Capítulo 68: Quiero vivir

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—¿Qué pasará conmigo? —Nirelle se vio angustiada apretando el centro de su ropa por la incertidumbre de su futuro.

—No puedes simplemente salir y ya —responde el Encadenador sin ocultar su enfado—. Si fueras algo normal te dejaríamos a tu suerte, sin embargo, por tu relación con él no es posible hacerlo.

—Ismerai —Esteban se muestra enojado por la forma en que el ser se dirige a su compañera, con tono de desprecio y por mencionar el asunto que está prohibido.

—¿Están diciendo que no me dejarán salir? —se aferra a los barrotes— ¿Y mi familia? ¿No voy a regresar con Amiel? —las lágrimas de la joven salen sin remedio.

—Estamos haciendo lo posible para que salgas.

—¡Es lo que te mereces, malnacida! —gritó con burla el hombre de la celda de enfrente— Por tu culpa estoy en esta pocilga. Deberían hacerte sufrir eternamente.

—Cierra la boca antes de que tú seas a quien se le suba la condena —replica Ezequiel encendiendo sus ojos al igual que Esteban.

El alma en encerrada suelta su risilla cínica y expresa basilon. —Uy, lo siento mucho— se da la vuelta yéndose a sentar al fondo.

Esteban ofreciendo una sonrisa para calmar a la chica, quien seca sus lágrimas y muestra una sonrisa también. —Nirelle, no te preocupes, nosotros haremos todo lo que esté en nuestras manos.

Ella asiente para así ambas Muertes despedirse, dejando a la chica una manta y advirtiendo a Ismerai que debía cuidarla celosamente, ambos salieron rumbo a una sala en cuyo interior una mesa grande y ovalada está con catorce asientos, nueve son de los jefes mayores de las Muertes y los otros cinco pertenecen cada uno a un diferente ser. Patrick, el jefe de los enanos; Lórien, jefe de los Elfos; Aaron, jefe de los demonios; Gael, jefe de los Encadenadores; y Azael, un Ángel. Todos estaban reunidos, sólo Esteban y Ezequiel faltaban y ya habían llegado tomando sus lugares, pedían que la joven fuera sacada del calabozo.

—De ninguna manera —niega Gael refunfuñoso—. Es peligroso. Dejarla andar por ahí sin forma de defenderse por sí misma y con el legado que tiene, es una insensatez.

—No estoy pidiendo que la suelten a su suerte —defiende Esteban con firmeza—. Sólo no dejarla en ese lugar, ella ha entregado su existencia al servicio de Dios, no es justo que sea tratada de esa manera, además, si la dejan regresar a la Tierra los Antediluvianos la protegerán con sus vidas.

—O podrían aprovecharse y tomar su sangre —cuestionan con preocupación.

—Ninguno de ellos lo ha hecho, ni siquiera su ahora marido a pesar que sabe la verdad. Él mismo ha protegido eso. Si no quieren que esté con ellos al menos déjenla a cargo de las Muertes.

—Saben que no podemos arriesgarnos —dice el ángel entrelazando las manos—. Ahora mismo el lugar más seguro para ella está en esa celda.

—¿Junto a todas las almas que ella mando ahí? —pregunta Ezequiel.

—Es irónico, pero sí.

La junta procedía en círculos con seis de las Muertes y el enano alegando la liberación de la joven y con los otros siete seres a favor de mantenerla en el calabozo, ninguno cedía ante el otro, fue entonces que en el interior del edificio se escuchó un ruido procedente del exterior, ruido que también pudo oírse en el interior de aquella mazmorra y haciendo a todos preguntarse qué es lo que sucede.

—Entonces... —Nirelle trataba de tener una conversación con el que la vigilaba— ¿Conociste a mi padre?

Él asintió sin emitir palabra, mira arriba entrecerrando los ojos por el reciente temblor.

Soy la Muerte [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora