Capítulo 18.

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Capítulo 18.

Martina sintió que la cabeza le daba vueltas, que el corazón le latía con violencia. Él necesitaba hablar. Aquello no era lo que había planeado. Y desde luego no era lo que se suponía que debía ocurrir entre los dos. En cuestión de segundos se apartaría de él, pararía aquello antes de que fuera irremediable. Sin embargo sus brazos habían rodeado a Sebas por el cuello y sus dedos se enredaban en el sedoso cabello. Una nube de debilidad la envolvió de tal modo que cuando pasaron los treinta segundos que se había prometido de plazo apenas recordaba por qué se lo había impuesto. -Esto era inevitable -jadeó Sebas levantándola en brazos para llevarla dentro justo cuando ella comenzaba a tambalearse y sus piernas comenzaban a flojear. Tini tenía la mente en blanco, los ojos cautivos en las pupilas negras de él. Su corazón zozobraba, tenía el pulso acelerado. El mareo y la euforia se apoderaron de ella. Levantó una mano insegura y la posó sobre la mejilla de Dio con un vergonzoso sentido de la posesión por completo nuevo para ella. Sus dedos extendidos celebraron la dura tersura de su piel, sus pupilas dilatadas buscaron cada uno de los detalles de él que podían apreciarse a aquella distancia. Las largas y negras pestañas, la expresión dramática de sus cejas, oscuras y bien definidas, la belleza masculina de su cráneo y de su estructura, ósea, la perfección, recta y arrogante, de su nariz. Tini acarició el mentón agresivo con una ternura asombrosa, absorbida por entero en la tarea. Nunca nada le había parecido tan natural. -Eres realmente guapo -dijo sin poder evitarlo. Sebas la puso encima de algo firme y deliciosamente confortable y luego se tumbó sobre ella. Se quedó contemplando su mirada perdida con ojos ardientes y, gimiendo, dijo: -Cuando te quité ese pañuelo de la cabeza pensé que eras la cosa más perfecta que jamás hubiera visto en mi vida. Tu pelo, tu piel, tus ojos. Me dejaste completamente fascinado... -Pues supongo que tú me estás dejando fascinada a mí ahora- tartamudeó Martina comprendiendo de pronto que estaba tumbada sobre una cama en una habitación en penumbras y sintiendo un desmayo. -Bajo esa superficie dura eres muy dulce... - continuó Sebas inclinando la cabeza orgullosa. Martina hubiera podido perderse en aquellos ojos topacio, hubiera podido sentir la debilidad que la clavaba a una hipnótica quietud. Sebas tomó de nuevo sus labios abriéndoselos con la punta de la lengua. El corazón de Tini retumbó y toda ella tembló, incapaz de respirar. Su sumisión fue absoluta, instintiva. No hubiera podido resistirse a la tentación de aquel beso ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Era como volver a nacer, y cada nueva sensación le resultaba tan fresca e intensa que se sentía atada sin remedio, esperando deseosa la siguiente. -Tan dulce -jadeó él en voz baja mientras Tini gemía y respiraba sofocadamente bajo su experta boca, con respuestas temblorosas. Sebas se quitó la camisa y elevó a Martina hacia él, haciéndola sentarse. Ella se puso tensa. Todo su campo de visión estaba lleno con aquel pecho ancho y bronceado y aquel espeso y oscuro vello rizado que marcaba cada músculo antes de serpentear para convertirse en una fina línea sedosa sobre el estómago plano. Sebas levantó sus manos y las puso sobre su pecho como si el hecho de que ella lo tocara fuera lo más natural del mundo.

- Sebas... -dijo ella temblorosa mientras asombrosas olas de excitación la recorrían al conocer su calor con los dedos. Había tanto por conocer, pensó Martina sintiendo de pronto que todo aquello se le escapaba, que él la alentaba y esperaba a una amante experta.

-Tócame -la invitó él. Martina se examinó las manos como si esperara que ellas solas, sin ninguna orden consciente, se apartaran de él. Pero Sebas era tan fascinante, la hacía sentirse tan bien que fue incapaz. -Vas... vas demasiado rápido para mí -musitó seria, sin comprender cómo podía ser que estuvieran casi desnudos en la cama. -Si quieres que me vaya me iré -dijo él poniendo una mano sobre las de ella.

Un miedo helado agarrotó a Tini, que levantó la cabeza para encontrarse con aquellos ojos oscuros y aquel rostro firme y anhelante. Apartarse o quedarse. No había término medio. Y si él se marchaba quizá nunca volviera a pedirle nada. Quizá pensara incluso que ella lo había provocado en vano. Por fin Martina pensó que si Sebas no veía razón alguna para no disfrutar el uno del otro era porque no la había.

Romance Griego -Sebastini- TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora