Capítulo 58: Lo siento

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—¡Suéltame! —la joven forcejeaba por quitar el agarre del mayor, quien seguía estando encima de ella.

—¡Nirelle! ¡Cálmate!

—¡Déjame ir! ¡Quiero irme a casa! —espetaba adolorida.

—¡Lo siento mucho! ¡Pero he cambiado y ahora te amo! —y él también, culposo de su prejuicio.

—¡Pero yo a ti no!

—Nirelle…

—Suéltala —el Cadejo de Esteban se había parado a su lado, estaba gruñéndole a su amo.

—Joy —el mayor estaba sorprendido de ver a su can mostrándole los colmillos.

—¡Esteban! ¡Suéltala ahora mismo!

La Muerte Blanca giró su mirar a la menor, quien no abría los ojos. Un dolor profundo caló en su corazón al ver lo afligida que ella estaba.
Hay ocasiones en que las palabras pesan más que una herida física.

Esteban detuvo el agarre de las muñecas de Nirelle, soltándola, quien inmediatamente lo empujó y se levantó saliendo de la habitación corriendo, las demás Muertes la vieron apresurada.

—¿Nirelle? —Carla la había visto también, ella caminaba al lado de Arlet, su Cadejo.

—Ella está llorando —menciona el can, que junto a su compañera fueron tras su amiga, la cual se había dirigido al hábitat de los Cadejos, postrándose de rodillas, dejando salir sus lágrimas con dolor.

Esteban y Joy se encontraban discutiendo en la habitación, el can con notorio enfado por la actitud de su amo.

—¿Qué demonios fue eso? Explícame.

—No lo sé —tomaba su cabeza con una mano estando sentado recostado de la pared—. Ella dijo que se casaría con ese vampiro. Y lo demás…

—Le sellaste su habilidad —recriminó con mueca de reproche—. Esteban, cuando aceptaste que estabas enamorado de ella decidiste que la dejarías libre, y ahora que sabes que va a unir su vida a alguien que no eres tú ¿quieres atarla a ti?

Esteban se encontraba consternado, sabía que su compañero tenía razón y actuaba de manera egoísta. La deseaba, en su mente resonaba una voz y se dibujaba la cara de una compañera, aquella que alguna vez le advirtió de este futuro. Siempre tuviste razón, Kim.

Nirelle estaba en el campo, abrazándose con su llanto aún a flote, ella odiaba eso de sí misma, a veces sintiéndose como una niña que no puede haces otra cosa más que llorar.
Los Cadejos en el área se acercaron preocupados, Arlet y Carla también trataban de tranquilizarla, fue entonces que Ezequiel apareció con sonrisa en el rostro, ofreció una mano para ayudar a levantar a la joven, quien aceptó el gesto con él secando sus lágrimas aunque estás volvían.

El jefe pidió que la acompañara a su dormitorio, algo que ella aceptó, pues pensaba que era mejor ir a que la siguieran ver llorar. Despidiéndose de los demás siguió a su superior, una vez dentro de la habitación, ambos se sentaron en el sofá.

—Tranquila —dijo con amabilidad.

—Lo siento —secaba por su cuenta las lágrimas.

—Lamento lo que hizo Esteban —ella no comprendía qué era lo que sabía sobre lo que le hizo—. La marca de sellado, y tus ojos son diferentes, fuiste contenida por una Muerte Blanca y el único que haría eso ahora es él. Y también sé la razón.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora