Capítulo 47: Veredicto

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Todo estaba en silencio, una increíble tensión inundaba la habitación donde nadie lograba apartar la mirada sobre aquel joven humano dispuesto a tomar el lugar de castigo de una Muerte.

—¡Elrick! ¡Basta! ¡No lo hagas! —Nirelle suplicaba por su amigo, su voz llenaba el lugar con un leve eco— ¡Esteban! ¡Por favor! ¡Detén este error!

Todo era inútil, todos hacían de oídos sordos a la petición de la joven enjuiciada, quien trataba de pararse y zafarse de sus ataduras para detener aquella escena, ni siquiera le importaba que esas cadenas la apretaran más y le dieran descargas eléctricas que recorrían por todo su cuerpo, era claro que no quería sentir que perdía a otro ser querido por su culpa.

El joven, sin embargo, se mantenía firme y viendo determinadamente al hombre que tomaría su cuerpo, hombre, que sólo se regocijaba con una sonrisa de satisfacción que ansiaba poder volver a disfrutar de los placeres mundanos.
Él alzaba la mano hacia Elrick, acercándola para tomar de regreso la vida que le pertenecía, la vida que se le fue arrebatada injustamente.

Sin embargo, no lo alcanzó, pues su mano se detuvo en una barrera que se interpuso entre él y el muchacho, haciendo que todos los presentes se sintieran confundidos, a excepción de los jefes mayores, quienes mantenían en sus rostros una sonrisa de orgullo.

—¡¿Qué ocurre?!

El hombre colocó ambas manos sobre la barrera, tratando de empujarla o romperla. Elrick no entendía qué pasaba, sólo podía mirar con sorpresa por lo que sucedía y por las expresiones sonrientes de las Muertes.

—¿Regresarle la vida a un hombre alcohólico que no tiene remordimiento por los pecados que cometió en vida? ¿O dejárselo a un muchacho que se arriesga con valentía por una Muerte a quien la considera un ser vivo? —menciona Ezequiel con una sonrisa burlona.

—¿Qué? ¿Qué carajos están diciendo? —pregunta con rabia aquel hombre hartado por estar aprisionado en un sitio donde no se le permitía beber nada, ni siquiera agua. Esa sensación que había tenido en vida se le dejó conservarla como castigo.

—¡Silencio!

La Muerte Negra 601 alzaba la voz provocando que retumbara por toda la sala, hizo aparecer su guadaña en mano y puso la punta de la hoja que rebozaba con brillo en el mentón de la pobre alma atemoriza.

—¿Crees que dejaremos que una escoria como tú regrese a la Tierra sólo para que siga esparciendo la maldad?

—¿Qué? ¿Y qué pasa con la vida que se me arrebató? ¡Era mía!

—Así es, lo era. Sin embargo, estaríamos cometiendo un crimen en quitar la vida a otro ser al que ya se le ha otorgado.

Ezequiel bajó su arma y dio dos pequeños golpes al piso con el palo. El Encadenador que había traído al hombre volvió a apresarlo, encadenándole de nuevo. Abrió un portal por el cual, el sujeto fue tragado, devolviéndolo a su castigo hasta que se arrepienta de sus pecados o a que espere el día del juicio.

—¿Qué significa esto? —preguntó confuso Elrick.

—Liberen a Nirelle —ordenó la Muerte 601.

La cadena que aprisionaba a la joven desapareció, en su ropa quedó gravado las marcas de la quemadura por la corriente eléctrica que recibía a la vez que un leve vapor se percibía a la vista.

—¡Nirelle! —el joven se apresuró a ella y se agachó por su preocupación— ¿Estas bien?

—Sí —dijo sin entendimiento de la situación, al igual que la mayoría—, 601, ¿qué ocurre?

—Es justo lo que dijiste. Es su vida ahora, sería una contradicción quitársela y dársela a alguien que no tuvo respeto por ella —responde con una sonrisa dirigida al par de familia—. ¿No es así, Jean?

—Así es —habla la Muerte Verde—. Muchacho, no hay vida que no nos tema, y, sin embargo, aquí estás tú, mirándonos de frente, viéndonos no con miedo, sino con curiosidad, y mostrando un gran respeto y cariño a nuestra compañera.

—De entre todas las almas, jamás vimos a una tan prometedora y apasionada como 616 —añade Kira, la Muerte Roja—. Siempre ayudando a su manera para que los seres vivos tengan un destino donde no sean apresados por la oscuridad.

—Muerte Negra 616, levántate —menciona Jean, a lo que la joven con ayuda de Elrick, hace—. Es verdad, los juicios son una formalidad, sin embargo, esta vez, el tuyo fue diferente.

—¿A qué se refieren? _pregunta confusa la menor.

—Para dictar tu sentencia, debíamos verte en persona, a ti y al humano por el que te arriesgas.

Todas las Muerte se pusieron de pie, Ezequiel había regresado a su lugar y acto seguido, cada uno habló.

—Yo, Esteban, la Muerte Blanca número 1, dicto. Inocente.

—Yo, Artur, la Muerte Ámbar número 101, dicto. Inocente.

—Yo, Frank, la Muerte Natural y Hueso número 201, dicto. Inocente.

—Yo, Kira, la Muerte Roja número 301, dicto. Inocente.

—Yo, Jean, la Muerte Verde número 401, dicto. Inocente.

—Yo, Sebastián, la Muerte Azul número 501, dicto. Inocente.

—Yo, Ezequiel, la Muerte Negra número 601, dicto. Inocente.

—Yo, Samantha, la Muerte Dorada número 701, dicto. Inocente.

—Yo, Draco, la Muerte de 7 colores número 801, dicto. Inocente.

La amplia sala permanecía con un silencio que hacía parecer que no había presencia alguna, una mezcla de gran asombro e incredulidad ante el veredicto dado.
Por primera vez, una Muerte era declarada inocente tras haber roto la regla primordial. ¿Pero cómo era posible? El propio Dios había impuesto esa regla, ¿entonces estaban desobedeciendo al creador? La respuesta es no.
Dios no fue participe de la decisión, los jefes mayores tenían dudas, buscaron un consejo de Él, sin embargo, la única respuesta que obtuvieron fue: Confío en su juicio.

—¿Inocente? —la menor por sus adentros no comprendía lo que pasaba.

—Pero aunque eres inocente tienes una sentencia que cumplir —menciona Jean bufando burlón—. Tienes el deber de velar por este chico, su esposa y su descendencia. Serás tú, quien los recoja personalmente, cuando su tiempo se haya agotado. ¿De acuerdo?

—¡Si! —mencionó luego de algunos segundos se silencio por asimilar sus palabras.

—Bien, con esto termina este juicio. Todos pueden salir.

Los amigos de Nirelle rebozaban de felicidad, Gon abrió sus alas y fue directo a estrellarse en la espalda de su ama, quien cayó bocabajo mientras su can se restregaba en su cabeza. Los demás también se unieron, todos abrazando y llorando por su amiga. Las nueve Muertes se dirigían a salir del tribunal, iban a dejar que esa alegría se esparciera en el interior.

—¡Es-Esperen! —Nirelle detuvo el andar de las parcas antes de que se retiraran del lugar— Por favor, antes de que se vayan, necesito hablar con ustedes a solas.

Para las Muertes fue algo sorpresivo, sin embargo, concedieron esa petición de la menor, así que Elrick junto a los demás salieron para dejar a aquellas diez Muertes hablar.
Las puertas de piedra se cerraron y sólo esperaban con paciencia y ansiedad, a que volvieran a abrirse para saber lo que la menor quería.

Unos minutos bastaron para que aquel nerviosismo se calmara en cuanto la chica salía de la sala, todos la miraban con extrañez, pues ella sonreía, pero no una sonrisa para empatizar la situación, sino una que reflejaba esperanza y paz. «Paz» Esa palabra era algo que Nirelle desconocía por falta de experiencia, pero que ahora, comenzaba a sentir.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora