Nada más cerrar la puerta que nos separa de los demás dioses, siento la estática recorrerme y sé qué nos silenció para que ellos no puedan escuchar qué hablaremos. Con su poder encerrándonos, puede decirme lo que quiera y ellos nunca podrán intervenir.
Nos está subestimando, como siempre lo ha hecho.
Está tan cegado por su poder, que se olvida que los dioses que nos rodean también tienen los suyos propios. Se olvida de la mismísima Reina de la Brujería, para quien es más que fácil acceder a lo que conversemos sin que él siquiera lo note. Cuento con eso, porque sé que frente a él me encuentro indefensa, mis poderes habiéndome abandonado.
—Vuelves a desafiarme, Hera. ¿Acaso no son suficientes consecuencias? Eres demasiado sanguinaria para tu propio bien.
—No puse una daga en tu cuello para que mataras a esas cazadoras. —Me defiendo, su acusación demasiado certera. Él sabe dónde golpearme para que duela. Y sabe también que la violencia psicológica es peor que la física, pues siempre la ha ejercido en mi contra.
—Tanta sangre, tantas muertes... Y no es suficiente —susurra, su poder ondeando a través de su cuerpo.
—Es suficiente —enfatizo, retrocediendo ante su avance.
—¿Vas a atreverte a darme órdenes otra vez? —gruñe, su tono de voz amenazante haciendo que un escalofrío me recorra de pies a cabeza.
—Sólo quiero detener las víctimas inocentes...
—Tuviste la oportunidad y no la aceptaste.
—Espero que no sea tarde para hacerlo —digo, lo más sumisa posible, porque su poder luce alterado, sus ojos yendo de un lado para otro.
—Sabes lo que tienes que hacer. —Burlón, me observa mientras una sonrisa comienza a asomar en sus labios.
Obedezco.
No porque quiera, ni porque él lo merezca, sino porque estoy harta. Hastiada de ver sufrir a mi familia, siento un dolor en mi corazón al saber todas las muertes que afectaron a Artemisa, que personas inocentes paguen por algo que debió ser sólo entre nosotros.
Es tan típico de su parte ir en contra de los débiles, de quienes sabe que no pueden librar una batalla justa en su contra. Recogiendo mi vestido, hinco mi rodilla en el suelo para inclinarme ante él, mi cabeza nunca cayendo, porque no me siento humillada al hacerlo.
Tranquilidad y un extraño poder me recorren, sabiendo que estoy haciendo lo correcto.
—¿Crees que voy a dejar ir todo tan fácil? —susurra, bajando hacia mi nivel, su mano tomando mi pelo entre ella, apretando—. Zorra estúpida.
Sin emitir ningún sonido a pesar de la fuerza que ejerce en mi cabello, observo los ojos que pensé conocer por completo, pero que ahora me demuestran que estaba equivocada. Tomada por sorpresa, no veo venir la cachetada que dirige hacia mi rostro, asimilándola sólo cuando la fuerza del golpe me envía a través de la habitación hasta chocar contra la pared.
Encogiéndome por el dolor, intento alejarme de él, sin embargo, hay una opresión en mi cuerpo que viene directa de él. La puerta de la habitación se rompe en trizas cuando, uno a uno, aquellos que dejamos esperando en el salón principal, entran en esta, sus armas apuntando hacia el Rey de los Dioses.
Rodeándolo, Atenea extiende su mano para levantarme y yo la tomo, encogiéndome cuando los pinchazos se extienden por mi cuerpo al erguirme, a duras penas manteniéndome en pie. Apolo ve mis muecas y se acerca con rapidez, listo para curarme y aliviarme.
—No puedes. —La voz de su padre lo detiene a medio paso, recordándole el castigo que impuso.
—Esta vez fuiste demasiado lejos, hermano. —Poseidón gruñe en su cara, y Apolo aprovecha el lapsus para curarme, su toque dejando leves hormigueos en mi piel.
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Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)
FantasíaA lo largo de la historia, hemos leído y visto, cómo los dioses aman y odian al igual que los mortales, así lo narran sus múltiples travesías. Artemisa, absorta en sus ocupaciones con sus cazadoras, cumpliendo su rol como diosa de la caza, decide ec...