Capítulo 7.

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-¿Es usted él se... señor Yatra? -Sí, soy el propietario de esta cadena de tiendas -confirmó Sebas con una mirada de desaprobación -. Dime, ¿es habitual que los empleados estén de pie, sin hacer nada, charlando y mirando a los clientes que los necesitan? ¿Y desde cuándo es más importante un maniquí que una venta? -Tiene usted mucha razón, señor Yatra. Por favor, permítame que lo atienda. -Esta señorita necesita ropa interior. Escoja usted algo -ordenó Sebas dejando que su atención recayera entonces en el estante de los zapatos y arrastrando a Tini hacia ellos-. ¿Qué número usas? -Creo que nunca en la vida me he sentido tan violenta -comentó Martina temblando-. ¿Es así como te comportas en público normalmente? -¿Pero qué te pasa? -exigió saber él-. No hay tiempo que perder, escoge unos zapatos. La encargada estaba al fondo luchando por quitarle los pantalones cortos al maniquí. De pronto Tini, con un movimiento repentino, le arrojó la ropa que llevaba en brazos a Sebas. -¿Por qué no te vas al mostrador de embarque y me esperas allí? -Me quedaré aquí para despachar ciertos asuntos que... -¡No vas a quedarte aquí mientras yo elijo prendas de lencería! -exclamó Martina como una olla a presión a punto de estallar, con ojos cafés airados y tan brillantes como una joya-. ¡Además, no necesito tantas cosas! -Te pago para que hagas lo que se te dice... -alegó él con ojos intensos. - ¡Pues si voy a soportarte necesito al menos un poco de espacio! La brillante mirada de Sebas resplandeció literalmente hablando. Un rubor oscuro acentuó los esculturales pómulos. Nunca nadie le había hablado en ese tono, y la incredulidad emanaba de él por oleadas. -¡Basta, deja ya de ejercer presión en todas partes! –continuó Martina. -Pero... -Desde que hemos entrado aquí te has comportado de un modo atroz -lo condenó Tini sin piedad -. Vete al mostrador de embarque y cállate ya. Y procura no aterrorizar a nadie más. Martina le dio a Sebas la espalda, imperturbable ante la ira que él trataba por todos los medios de refrenar, y eligió unas sandalias de tacón alto negras. Se las probó. Le sentaban bien. Se las pasó a Sebas sin mirarlo siquiera y se reunió con la encargada en la zona de lencería, donde eligió un camisón y algunos conjuntos de ropa interior. Discutir en público no servía más que para mortificarla. Accedería a comprar la ropa y luego la dejaría abandonada en cuanto perdiera de vista a aquel horrible hombre. La idea de tener que pasar treinta y seis horas con él la enfurecía. Sebas le devolvió el vestido azul y los zapatos. -Póntelo -ordenó con una insolencia estudiada. Martina entró en el probador. Aquel hombre no tenía modales. Debía de encantarle discutir, no tenía pelos en la lengua y además era un desinhibido. Y en cuanto a su forma de reaccionar cuando alguien lo trataba con la misma medicina... ardía en llamas y estallaba como un cohete. Para cuando Martina salió del probador toda la plantilla de empleados estaba atareada envolviéndoles la mercancía. Tini nunca se había alegrado tanto en su vida de abandonar una tienda. -Supongo que ahora querrás entrar en ésa de ahí - comentó Sebss con una expresión de condena mal disimulada, haciendo un gesto hacia una perfumería. -No, me las arreglaré. Los hombres primitivos se lavaban los dientes con un palito, ya encontraré alguno por ahí. Sebas se quedó mirándola atónito. Y después sorprendió terriblemente a Martina. Echó la cabeza atrás y rio con espontaneidad, realmente divertido. Tini lo miró con el pulso acelerado. Su blanca dentadura contrastaba con la piel, y sus ojos marrones brillaban. El humor había borrado todo rastro de tensión de su rostro, y Tini, desorientada, fue capaz por fin de apreciar lo atractivo que era. -No me gusta ir de compras -le confió él en secreto, con voz ronca, como si ella aún no se hubiera dado cuenta-. Por lo general otras personas compran por mí. Martina se sintió de pronto incómodamente excitada, de modo que bajó la vista al suelo. Sin embargo en su mente seguía viendo la imagen de aquel devastador rostro oscuro y mediterráneo. Y la conciencia de ello, la mera idea, la inquietó. Sebastian Yatra no estaba haciendo el menor esfuerzo por impresionarla, y sin embargo ella era plenamente consciente de su apabullante atractivo y sexualidad masculina. No le gustaba esa sensación, le molestaba sentirse tensa e incómoda en presencia de él.

Tini sólo tenía veintiún años, pero ya había decidido que los hombres eran un gasto inútil de tiempo y energías. Y nunca se había arrepentido de haber llegado a esa conclusión. No odiaba al sexo masculino, pero siempre reía con ganas cuando alguien contaba un chiste sobre su inutilidad. Después de toda la experiencia de Martina en ese campo, desde su infancia, había sido larga y traumática. Sebas trató de obligar a Tini a que se apresurara y posó una mano sobre su espalda para que no se parara mientras caminaban por la terminal del aeropuerto. Ella se puso a la defensiva. -Disculpa -dijo dando un paso atrás, decidida de pronto a escapar aunque sólo fuera por unos minutos. -¿A dónde crees que vas? -Al servicio de señoras -contestó ella con énfasis -. ¿Es que pretendes venir conmigo? -Te doy dos minutos. Martina dejó caer las bolsas de la boutique a los pies de Sebas, y luego echó a caminar. - Tini... -la llamó él tendiéndole un peine-, quizá debieras de hacer algo con tu pelo mientras estás ahí dentro. Tini apretó los dientes. No había tenido tiempo ni de mirarse al espejo. Se resistió a peinarse el cabello con los dedos y continuó caminando hasta desaparecer por la puerta de los servicios. En cuestión de segundos se cepilló el cabello hasta que calló suelto y liso por los hombros. Se miró al espejo y frunció el ceño al notar que tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes. El vestido era sencillo dentro de su elegancia, y eso le gustaba. Pero no era su estilo. Apretó los labios sonrosados y generosos y examinó el peine de plata que él le había dado, recordando la facilidad con la que había adivinado su talla. Aquello no hubiera debido de sorprenderla. Sebas, de unos veintinueve años, era un mujeriego impenitente e irrecuperable. Y era natural que lo fuera, reflexionó Martina con cinismo. Los hombres con dinero y poder vivían en un mercado lleno de mujeres deseosas de vender. Sebas era un verdadero imán para las mujeres, y él lo sabía. Y era evidente que nunca en la vida había tenido que preocuparse demasiado por endulzar sus modales, que resultaban poco menos que impresentables. Sin embargo, a pesar de todo, iba a viajar gratis a Grecia. En un avión privado y con toda clase de lujos. ¿Desventajas? Tener a Sebastian Yatra pegado a sus espaldas. Aquélla iba a ser toda una aventura, se dijo Martina. Mucho más divertido que abrillantar suelos.

Romance Griego -Sebastini- TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora