Capítulo 2 (Parte 1)

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La señorita Ramsey, que era la dueña y la administradora de la agencia de empleo cerca de donde vivía Elsa, siempre la había tratado con cierta altivez y condescendencia. Su voz nasal siempre arrastraba las palabras como si se aburriera. ¿Cómo podía demostrar la señorita Arendelle que sería una dama de compañía competente o una vendedora o una buena fregona o cualquier otra cosa? Sin alguien que la recomendara no había ninguna manera de que la señorita Ramsey fuera a jugarse su reputación enviándola a que la entrevistara un posible patrón.

—¿Pero cómo pueden recomendarme hasta que tenga algo de experiencia? —le había preguntado Elsa una vez—. ¿Y cómo puedo adquirir experiencia si nadie se arriesga conmigo?

—¿Conoce a algún médico que pudiera hablar por usted? —le había insistido la señorita Ramsey—. ¿A algún abogado? ¿A algún clérigo?

Elsa había pensado en Frederick y sintió una punzada de dolor. Frederick la recomendaría. Se había mostrado dispuesto a que abriese una escuela de pueblo con su hermana. Se había mostrado dispuesto a casarse con ella. Pero estaba muy lejos, en Wiltshire. Además, ya no querría casarse con ella ni contratarla ni recomendarla para un empleo, no después de lo que había ocurrido allí y después de que huyese.

—No —había respondido Elsa.

Fue la mera desesperación la que la condujo a volver a la agencia cinco días después de hacerse prostituta. Al abrir la puerta y entrar no tenía ninguna esperanza real. Pero sabía que esa noche tendría que volver al teatro Drury Lane o a cualquier otro lugar donde se congregasen caballeros elegantes en busca de placer nocturno. Se le había acabado el dinero.

El sangrado había cesado y el dolor había desaparecido. Pero el asco y el terror ante lo que le habían hecho a su cuerpo habían crecido a pasos agigantados, de modo que tenía náuseas casi todo el tiempo. Se preguntaba si algún día llegaría a acostumbrarse a la vida de puta, si algún día sería capaz de tratar su trabajo sencillamente como lo que era. Pensaba que probablemente habría sido mejor que hubiese salido la noche después de la primera, aunque le doliese y todo lo demás, y que no hubiese permitido que el terror se afianzara en su interior.

—¿Tiene algún empleo adecuado para mí, señora? —le preguntó a la señorita Ramsey en voz baja, con la mirada fija y tranquila. Había vivido una infancia y una juventud difíciles que la habían preparado para no mostrar ningún atisbo del dolor y la degradación que pudiera estar experimentando.

La señorita Ramsey levantó la vista adoptando una expresión de impaciencia y parecía estar a punto de darle la réplica habitual, pero la miró con mayor detenimiento y frunció el ceño. A continuación se ajustó las gafas sobre la nariz y sonrió condescendiente:

—Bueno señorita Arendelle, hay un caballero en la habitación de al lado que está haciendo entrevistas para el puesto de institutriz de la hija de su señor. Puede que quiera hacerle unas cuantas preguntas, aunque usted jovencita no tiene cartas de recomendación, y no conoce a nadie influyente. Espere aquí, por favor.

Elsa juntó las manos con fuerza, hundiendo las uñas en las palmas. Estaba sin aliento, como si hubiera corrido dos kilómetros. ¡Hacer de institutriz! No, no, no. No debía empezar ni siquiera a albergar esperanzas. Probablemente el hombre no querría ni verla.

—Pase por aquí, por favor, señorita Arendelle —indicó la señorita Ramsey con tono de eficiencia desde la entrada de la habitación de al lado—. El señor Bjorgman la recibirá.

Elsa era muy consciente de su vestido arrugado, la capa deslucida, y de que no llevaba sombrero. Iba vestida con la ropa que llevaba desde hacía más de un mes, cuando había tenido que huir. Era consciente de lo poco atractivo que llevaba el cabello, de las ojeras que tenía, de los labios partidos. Tragó saliva y entró en la habitación. La señorita Ramsey cerró la puerta sin hacer ruido detrás de ella.

La perla secreta (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora