Capítulo 20.
-Estás tan cerrada - musitó el con un gemido sensual y gozoso. La urgencia de aquel deseo resultaba insoportable. Tini estaba completamente fuera de sí, con la respiración entrecortada, sujetándose a cualquier parte de él que lograba agarrar. -Sebas, por favor... -gimió desesperada. Él se deslizó sobre ella colocándola sobre la cama. Martina se debatió con ojos brillantes, exultante de feminidad, sintiendo el férreo control de el y su rendición. Un hambre fiera la abrumaba en ese instante sin vergüenza. Y entonces él la penetró y el punzante y apasionado dolor de aquella invasión la hizo llorar de sorpresa. Sebas se quedó muy quieto. Unos ojos marrones atónitos la miraron de lleno. -¡Cristos... es imposible que seas...! -Ya no... -Te gusta sorprenderme, ¿verdad? -preguntó él con una llama de fuego primitivo en la intensa mirada. Tini estaba ruborizada al máximo, era completamente consciente de cada uno de los pequeños movimientos que él hacía abriéndose paso hambriento por su interior. -Ahora no puedo hablar -musitó atenta por completo a cada uno de los detalles de aquella nueva experiencia fascinante. Sebas rio a carcajadas. La besó en lo alto de la cabeza y comenzó a demostrarle cuán excitante podía ser aquello. Una necesidad cruda, fuera de control, iba poseyendo a Martina cada vez con más fuerza. Apenas podía respirar. El mundo hubiera podido llegar a su fin y nada hubiera importado excepto aquella vibrante penetración. La intensidad del placer la volvió loca hasta que, finalmente, llegó al borde de la excitación y una ola de paroxismo la liberó. -Deberías de haberme dicho que era la primera vez, pethi mou -pronunció el apenas sin aliento. -No me pareció importante -musitó Tini evasiva, disfrutando del modo en que él la abrazaba contra su cuerpo ardiente, cálido y húmedo, llorando contenta de que él no pudiera verlo. ¿Acaso era posible enamorarse en el plazo de veinticuatro horas?, se preguntó Martina ensoñadora, luchando por reconocer a la nueva persona que sentía nacer en su interior, pero demasiado contenta y satisfecha como para sentir como una amenaza aquel cambio. ¿Algo especial? ¿Pero cómo de especial? Martina sabía perfectamente cuánto de especial era Sebas para ella. Hubiera deseado poder envolverlo en una sábana de amor y abrazarlo hasta la muerte, nunca había sentido nada igual. -Para mí sí lo era -le confió Sebas en voz baja-. ¿Tienes hambre? -No, en realidad no. -Pues yo no recuerdo cuándo comí por última vez -musitó él reflexivo. -¡Qué sensible! Sebas la soltó y rodó por la cama hasta alcanzar un teléfono interno por el que ordenó que les llevaran comida. Luego, tomando su mano, la arrastró fuera de la cama junto a él. Con los brazos envueltos sobre sí misma, como si tuviera frío, Tini caminó hasta el baño y lo observó abrir el grifo de la ducha. De pronto se sintió tremendamente tímida. Se veía arrastrada hacia la más profunda intimidad sexual. Sebas la metió en la ducha con él ignorando su vergüenza deliberadamente, o quizá sin darse cuenta. -Eres menudita de verdad -suspiró. -Mido uno cincuenta y uno -musitó Tini añadiendo un centímetro más, sintiendo que el la contemplaba de arriba abajo. -Estabas tan graciosa en el aeropuerto con aquel abrigo tan largo... eras como una niña pequeña toda vestidita - Tini no supo qué responder-. ¿Por qué te has quedado tan callada? -No llevo nada de ropa, y no tengo por costumbre mantener conversaciones en la ducha. Sebas rio. Luego la abrazó y la levantó como si fuera una muñeca, enlazándole los brazos a su cuello. La sujetó a su altura y la miró a los ojos, intensamente. -¿Estás tomando la píldora anticonceptiva? Martina frunció el ceño y se ruborizó. No entendía por qué le hacía semejante pregunta cuando era él quien había tomado precauciones en aquella ocasión. -No. -Eso pensé. El preservativo se ha roto -la informó Sebas sin parpadear, escueto.