Prólogo

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 Asumido en una compasión ridículamente absurda, porque no era de esos que les gustaba regodearse en la miseria, se tomó el contenido de la copa que había rellenado por enésima vez, si era posible de que no hubiera perdido la cuenta de las veces que estaba bebiendo. Estaba tan achispado que no se enteró de que el mayordomo le había anunciado una visita y que esta lo miraba con evidente molestia.

¿No le había dicho que no quería recibir alguna? Según él desde hacía unos días no recibía ninguna, ¿por qué iba a ser diferente hoy?

Bah, ¿qué importaba?

Esperaba que con su aspecto desaliñado espantara tal visita. Pero no se fue como se imaginó que haría. Oyó sus pasos desde el sofá, donde estaba sentado, con la cabeza apoyada en el respaldo y mirando las sinuosas curvas de los angelitos que adornaban su techo. Felices, burlándose de su desdicha, resultado de sus acciones.

— Ver para creer — esa voz femenina no era la que hubiera deseado oír —. ¿Tan fácil se ha rendido?

— Si quiero que me regañe, ya tengo a mi tía, gracias — respondió con la misma burla que ella había empleado en dirigirse hacia él —. No estoy de humor para recibirla.

— Eso no hace falta que lo diga. Además, no estoy aquí por usted.

Florence Savage tenía uñas y no dudaba en desgarrarle.

— Pues váyase. No la necesito.

— ¡Estúpido y mimado! — le arrebató su copa que contenía un hilo de licor y él frunció el ceño al verse sin su bebida —. ¿Llora porque le ha dicho su dulce damisela que no?

Edward frunció los labios y le envío una mirada de advertencia, que ella ignoró deliberadamente.

— Tengo mis motivos para sentirme así – un tiro en el pie no era fácil de olvidar como su corazón marchito.

— ¿Como un perro vapuleado que babea por una caricia de su ama que nunca va a llegar? Esperaba más de usted, y no el esperpento que tengo delante de mí.

No supo lo que le impulsó, pero no fue una acción que en condiciones normales hubiera aplaudido o se hubiera sentido orgulloso de sí mismo. Se levantó, haciendo un gran esfuerzo para mantener el equilibrio. Sus burlas lo habían encendido.

— Sigo siendo el mismo.

— Pues demuéstramelo y no ve llorando como un bebé por las esquinas. Me dijo que los separaría, y a la menor caída, ya se ha rendido.

Sus ojos se burlaban al igual que sus palabras que pronunciaba. Eran cuchilladas que escocían.

— No me hubiera provocado – le dijo con los ojos enrojecidos.

La mujer abrió la boca pero él se encargó de cerrarla con un beso que fue inesperado para los dos, pero que los llevó a la locura de la desesperación, a ese punto que no había retorno. Tanto era el delirio que ninguno de los dos pudieron pararlo, cegados por una pasión acuciante que los introdujo al amargor de la insatisfacción porque para ellos lo que estaba sucediendo y sintiendo era el sucedáneo de lo que había deseado con aquellos que realmente amaban en silencio.

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora