Capítulo 19.
-Pero es que yo... -comenzó ella a decir sin saber muy bien cómo terminar, atemorizada pensando en que iba a parecer una virgen puritana y lo iba a echar todo a perder. -Decídete -insistió Sebas con urgencia, lleno de necesidad-. No soy de piedra, y ahora mismo me muero por ti...
Las manos de Tini temblaron bajo las de él. No podía apartar los ojos de Sebas. La intensidad de su mirada la derretía en su interior.
-Yo también te deseo... tanto. Sebas la posó con cuidado de nuevo sobre la cama. -No te haré nada que tú no quieras que te haga, pethi mou. -Por supuesto, pero... -Abre tu boca para mí -la urgió él con voz rota.
Y Martina lo hizo, captando de inmediato su fuego ardiente. No notó, en cambio, cuando él le deslizó los tirantes del camisón por los brazos. De pronto Sebas se apartó para seguir bajando la prenda por sus caderas, y Martina vio con asombro sus pechos desnudos y llenos, sus pezones rosas tensos. -Eres exquisita -jadeó él. Sebas volvió a ella y dejó que su dedo pulgar acariciara el hinchado pecho, que la palma de su mano lo abrazara con firmeza por debajo y, por fin, que su boca se cerrara sobre él. Y le causó tal cúmulo de sensaciones que Martina gritó. Su cabeza cayó sobre la almohada, todo pensamiento se suspendió. Las manos de Tini agarraron a Sebas de los hombros mientras él acariciaba su sensible carne con la lengua, los dientes y los labios. De pronto era ella la que se moría por él, la que ardía como una loca por cada caricia certera, llevada por la más urgente necesidad, dejándose consumir por el fuego. Sebas rodó por la cama sin previo aviso y deslizó las sábanas hasta abajo, con los ojos dorados fijos en la pálida y rosada piel del cuerpo de Tini. Era como ser consumida visualmente. Martina estaba excitada, apenas podía respirar, y sentía tal necesidad como nunca en la vida la hubiera podido imaginar. Los ojos de Martina observaron a Sebas, siguieron cada uno de sus movimientos. No podía soportar que se alejara de ella. -¿Sebas...? -musitó insegura. -Respondes como si te murieras por mí -dijo él con orgullosa satisfacción. Tini lo observó bajarse la cremallera del pantalón. Sus ojos se abrieron inmensamente, sintiéndose de pronto cohibida. Segundos más tarde unos boxers negros se deslizaron por las estrechas caderas, y ella vio por primera vez un sexo masculino excitado y completamente erecto. Y aunque él era aún más bello de lo que jamás hubiera imaginado, también le resultó amenazador. Tardíamente consciente de su propia desnudez, Tini se sentó y tiró de la sábana para ocultarse bajo ella. Su corazón latía acelerado. Saber que no era sino una inexperta le producía pánico. Sebas volvió a la cama con movimientos naturales, sin ninguna inhibición. En realidad Tini dudó que él, en alguna ocasión, hubiera necesitado de un dormitorio en el que esconderse. -Eres tímida -murmuró el casi con ternura, quitándole la sábana para unirse a ella, concediéndole poca importancia a ese sentimiento. -Sí... Sebas... -Quiero verte -confesó él estrechándola contra su cuerpo duro, poderoso y abrasivo, con un brazo posesivo-. Estás temblando... -Me pones nerviosa. Sebas enredó los dedos en el espeso cabello de Tini y atrajo su boca hacia sí saboreándola en profundidad hasta que la cabeza de ella se inclinó llena de pasión y todos sus nervios desaparecieron. Y entonces él elevó la mirada y sus ojos dorados quedaron prendados en los de ella. -Esto no es simplemente una noche de locura, es algo excepcional, algo especial. Yo no tengo por costumbre acostarme con las mujeres así -aseguró él con ronca sinceridad. Tini levantó una mano temblorosa y le apartó el cabello de la sien. Tenía el corazón en un puño. No podía creer que él pudiera tener tanto poder sobre ella, que al fin un hombre la tuviera pendiente de cada una de sus palabras, esperando y rezando para que fuera digno de su confianza. Saberlo resultaba aterrador, pero cuando él sostenía su mirada o la acariciaba ni una sola fibra de su cuerpo podía resistírsele. El recorrió con una mano todo su cuerpo tembloroso. Ella se estremeció y jadeó. Su cuerpo estaba tan completamente preparado que una sola caricia bastaba para despertarlo. Cuando él jugueteó con el triángulo de bello que formaban sus piernas ella gimió y dejó que su rostro se hundiera sobre el hombro de él. Sebas siguió el rastro hasta el mismo centro de su ser, cálido e hinchado, con devastadora experiencia, llegando al punto más sensible. Y en ese momento Tini se vio perdida sin remedio, atormentada por un cúmulo interminable de sensaciones que pronto se convirtieron en una tortura sin fin.