40 - Perder el control

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LUCAS

Lo tengo frente a frente, se ve sorprendido de que haya detenido el ascensor pero no podía arriesgarme a dejar que mi hermana y Alegra estén cerca de él porque no sé hasta qué punto está trastornada su cabecita.

— Hola, Lucas —saluda fingiendo naturalidad —. Iba a la planta baja, permiso.

Intenta evadirme pero estoy parado en la puerta justo en el panel de botones.

— Hola, ¿qué haces aquí? —hay mucha tensión en el aire pero sobre todo él parece asustado.

— Mi tía... —traga saliva y da un paso hacia atrás — Mi tía vive aquí.

— ¡Oh! ¡Qué casualidad! ¿En qué piso? —ironizo para que esté claro que no le creo.

— En… en el trece —balbucea como un idiota.

— Que curioso —doy un paso lento hacia él y me ve muy asustado —. Solo hay doce pisos...

— Sí, creo que me confundí.

— Claro que te confundiste.

Intenta evadirme pero mis movimientos son rápidos, lo tomo por el cuello y estrello su cabeza contra la pared metálica del ascensor. Se resiste a mi agarre, él también tiene fuerza pero no tanta como yo.

Sé que necesito controlarme, sé que no puedo ser tan impulsivo, pero mi mente se llena de la carita de miedo de Alegra cuando creyó que me habían disparado en la fiesta, el miedo de mi hermana cuando le explicamos lo que había pasado, la culpa de Félix cuando se metieron con Diana; nadie puede meterse con los míos y salir caminando como si nada hubiera pasado, y me importan una mierda las consecuencias.

— No lo entiendes ¿verdad? —su voz suena extraña porque lo estoy agarrando por el cuello — También lo hacemos por ti, tú no tienes idea de quién es ella.

Estoy luchando por no perder el control y él idiota tiene las agallas de hablar mal de Alegra frente a mí, mis dedos alrededor de su cuello se tensionan y lo elevo del suelo dejando sus pies en el aire.

— ¿Acaso alguna vez te contó lo que pasó conmigo? ¿O incluso a ella le da vergüenza?

No, de hecho nunca lo hizo pero no me importa. No me importa lo que le haya hecho, no me importa si lo lastimó, y tampoco me importa si lo hizo a propósito. Le creo cuando me dice que me ama, y los errores que pueda haber cometido antes no me importan.

No lo golpees, Lucas. Se lo prometiste a ella, busca una solución racional.

— Me importa una mierda, Ben —acerco mi rostro al suyo para mirarlo fijo a los ojos —. Ahora dime quién mierda está contigo.

Él suelta una risita que ahogo presionando mi mano en su cuello.

— Golpéame si quieres, no diré ni una palabra —ya no muestra su miedo, como si en realidad en su mundo el fin justificara los golpes que pueda recibir —. Y te juro por lo que más quieras… que no vamos a descansar hasta verla caer.

Adiós a mi autocontrol, todos mis esfuerzos por no recurrir a la violencia son en vano en cuanto escucho su amenaza. No dejaré que le hagan daño, no me importa lo que tenga que hacer.

Dejo que el coraje que recorre mi cuerpo se adueñe de mis decisiones, que guíe mi cuerpo, mis manos cerradas en puños que buscan generar cuanto daño sea posible.

Golpeo su rostro repetidas veces, pero la ira no pasa, el miedo de no poder protegerla, la frustración por no encontrar una solución a esta mierda, el temor de no saber a quién me enfrento y de qué es capaz; todo se adueña de mí haciéndome perder el control.

Aroma a felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora