XXXVII

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Finjo que estoy dormida, sin querer enfrentar lo que sea que este nuevo día nos depara. Anoche fue, mágico y absolutamente perfecto. Ni en mis más locos sueños pude imaginar la unión de nuestras almas de una mejor forma.
Siento cómo Artemisa traza el diseño de media luna en mi espalda, el símbolo de cada cazadora que yo decidí llevar en ese lugar y sus manos sobre mi piel desnuda me dan tranquilidad, una leve llama de pasión empezando a surgir en mi interior, recordando con absoluta nitidez los estragos que estas causaron en mi cuerpo.

Si no supiera que ella es nada más que sincera conmigo, pensaría que tiene más experiencia, mas como sé que no es así, sólo me queda pensar que es alguna especie de don de los dioses y sólo son así de únicos. El don del sexo debería ser concedido a todos los mortales, de seguro evitaría muchos malos recuerdos.

—Sé que finges estar dormida —susurra, depositando un suave beso en la parte trasera de mi oído.

—¿Es mucho pedir que no quites tus manos de mí? —. Coqueteo, quedando de lado para poder admirar su rostro a la luz de la mañana, la primera de muchas veces.

—Si eso es lo que quieres, puedo sacrificarme por tu bien. —Sonríe, sus manos vagando sobre mi estómago y comenzando a subir en dirección a...

—¿No es maravilloso el poder del amor?

Aplausos que sé son sarcásticos llenan el lugar y me apresuro en cubrir mi desnudez, el reconocimiento sobre de quién es esa voz, provocándome escalofríos que no logro ocultar. ¿Cómo se le ocurre venir ahora? Ambas nos encontramos desnudas y en un ambiente tan íntimo que me produce náuseas sólo imaginar que puede habernos visto antes.

—¿Cómo entraste? —gruñe Isa, ropa de cazadora apareciendo sobre su cuerpo y el mío.

—¿Ningún saludo para tu viejo padre? —interroga, sin responder, cubriendo con una mano su pecho—. Sólo vine a preguntar si a Hermes se le olvidó entregarme mi invitación.

—No estabas invitado.

—Ouch, eso fue doloroso. Soy tu padre, después de todo lo que he hecho por ti y... ¿cuál era tu nombre, humana?

—Mi nombre es Rosalie, y no soy humana, ya no más —espeto, tomando posición junto a Isa, paradas al lado de la cama, nuestras armas de defensa preparadas.

—Siempre serás una simple e insignificante mortal...

—Tu cuñada, si tanto te importan los títulos, padre —señala, desafiante, orgullo puro irradiando de cada poro.

—No por mucho tiempo, si me lo preguntas.

—Sabes que las cosas no suelen terminar muy bien cuando decides amenazarla, Zeus —comenta con tranquilidad, posando relajada, todo lo contrario a cómo me siento yo. El miedo, la rabia y preocupación haciendo mella en mí. Y él se ríe en nuestra cara, observándonos con evidente asco y repulsión.

—Los números dicen lo contrario, hija mía. Ríndete de una vez, antes de que sufras más pérdidas.

—No estoy dispuesta a perder, ya no más —sentencia. Y me posiciona tras su espalda, aferrándose a mí.

El techo sobre nuestras cabezas comienza a temblar poco antes de que Ares lo haga explotar y los pedazos comiencen a caer por todos lados, un campo protector protegiéndonos a Isa y a mí. Zeus ruge de furia al verse rodeado e intenta escapar, pero la trampa que lanza Hefesto sobre su cuerpo, una réplica de la red que usó con Afrodita, lo mantiene preso en su lugar.

—Hefesto, maldito sea el día en que tu madre te concibió, ¿cómo te atreves a encerrarme con tus trastos? —escupe, su mirada furiosa posándose ahora en el dios del fuego.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora