Capítulo 81: Elementos y Marcas

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Una batalla en ese amplio salón se llevaba a cabo, Jaziel y los mellizos protegían a Elrick, Neizan y Nirelle, mientras que los demás evitaban que los enemigos se acercaran a ellos, Amiel cortaba sin piedad alguna a los Drows manchándose con su sangre, buscando acercarse a su padre para matarlo también.

—Esa imagen tuya es la que recuerdo —menciona Lamec con una gran sonrisa—. Siempre tan cruel, Bestia Carmesí.

—¿Qué tal si me baño con tu sangre? —replicó lanzando un corte con su arma, el cual fue detenido por un hacha larga de doble cuchilla y once puntas.

—No olvides quién fue el que te enseñó a pelear.

Lamec empujó a su hijo y lanzó un acometido, una batalla entre padre e hijo donde ambos no tenían en cuenta sus lazos, un encuentro donde lo único que había era un odio mutuo, fuertes golpes entre el metal de las armas podían ser escuchadas. Sin embargo, ellos no eran los únicos que batallaban, las Muertes también cortaban a cuanto Drow se atreviera pasarlos.

—¡Nirelle! ¡Cuidado! —gritó Ezequiel cuando unos elfos trataban de llegar a la joven por detrás.

—No olviden que sigo siendo una Muerte —replicó ondeando su guadaña uniéndose a la pelea, protegiendo a Elrick y a Neizan—. Un pequeño dolor como este no va a detenerme.

Mientras tanto, Hiram se enfrentaba a unos cuantos elfos cuando tuvo que esquivar el ataque de Izan, quien disparaba indiscriminadamente con su M134 Minigun.

—No deberían de protegerla y lo saben, podríamos compartirla. Ustedes se verían beneficiados, una vez tomen su sangre podrán caminar bajo el sol sin siquiera usar aquel amuleto.

—No nos importa —menciona el mediano apuntando la espada—. Además, nos gusta este amuleto, fue un regalo que ella nos dio.

—¿Desperdiciar una oportunidad así por ese estúpido sentimentalismo?

—Ese estúpido sentimentalismo como tú le llamas es quien te protegió a ti y a Jaziel, aun a costa de desobedecer a nuestro padre, cuando sabes perfectamente que él no aceptaba a quienes ya habían sido desterrados. Ella te aceptó, le ayudó a tu madre a criarte como a uno más de nosotros, porque simplemente somos familia.

—Por eso siempre le voy a estar agradecido. Ella era nuestro ángel, y ese maldito que se hace llamar Dios nos la quitó —su voz salió torva por la rabia.

Hiram bufó sonriendo. —¿Quién es el que está siendo sentimental ahora?

—¿Cómo es que ustedes no están enojados con Él y lo aceptaron de vuelta? Siendo que ella era su madre.

—Así es, era nuestra madre, una gran mujer que incluso en su lecho de muerte jamás culpó a Dios, aun y con todas las cosas por la que pasamos.

Lamec chocó su arma con la de su hijo quedando cerca. —Amiel. ¿Acaso crees que ustedes pueden ser perdonados por Dios? ¿Aun después de que hicieran un trato con el mayor de sus enemigos?

—Por supuesto que no —empujó haciéndole retroceder—. Sabemos perfectamente que estamos condenados, especialmente porque no nos arrepentimos de haberlo hecho.

—Oh. ¿Y por qué lo hiciste con tu Estrellita? —Amiel se sobresaltó un poco ante el comentario del mayor— Dime, ¿cómo crees que reaccione cuando sepa la verdadera razón por la que la salvaste aquel día?

—No te atrevas —mencionó chocando las armas tratando de empujarlo.

—Cuando nos lo dijiste nos sorprendimos —sin embargo, Lamec no se movía—. Yo estaba convencido de que al final la tomarías, pero me decepcionaste, te enamoraste y la protegías. Definitivamente Dios te está castigando —agregó el mayor con burla.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora