Capítulo 13: Viejo Conocido - Parte 4

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616 se encontraba descansando en una cama dentro de una habitación en las instalaciones de la iglesia, el espacio no era muy grande, pero estaba bien iluminado y ventilado. Ya era de día, la chica tenía vendas cubriendo sus heridas, de vez en cuando soltaba un leve quejido, pero aún no despertaba.

—¿Realmente va a estar bien? —preguntó Elrick con una cara de preocupación, sentado al lado de su amiga.

—Es fuerte. Lo estará —respondió el Padre encendiendo una vela y colocándola en un altar, donde se encontraba una estatua de Jesús crucificado—. Sólo nos queda rezar a nuestro Señor —añadió juntando sus manos.

—Rezar a Dios —el joven frunció el ceño, y apretaba los puños.

—¿Qué sucede? ¿No crees en Dios?

—No es eso. Claro que creo en Dios, es sólo que...

—¿Es sólo qué?

—No he rezado desde hace años —susurró—. Para ser sincero, no quiero hacerlo.

—¿Hay alguna razón en particular?

—Sí, la hay, pero no quiero hablar de eso.

—De acuerdo —sonrió—, mientras desees el bien para ella, no habrá problema. Dios siempre nos escuchará.

Mentiras.

La puerta de la habitación fue tocada por uno de los monjes, traía consigo una bandeja con dos platos de comida.

—El desayuno está listo.

—Sí, pasa, déjalo en la mesilla —el monje asintió, dejó los alimentos en la mesa que estaba al lado de Elrick. Vio por un momento a la chica, y su cara reflejó la desconfianza, cosa que Elrick notó y le molestó.

—¿Se te ofrece algo más? —réplicó de forma irritada y casi grosera. Sin decir nada, el monje salió de la habitación.

—Tranquilízate, chico.

—No me gustó como la vio.

—El temor a lo desconocido —suspiró—. Son muy pocas las personas que lo aceptan y aprenden de ello.

—¿Y usted? ¿Cómo aceptó a 616? —al hombre le hacía gracia que Elrick buscara saciar sus preguntas en el momento.

—Tenía diecisiete años cuando la conocí. A los quince años ya tenía problemas de drogas, robaba y asaltaba por conseguir el dinero para comprarlas —el Padre tomó una silla que estaba al lado y comenzó a narrarle su historia al joven, que ofreció una de las dos tazas de café en la bandeja.

Sam provenía de una familia disfuncional, era hijo de padres alcohólicos, drogadictos y abusadores. El día que conoció a la Muerte, él y un amigo suyo se estaban inyectando, ambos sufrieron una sobredosis y el curso de la vida estaba corriendo, fue cuando Sam estaba al borde de perecer, que logró verla.

Ella había ido a recoger a su amigo. Aún no era la hora de Sam. Ella recibió al compañero del joven y abrió el portal, por la cuál él entró. Sam creía que moriría también, pero ella transformó su guadaña en un brazalete y lo levantó, cargándolo hasta un hospital. Cuando despertó, estaba sujeto a la cama, y ella estaba parada en la ventana, mirando a los pájaros surcar el cielo. Se dio la vuelta y miró que Sam había despertado, le ofreció una sonrisa.

—¿Estoy muerto? —la Muerte negó sin apartarle la mirada, y se acercó hasta quedar a su lado— Entonces..., ¿aún estoy drogado?

—Un poco, sí. Pero no soy una alucinación —él bufó por la respuesta, ¿qué otra obtendría? Las alucinaciones son así, estados donde crees que estás en la realidad—. Déjalo. Todavía no es tu hora, pero no quiero que vivas así hasta tu final.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora