Diez días. Ya han pasado diez días desde el momento en que desperté. Por más que dije estar bien, de nada sirvió, pues según ellos no lo estaba. Mi dictamen siendo nulo frente al suyo. Cuando intenté salir de mi casa para recorrer, aunque fuese los alrededores, una corriente eléctrica tomó mi cuerpo, dejándome estática en el segundo, mi pelo erizado a causa de la fuerte descarga. Dejé de hablarle durante cinco días completos por poner esas trampas sin avisarme, ¡en mi propio hogar!
Así que me molesté y apliqué a Hécate la ley del hielo, el silencio siendo mi mejor aliado para no decir cosas de las que me podría arrepentir más tarde. Pero ella seguía estando ahí, como una sombra permanente. Rondando alrededor, vigilándome... cuidándome. La vi incluso más que a mi gemelo, mi propia sangre. Y por eso decidí volverle a hablar, romper el silencio que había impuesto entre nosotras. De ese modo, los días se volvieron mucho más amenos, amaba todo lo que Hécate podía hacer con su magia, descubrí cosas nuevas gracias a esos momentos de ocio que disfruté en su compañía.
Más los cinco días restantes pasaron demasiado lento, los segundos comiéndose la poca paciencia que tenía, y no pasó mucho tiempo hasta que empecé a romper mis muebles. No fue una decisión premeditada, simplemente necesitaba gastar mi energía en algo productivo. Mi habitación quedó hecha un desastre y yo estaba satisfecha, con adrenalina pura corriendo por mis venas.
Sin embargo, cierta persona no estuvo muy feliz cuando fue a buscarme para comer algo juntas y se percató del desastre en que había convertido mis aposentos. Ganas de matarme no le faltaron, de eso estoy segura, pero luego de dar un segundo barrido con sus ojos, con un simple chasqueo de sus dedos todo volvió a la normalidad.
Muy mala idea.
Durante los próximos días, esa fue nuestra rutina. Me levantaba, comía algo, me aseaba, trataba de gastar el tiempo en alguna cosa estúpida y cuando ya no daba más, rompía todo a mi alrededor. Hécate llegaba unas horas después, me miraba molesta y restauraba todo a su forma original. Al día siguiente, todo volvía a empezar.
De seguro Hécate no estaba feliz de haber vuelto a hablar conmigo. Su boca no emitía palabras de molestia, pero sus ojos me decían todo lo que necesitaba saber, incluso más. Sin embargo, esos días pensé que me volvería loca. Ni siquiera servían las constantes visitas de mis amigos. Estar encerrada jodía mi mente, estaba acostumbrada a estar al aire libre, en el bosque, con mis cazadoras, entrenando. No acostada en una cama dando vueltas sin parar.
Y la inactividad me hacía pensar, demasiado para mi gusto. Aunque no dejé de pensar en la muerte de Ro y su castigo cuando estaba ocupada, al tener nada que hacer esto rondaba en mi mente todo el santo día, sin darme descanso ni por un sólo segundo. Incluso cuando comía estaba en mi mente, y seguía sin tener una solución o un plan que me guiara, tenía la nada misma y eso me frustraba todavía más.
—¿Te vas a quedar ahí mirando a la nada? —Ares interrumpe mis pensamientos, parado a mi lado, ¿en qué momento pasó eso? Lo analizo, sin entender de qué habla—. Pensé que si querías tanto salir era por algo interesante, no por esto. —Hace un gesto con su mano, abarcando lo que nos rodea.
—Es un bosque, Ares. Esto es justo lo que necesito —contesto a lo ilógico de sus afirmaciones. La naturaleza es mi elemento, tiene todo lo que necesito para recobrar las energías que me hacen falta.
—Me esperaba otra cosa, imaginé que tu primera acción sería ir en plan heroína hacia el Inframundo a rescatar a Rosalie o algo por el estilo.
—No estoy preparada y no tengo un plan. Seguro que ambos podemos acordar que ir en su busca sería una pésima idea. —Quitando mis ojos de su persona, vuelvo a fijar mi mirada en el bosque a nuestro alrededor, respirando el olor a tierra mojada que hay en este gracias a la ligera lluvia que cayó el día anterior.
![](https://img.wattpad.com/cover/204723648-288-k463074.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)
FantasiA lo largo de la historia, hemos leído y visto, cómo los dioses aman y odian al igual que los mortales, así lo narran sus múltiples travesías. Artemisa, absorta en sus ocupaciones con sus cazadoras, cumpliendo su rol como diosa de la caza, decide ec...