Capítulo 17

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Celeste tenía el corazón roto en mil pedacitos. La historia familiar de Bautista la había conmovido y ahora se sentía una mierda, no sólo por haberse enojado equivocadamente el día de su cumpleaños, sino también por lo desconsiderado que había sido de su parte no tener en cuenta que en esta fecha se conmemoraba un acontecimiento horrible para él. No había forma de que ella lo hubiese sabido ya que él nunca se lo contó, pero aún así se sentía terrible. El abrazo con la abuela Haydée duró unos minutos, los mismos que tardó el microondas en sonar: el café con leche para Bautista estaba listo y las tostadas también. La enérgica viejita le entregó la bandeja a Celeste y le indicó con un gesto de complicidad que sea ella quien la suba al cuarto de su nieto.

Con cada escalón que subía, sus nervios aumentaban y las lágrimas en sus ojos se hacían cada vez más difíciles de contener. Sentía esa mezcla de tristeza, culpa y nervios que sólo se siente cuando sabemos que nos equivocamos en serio con alguien a quien queremos mucho. Celeste abrió la puerta y allí estaba él, acostado, tapado hasta la cintura, durmiendo. Se acercó en silencio y apoyó la bandeja en la mesa de luz, sentándose cuidadosamente a su lado. Con un movimiento tierno le acarició el pelo y parte de la cara, pero Bauti tenía el sueño pesado y aunque un elefante se cayera al lado de su cama, él no lo notaría. Entonces la morocha aprovechó a darle algunos besitos por la cara y los labios, realmente estaba arrepentida y lo necesitaba mucho, hasta que finalmente se despertó.

- ¿Qué haces acá?.- le preguntó todavía refregándose los ojos, sin poder abrirlos del todo.

- Vine a hablar con vos, Bauti. Tu abuela me dejó pasar y la ayudé a hacerte el desayuno.- Bautista mira hacia la mesa de luz y ve la bandeja. Se queda en silencio, sin entender demasiado, pero Celeste continúa hablando.

- Te quería pedir perdón por el escándalo que te hice en tu cumpleaños, saqué deducciones apresuradas y te eché la culpa de algo que no habías hecho. No sabés lo mal que me siento, Bauti, pasa que cuando vi mi diario ahí, abierto, lo primero que pensé fue que...- la interrumpe.

- Sé lo que debes haber pensado, y en el momento yo hubiera pensado lo mismo, no te preocupes. Perdoname vos también porque sé que yo no te traté de la mejor manera tampoco, supongo que estaba un poco celoso y dolido por las cosas que leí. Se nota que ese chico fue muy importante para vos...más de lo que quisiera. Fue más fuerte que yo querer leer, no sabía qué hacía ahí y bueno...traté de no leer mucho por respeto a vos. Pero no es motivo para enojarme, es tu pasado y lo entiendo. Además también estaba triste por otras cosas, mambos internos míos.- evidentemente todavía no se sentía listo para hablarlo, y Celes respetaba esto, aunque ella ya supiera todo.

Con un abrazo y varios besos se cerró la pelea, y todo volvió a la normalidad.

- Dale, nene, ¡tomate el café con leche que se te está enfriando todo!

Eran las nueve de la noche y Lautaro salía de su casa sólo para sacar la basura, cuando una silueta conocida lo sorprendió. O mejor dicho, él la sorprendió a ella.

- ¿Me podés explicar qué haces en la puerta de mi casa con una bolsa?... ¿Y por qué tenes esa flor tan rara en la cabeza?

Rocío dio un paso atrás en el impulso instintivo de salir corriendo, pero no. Muy por el contrario, se quedó totalmente petrificada, y lo único que alcanzó a responder fue:

- No es una flor rara, es una vincha. Y se usa.

Lautaro ya alteradísimo insistió con su primer pregunta.

- No te hagas la tarada y explicame qué haces acá.

- Nada, Lauti, no estoy bien, y viste cómo soy yo que cuando estoy triste me pongo a leer cosas viejas y bueno, encontré cartitas y cartelitos de cuando éramos novios y me dio mucha nostalgia. Pensé que quizás los querías tener vos y por eso te los traje...Además...me acordé lo bien que me hacías vos siempre que estaba triste, y yo creo que si los dos volviésemos a estar junt...- Lauti la interrumpe.

- Eh...no, no, no. Me parece que te estas confundiendo, Rochi Todo bien pero nosotros dos nunca vamos a volver a estar juntos, no supongas. Volvé a tu casa, dale, que es tarde ya.

Lautaro se dio media vuelta y encaminó hacia la puerta de su casa, mientras Rocío, humilladísima y muerta de vergüenza, se fue corriendo, no sin antes dejar en la vereda su bolsa llena de viejas cartas de amor. Al notarlo, el muchacho no pudo pasarlo por alto, y decidió quedársela. Después de todo...¿En qué podían afectarlo un par de cartas tontas?.

En el trayecto de vuelta a su casa, Rocío sentía una angustia rara, no era una angustia normal porque estaba mezclada también con un poco de vergüenza, y otro poco de bronca. No entendía por qué había tenido la loca idea de que Lautaro iba a querer volver con ella, y a decir verdad, ella tampoco estaba segura de querer volver con él, sólo fue un desliz, una mala pasada que le jugó su tristeza. Nicolás la había basureado hacía tan solo algunas horas, y ahora Lautaro también la despreciaba, no había forma de remontar el día.

Una vez en su casa y sin tocar aún la bolsa con las cartas, Lautaro llama a Malena y le cuenta lo recién sucedido a su amiga. Se burlaron de ella sin parar durante media hora, riéndose de lo patética que había quedado Rocío y cómo volvía suplicando perdón mientras Lautaro la humillaba vorazmente. Una vez que cortó su comunicación con Malena, Lauti se sentó en la cama y comenzó a leer las cartas. Lo hizo sin ningún tipo de interés, era más que nada porque estaba aburrido y no tenía sueño. Leyendo un par de cartas, Lautaro pudo darse cuenta que en realidad sí la extrañaba a Rocío, que a Malena no la quiere tanto como para ayudarla a engañar a Nicolás y, si bien la rubia había estado mal en decirle el nombre de otro chico, Lautaro se creía completamente capaz de perdonarla...pero incapaz de decírselo y dar el brazo a torcer. Si había algo que lo caracterizaba, era el orgullo.

Por su parte, Macarena se encontraba devastada. Había perdido una amiga, al único chico que le daba bola y encima toda esa tarde se la pasó comiendo como motivo de su depresión. Decidió, entonces, sentarse a escribir una fuerte carta de amor a Pache. Mientras escribía, se daba a cuenta lo mucho que le importaba y se concretó lo que había pensado desde el principio, ese famoso "no me tengo que enganchar", y se avivó ahora que Pache ya no le da más bola. En la carta se arrastró a más no poder, perdió toda su dignidad pero no se dio cuenta: ella sólo quería arreglar las cosas, no podían terminar tan mal después de tanto tiempo que estuvieron juntos. Pache fue el único chico que la hizo sentir mujer y valorada, y Macarena justificaba la zarta de insultos terribles de Pachetti hacia ella con un "yo tengo la culpa, yo metí la pata".

Mientras Maca escribía esta carte, Pache encaraba hacia la casa de Bautista pensando en cuánto la odiaba. Se arrepentía muchísimo de haber estado con ella. De hecho, lo había logrado nada más porque se sentía solo y Macarena siempre estaba disponible. Pero ahora ya estaba en la puerta de la casa de Bauti y sólo le importaba tocar el timbre y decirle todo lo que tenía pensado...

ENTRELAZADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora