Capítulo 34

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- ¿Y por qué no le hablaste, tarada?.
Vera no podía creer la pregunta estúpida que su amigo le estaba haciendo.
- ¿Sos boludo, Bau?.- repreguntó la joven.- Hay tres cosas que las mujeres nunca vamos a hacer: tomar la iniciativa a la hora del garche, contarle a nuestro papá sobre la primera vez y hablarle primeras a un pibe.- contestó Vera muy segura. Si había algo que caracterizaba a la amistad de estos dos jóvenes era la sinceridad entre ellos y las charlas sin filtros que podían enfrentar. Ambos conocían, gracias al otro, algunos secretos sobre el sexo opuesto que servían como tips a la hora de querer conquistar a alguien. El problema de los dos era que no tenían a nadie para conquistar.
- Entonces le voy a decir a él que te hable.- comentó Bautista, agarrando su celular de arriba de la mesa.
Vera se abalanzó sobre él con todas sus fuerzas subiéndose encima y quitándole el celular de las manos. Luego, la muchacha volvió a ponerse de pie y tiró el celular de Bauti al piso.
- ¡No!.- gritó el joven, y luego ambos comenzaron a reír desaforadamente. Ya eran las siete de la mañana y todos se habían ido a sus casas, pero los mejores amigos se quedaron conversando y fumando unos cigarrillos hablando de la vida. Como ya era tarde para que Vera vaya a su casa, Bautista le propuso quedarse en lo de él hasta la joda de esa noche con motivo del retorno de su hermano y su recuperación por las drogas. Vera aceptó la propuesta sin dudar, así que una vez que se fueron todos, fue a buscar un short y una remera de fútbol de Bauti para usarla de pijama y volvió a bajar a la cocina mientras el rubio se preparaba un café. Vera le confesó en ese mismo instante lo obnubilada que estaba ante los ojos de Nicolás.
- Lo decís como si vos tuvieras feos ojos, caradura.- le contestó Bautista.
Vera le dedicó una sonrisa a su amigo y luego le comentó los motivos por los cuales no le quería hablar.
- Además...No sé...- dudó.- Si al chabón yo le cabiera o al menos le parecería linda, supongo que me hablaría...¡O al menos me miraría de reojo una sola vez, pero ni eso!.
Bauti se rió de la furia interna de la joven que estaba intentando exteriorizar sus sentimientos haciéndose la calma, pero claramente no le salía.
- Vos me dijiste que la vez que se conocieron en el club, él había sido re copado con vos.- le recordó Bautista.
- Sí, sí.- asintió Vera.- Pero quedó ahí, lo vi una sola vez más cuando vine acá pero tampoco me registró.- la muchacha le dio un golpe seco con el puño a la mesa.- ¡Ay, qué bronca!.
Luego, Vera se puso a pensar para sí y se dio cuenta de un detalle importante, así que se acercó a Bautista y lo intimidó con el dedo índice, frunciendo el entrecejo.
- Ni se te ocurra decirle una palabra, ni a él ni a ninguno de tus amigos.
- Pero, boluda, ¿vos te pensás que soy tarado?.- preguntó él.
- Sí, justamente por eso te lo digo...

Qué inútil se sentía Celeste al no poder contestarle cuando llamaba al teléfono de Bautista. ¿Qué es lo que en verdad le atemorizaba? ¿Que él ya esté con otra? ¿Que ya la haya olvidado? ¿Que esté enojado y le corte la comunicación? ¿Que la mande a cagar? Le daba miedo todo eso en realidad, pero muy en el fondo, sabía que Bautista nunca la rechazaría y jamás se negaría a escuchar su voz o a aceptar que Celeste le cuente sus anécdotas y él las suyas. Pero aún así estaba totalmente atemorizada, y tampoco quería que él piense que ella era una arrastrada o que hacía las cosas de pura histérica, lo que menos pretendía Celeste era parecerse a Rocío. "Las histéricas nunca salen ganando", pensó, "siempre terminan quedando solas".
Como aún estaba de vacaciones en Estados Unidos y las clases comenzarían más tarde, Celeste tan sólo iba a sus clases de inglés y hacía alguna que otra changa para tener algo de dinero y no pretender siempre de sus suegros. Con ellos la relación estaba genial, salían juntos, se divertían. Eran de esos suegros copados, jóvenes y comprensivos que siempre hacen de todo por lograr que te sientas cómoda, y lo alcanzaban. Pero si había una persona que no hacía sentir cómoda a Celeste, ese era Felipe. Todos los días discutían por algo, y siempre eran cosas diminutas y pavadas pero ellos las agrandaban y lograban que se forme una batalla campal. En más de una oportunidad, Felipe mandaba a la mierda a Celeste, agarraba las llaves de la casa y se iba a dar vueltas por la calle, sea la hora que sea. Tal es así que en una oportunidad le robaron el celular, pero no lo dudó y al otro día se compró uno mejor.
Celeste lloraba todas las noches antes de dormir. Había decidido por completo tener su propia habitación donde pueda dormir ahí, no le interesaba dormir con Felipe. Ya no tenían sexo, y si lo tenían a ninguno los dos lo mataba del cansancio o de las ganas de seguir. Su relación no era la misma que hace un año y medio atrás.
Celeste intentaba justificar sus peleas pero ya habían pasado dos meses como para seguir creyendo que le costaba acostumbrarse a los nuevos aires neoyorquinos. Hace dos semanas que la relación viene decayendo, y eso era lo que ella tanto temía: que las cosas no funcionen y tener que vivir allá sin ningún tipo de apoyo emocional. Intentaron hablarlo varias veces, pero siempre terminaban peleando o diciéndose cosas feas, así que ambos optaron por no luchar más.
Este mediodía del sábado, los padres de Felipe fueron de compras, así que dejaron solos a los jóvenes. Un poco dudoso por temor a una nueva pelea que se avecinaba, Felipe se dirigió a la habitación de Celeste y tocó la puerta.
- ¡Pasá!.- gritó la morocha del otro lado.
Felipe ingresó al cuarto, dubitativo, y se quedó parado delante de ella, que estaba sentada en la cama leyendo un libro en inglés.
- ¿Podemos hablar o estás ocupada?.- le preguntó él a su novia.
Celeste cerró el libro, pero antes puso el señalador en la página 185. Lo dejó a un costado y cruzó sus piernas, dándole golpes a un costado de la cama, indicándole a Felipe que se siente. El joven obedeció y se colocó al lado de Celeste, mirando fijo el suelo y entrelazando sus dedos.
- Yo...Pensé que iba a ser distinto.- dijo Felipe, tembloroso. Celeste no pensaba acotar una sola palabra hasta que él termine.- Me parece que no estamos bien, que no nos llevamos como pensábamos y que no somos los mismos que hace un tiempo atrás.- respiró hondo y continuó.- Ojo, no me arrepiento de que estés acá ni que hayas venido, estoy feliz por haberte conseguido esta oportunidad de que cumplas tus sueños, pero...Me parece que estás atada, o al menos me da la impresión a mí de que viniste para lograr lo que querías, no para estar conmigo. Y yo hice todo esto para estar con vos, me parece muy de garca que no valores eso, que volví a Argentina para buscarte, que te conseguí todo acá, y...
- ¿Tengo que agradecerte y chuparte las medias todo el tiempo por eso?.- interrumpió Celeste con crudeza. Ella se daba cuenta de que su reacción fue muy vehemente, pero no podía aparentar algo que no era ni hacer como que estaba de acuerdo en lo que Felipe le estaba planteando.- ¿Me tengo que casar con vos y todo simplemente porque vine acá? Yo tengo mi trabajito para pagarme mis cosas, el pasaje me lo pagaron mis papás...
- Pero estás viviendo en mi casa que la pagan mis viejos.
- ¡Já!.- dijo Celeste de forma irónica sin poder creer lo que sus oídos estaban escuchando. Acto seguido, se puso de pie.- ¡Qué gil, boludo!.
- ¿Qué gil, qué?.- Felipe también se puso de pie y la miraba fijamente, mientras notaba cómo los ojos de la morocha se empañaban. Celeste no quería llorar, de hecho estaba haciendo un esfuerzo enorme por no hacerlo.
- Me refregás todo en la cara, como si yo alguna vez te hubiera pedido algo. Ni siquiera te jodo con nada, casi que no te dirijo la palabra. Pensé que ibas a venir a solucionar algo, no a ser tan pelotudo de rogarme que te ame nada más porque "me trajiste", acá.
Observándose mutuamente de mala manera, dedicándose unas miradas fulminantes, Celeste encaró hacia la salida de la habitación, pero Felipe la tomó del brazo.
- ¡Soltame, enfermo!.- gritó ella. En realidad, Felipe no la estaba agarrando fuerte porque lo que menos quería era lastimarla, pero para Celeste era horrible que no la dejen salir. Se soltó de una vez por todas, agarró su bolso de arriba de un sillón en la habitación, y sin decir una palabra salió de la casa, mientras Felipe se quedaba parado, totalmente boquiabierto, sin poder creer cómo habían terminado las cosas con el amor de su vida y con quien creía que iba a ser la madre de sus hijos.

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