Capítulo 9.

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-Entonces... ¿me crees? –preguntó Tini unos segundos más tarde mientras trataba de caminar a su paso. -Lo único que creo es que te he pillado antes de que pudieras desobedecer mi orden de no acercarte a un teléfono -dijo Sebas-. Eres pequeña y escurridiza. ¿Por qué no me sorprende? -¡Yo no soy escurridiza! -Podías haberme dicho que tenías otro empleo, no soy una persona tan poco razonable -añadió -. Pero has preferido hacerlo a escondidas. Si volvía a pronunciar la palabra «escurridiza» lo abofetearía, se dijo Martina con el rostro encendido. Se sentía incapaz de disculparse, pero más aún de pedirle permiso para hacer cualquier cosa. Y aquella llamada era necesaria. Por desgracia iba a tener que contarle al señor Barry una mentirilla delante de él. Martina no tenía por costumbre mentir. Por el contrario, era incluso demasiado directa y sincera. Conocía bien sus defectos, pero algunos de ellos eran su mejor defensa. Era una persona terriblemente independiente, no le gustaba trabajar en equipo y le encantaba disponer de libertad para decidir por sí misma. Por eso aquellos dos empleos encajaban bien con su personalidad. Casi una hora más tarde, cuando el tenso silencio de Sebas estaba a punto de acabar con los nervios de Tini, un hombre mayor apareció con las llaves de su casa y el pasaporte. Los dos hombres se pusieron a hablar en griego ignorándola por completo. -Espero que hayas dejado mi casa en orden -recalcó entonces Martina en voz alta-. Y que la hayas dejado bien cerrada -añadió sin poder evitar que un gemido saliera de su boca-. ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo diablos has entrado con la alarma conectada? ¿Has vuelto a conectarla...? -Mis empleados de seguridad no son estúpidos -alegó Sebas ofendido-. Lo han dejado todo en orden. -Debe de ser reconfortante saber que cuentas con empleados tan eficientes como ladrones -comentó Tini. Sebas le lanzó una mirada tormentosa-. Es de mala educación ignorar a las personas - añadió ella dándose la vuelta. Lo cierto era que no era más que una mujer de la limpieza, se dijo Martina exasperada. El escalafón más bajo de todo el personal. Y estaba tratando con un hombre acostumbrado a ser servido a todas horas. El hecho de que se comportara desde ese momento como si fuera invisible no abrumó a Sebas, que evidentemente esperaba que se mantuviera en un respetuoso silencio y que no hablara a menos que le preguntaran. Sin embargo Martina nunca había sido una persona callada. De pronto sintió frío, así que sacó el abrigo de la bolsa, le quitó la etiqueta y se lo puso. Le llegaba hasta el suelo. Si se subía el cuello parecería un fantasma. -Toma -dijo Sebas tendiéndole su móvil. Tini parpadeó confusa-. Tu historia encaja. Demitrios, el que ha ido a tu casa a por el pasaporte, lo confirma. Puedes llamar al propietario de la librería. Tini marcó el teléfono. En cuanto escuchó la voz del señor Barry le explicó que faltaría al trabajo un par de días y se disculpó por no haber avisado con más tiempo. Puso de excusa la enfermedad de un amigo. Luego colgó el teléfono. Sebas la miró de reojo. -Eres una buena mentirosa, resultas muy convincente.

Unas cuantas horas más tarde Tini había cambiado de estado de ánimo. Miraba a su alrededor con curiosidad. En el interior del jet los asientos eran de piel de color crema y la decoración elegante. El espacio destinado a los pasajeros parecía más un salón de lujo que un avión. ¿Acaso Sebastian Yatra se daba cuenta de la suerte que tenía? ¡En absoluto! Martina observó a su anfitrión. Habían estado esperando a que el aeropuerto les concediera permiso para despegar, y mientras tanto él había recorrido la habitación de un lado a otro rebosante de frustración e impaciencia. Por fin habían despegado, pero él seguía exactamente igual. Martina estuvo contemplándolo. Tenía el cabello negro, perfectamente peinado, con un estilo que encajaba con la forma de su cabeza. Los ojos, espectaculares, estaban enmarcados por largas pestañas negras. Las pupilas eran del color de la noche, capaces de brillar como las estrellas. Y los fuertes pómulos le añadían carácter. La nariz, arrogante, parecía advertir de ello. ¿Y aquella boca, generosa y perfecta? Inspiraba pasión y sensualidad. Tini no pudo dejar de preguntarse cómo tal conjunto de rasgos podían dar lugar a un rostro tan devastador. Para cuando llegó a ese punto de la reflexión se dio cuenta de que estaba excitada, y tuvo que admitir algo que hubiera estado perfectamente dispuesta a negar. ¿A quién había querido engañar al decir que Sebas le producía repulsión? Aquella revelación dejó atónita a Tini, que hacía años que no se sentía atraída por ningún hombre. Pero tenía que tratarse simplemente de unas pocas hormonas que, mediante trampas, pretendían recordarle que podía ser tan estúpida como cualquier otra mujer. Sebastian Yatra resultaba increíblemente sexy aún de mal humor, y si era ella quien se había dado cuenta entonces es que era verdaderamente sexy. Poseía esa extraña fluidez en los movimientos que tenían los hombres con perfecta conciencia de su propio cuerpo, se movía como un enorme gato sobre patas almohadilladas. Y su cuerpo era perfecto. Hombros anchos, estómago plano y tenso, caderas estrechas, muslos largos y poderosos... Tini iba tomando buena nota de todos los detalles. Un hombre de ensueño... hasta que abría la boca. O mientras no la dejara cargar con las bolsas o la mirara con aquel infinito desdén sin ocurrírsele preguntar siquiera si tenía hambre o sed. Sebastian Yatra no era un hombre de sentimientos. Era duro, egoísta, de mente cuadrada y por completo centrado en sus propios deseos... De pronto Sebas la pilló mirándolo y frunció el ceño. Tini se encogió asustada. Los ojos de él iban del verde intenso al esmeralda, observó Martina sintiendo de pronto que le faltaba el aliento. Sin embargo aquella era una sensación nueva para ella, como si estuviera al borde de la más pura excitación, incapaz de apartar los ojos de él. Era una excitación enfebrecida. El corazón le latía acelerado en los oídos mientras la boca se le quedaba de pronto seca. Una llama ardiente se retorció en su interior dándole color a su semblante. -Son las tres de la madrugada en Grecia, deberías tratar de dormir –murmuró Sebas con voz espesa. El mero sonido de aquella voz profunda y masculina fue como miel para los oídos de Tini la hizo estremecerse. Parpadeó y se puso en pie. -¿Dormir? Sebas alargó una mano y pulsó un botón. Sus alucinantes ojos estaban semiocultos por las espesas pestañas. Martina se sintió intensamente violenta. Mientras se ponía en pie, mirando a todas partes menos a él, apareció una azafata que la guió hasta un compartimento con una cama. Tini se dejó caer al borde de ella, desconcertada ante la poderosa reacción de sus pechos y de sus pezones, completamente tensos. Nunca en la vida la había mirado ningún hombre haciéndola sentir una excitación y una urgencia tan fuertes y poderosas. Pero Sebas lo había conseguido. Ella estaba perpleja ante aquel descubrimiento, y tan avergonzada de su reacción física que había sido incapaz de controlarse. ¿Acaso se había dado cuenta él de lo sucedido? Cerró los ojos con fuerza. Estaba asustada ante la sospecha de que El no sólo lo había notado, sino que además había querido perderla de vista precisamente por eso.

Romance Griego -Sebastini- TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora