, parece ser que lo tragaron desde lo profundo del Inframundo.

Su actitud, sin embargo, difiere mucho de la que ha tomado mi gemelo, quien se ha vuelto mi eterno guardián; vigilando que coma y duerma como corresponde, además de cumplir con mis obligaciones como diosa. Lo amo, pero cuando comienza a actuar como el hermano mayor que no es, quiero patear su trasero hasta que quede liso como una tabla, seguro de ese modo me dejaría tranquila de una vez por todas.

Sí, el amor de mi vida murió, ¿y eso qué? Desde hace años me resigné a saber que nunca volvería a ver a Ro, que lo nuestro fue una historia fugaz que atesoraré en mi corazón hasta que se acabe mi inmortalidad, y eso es en muchas décadas más, espero. Lo que tuvimos, siempre fue un amor imposible, estábamos destinadas a fracasar y estar separadas, ambas no quisimos verlo en su debido momento, pero el tiempo me lo había demostrado, tan sólo no estábamos escritas en las estrellas que tanto amo.

Desde hace una semana, me regodeé lo máximo posible en mi dolor, sintiendo pena por mí y ese amor perdido que nunca pude disfrutar como deseé. Sólo me dejé morir por siete días, nada más, nada menos. Ahora, debo continuar con mi vida, mis cazadoras no se van a entrenar solas e hice un juramento hacia ellas, votos recíprocos e inquebrantables que no dejaré de lado otra vez.

Saber que Ro ha muerto ha producido un gran cambio en mí; siento el dolor de la pérdida cada día en mi pecho, al mismo tiempo que me llena de felicidad saber lo que le espera cuando por fin su alma cruce. Su eterna estadía en los Campos Elíseos, donde ha pertenecido siempre.

Los dioses tenemos negado el paso hacia todo lo que conlleva el hogar de eterno descanso de los muertos, a no ser que deseemos enfrentarnos a la ira de Hades y sus leales súbditos. Amo a mi tío, sin embargo, junto con Perséfone, son dos huesos duros de roer.

Sé que Hades me concedió un favor, del que nunca hablamos, al permitir que Zeus sólo tomara mi vida durante el choque automovilístico, dejando a Rosalie viva, lo que fue, sin duda alguna, una enorme concesión por parte del dios de la muerte. No arriesgaré eso, que es más bien un milagro, por un simple vistazo de ella, que sé nunca sería suficiente. Porque no podría contentarme con sólo verla una vez, siempre quise una eternidad con ella, y ahora es más imposible que nunca antes.

La imposibilidad de la existencia de un «nosotras» es algo que tengo bastante claro desde la última vez que la miré a través de la unión de nuestros mundos; jugando con nuestros hijos y su marido, su cabello libre al viento, la risa en su voz cuando nuestros pequeños revoloteaban a su alrededor.

Ese día, decidí que la dejaría seguir su vida tranquila, sin intervenir por simple capricho, porque la quería junto a mí. Sentía que había cumplido mi promesa, de darle plena felicidad y estaba contenta con eso, gracias a lo que hice, Rosalie tenía lo que siempre soñó, ¿qué más podía desear para ella, aparte de felicidad sin fin?

Desde ese momento, nunca más volví a buscar su rostro en el mundo humano, ni volví a mirar por el puente otra vez. El segundo latido me decía lo único que importaba: Rosalie seguía con vida; disfrutando, viviendo, riendo, siendo libre y todo lo que yo quería para ella.

Sin embargo, el latido que nació en mi pecho cuando abandoné mi cuerpo mortal, se mantuvo; nuestros corazones unidos en una clara muestra de la entrega que hicimos ese día, una unión que nada podía romper, excepto la muerte de Ro.

Y esta había llegado, silenciosa, a arrebatarme lo que desde hace tantos años ya no era mío, y estaba bien con eso, sabiendo que tuvo una buena vida y pudo cumplir todo lo que deseaba, al menos esperaba que fuese así.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora