Capítulo 30: Es mi familia

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—Ya debería haber regresado —dice Amiel preocupado por la pequeña, pues ya estaba anocheciendo.

—Tranquilízate, hermano, ya no debe tardar —mencionó Hiram tocando su hombro mientras están mirando por el ventanal.

—Ella está regresando —agregró Samuel al verla, pero enseguida notó que tenía algo en su espalda—. ¿Qué piensa que está haciendo?

Todos salieron a ver sólo para dilucidar que traía a un niño dormido cargando en su espalda.

—Mi Estrellita —mencionó Amiel sin entender—. ¿Quién es este niño?

—Mi sobrino. Amiel, mataron a su madre e iban a matarlo a él —la joven comenzó a llorar.

—Llévatelo de aquí —esbozó Samuel con desprecio

—No. Por hoy se quedará, ya veré mañana que hacer con él.

—De ninguna manera. Se tiene que ir ahora —eso provocó la molestia de ella.

—Bien. Entonces me iré con él. Iré a preparar mis cosas —respondió la chica subiendo a la habitación.

—¿Qué? —Amiel estaba desconcertado, por lo que va tras la menor— Espera, ¿por qué de repente? No puedes irte.

—Amiel, no puedo dejarlo —mencionó entrando a la habitación y dejando al niño dormido en la cama.

—¿Por qué? Apenas lo conociste hoy ¿no es así?

—Amiel, tú hiciste lo mismo conmigo.

—Eso fue diferente.

—¿En qué? Me salvaste la vida, te abstuviste de matarme, me trajiste a vivir contigo y tu familia, me diste un hogar, a una humana. Este niño es mi familia.

—¿Nosotros no lo somos? —la menor se entristeció ante esa pregunta.

—Sí, lo son, pero no puedo abandonarlo. Mi hermano es un Padre de la Iglesia —sus lágrimas corrían de nuevo—. Amiel, lo mando a matar, a él y a su madre.

—¿Padre?

—También fue el que nos acusó a mí y nuestra madre de brujería. Él tuvo la culpa de que yo haya muerto aquel día.

¿Qué... murieras? —no comprendía esas palabras— Mi Estrellita, sé que no te gusta que te pregunte sobre esto, pero, ¿a qué te refieres cuando dices que moriste? ¿Quién es tu hermano? Todas las noches llorabas mientras dormías, supuse que era porque el día en que nos conocimos habías visto morir a tu madre —él la tomó con delicadeza del rostro con ambas manos—. ¿Qué no me has dicho?

—¿Señorita? —dice el menor somnoliento.

—Oh, Neizan —responde la menor secando sus lágrimas.

—¿Dónde estamos?

—Bueno... —antes de poder pensar en qué responder, Amiel se adelantó.

—En casa, pequeño —responde el mayor con una sonrisa—. Este es ahora tu hogar.

—¿En verdad? —preguntaba emocionado el niño.

—¿Amiel? ¿Por qué?

—No puedo dejar que dos niños salgan solos al mundo ¿verdad? —echó una risilla— Vamos a hablar con mi padre, y si se opone. Entonces me iré con ustedes.

—Amiel —la joven abrazó al mayor, le hacía feliz todo el apoyo que recibía de él—. Gracias.

Cuando Lamec regresó a casa, Amiel y la menor fueron juntos a hablar con él, para sorpresa de ellos y de todos, Lamec no puso resistencia alguna, al contrario, dijo que el infante podía quedarse a vivir con ellos el tiempo que quisieran.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora