El duque de Ridgeway vio que se marchaba y se mantuvo impasible para no llamar la atención de los lacayos de la entrada.
¿Era de él de quien huía? Pero aun así, aunque había notado que se estremecía cuando la había tocado, Elsa había luchado contra la repulsión que le provocaba y la había controlado al igual que cuando bailaron. ¿Se había temido que le propondría llevarla a su habitación o a la de él?
Pero no, tenía que saber que no tenía pensado seducirla, que estaba profundamente preocupado por ella.
¿Cuál era aquel terror desconocido que había provocado que primero saliera huyendo de la casa y luego volviera a entrar en ella?
Se sentía muy responsable de ella, al igual que de todos los criados y todos lo que estaban bajo su cuidado. Pero más en el caso de ella. Era el responsable de haberle cambiado la vida de manera irrevocable, y de un modo que la aterrorizaría para siempre.
No la había besado ni acariciado. Se había limitado a sentarse y le había ordenado que se quitara la ropa, y se había dedicado a observar cada uno de sus movimientos. Y le había ordenado que se echara mientras se desnudaba delante de ella. Mientras la vela ardía todavía en el aplique de la pared, la había colocado en la posición que había deseado, la posición en la que podía demostrar cómo la dominaba a ella y a todas las mujeres, y luego había demostrado su dominio sin sutileza ni amabilidad.
Pero la había llevado a aquella posada deseando consolarse con la compasión y la calidez femenina. El silencio y el autocontrol de Elsa le habían encendido y enfadado. Había deseado que ella le llegara como nadie le había llegado desde hacía demasiados años, y ella lo había mirado aceptando lo que debía hacer para ganarse la vida.
El duque maldijo en voz baja y volvió a unirse a su esposa y sus invitados en el salón. Y se puso a mirar con curiosidad a Lord Brockehurst, que estaba conversando tranquila y amistosamente con un grupo pequeño. El duque se unió al grupo.
—Sí, está durmiendo —le aseguró a Lady Mayberry, que le preguntó por Arianna.
Pasó una hora antes de encontrarse casi a solas con Lord Brockehurst, y sin saber si había sido él o el otro hombre quien había provocado el encuentro.
—Tiene una buena hija, Su Excelencia —comentó Lord Brockehurst sonriendo.
—Sí, así es —contestó el duque—. Mi esposa y yo la queremos mucho.
—La idea del matrimonio resulta atractiva cuando uno piensa tener una familia con niños tan hermosos como la suya —añadió Lord Brockehurst.
—Sí, claro. ¿Está usted prometido?
—No, todavía no —respondió Lord Brockehurst riéndose—. Claro que tener niños supone una preocupación y la responsabilidad de darles lo mejor. ¿Cómo se escoge a una buena institutriz o profesora, por ejemplo? Su institutriz parece una dama joven y tranquila. ¿Lleva mucho tiempo con ustedes?
—De hecho la contratamos hace poco. Estamos satisfechos con su trabajo.
—Debe de ser agotador comprobar las referencias de esos empleados —comentó Lord Brockehurst—, para asegurarse de que a uno no le engañan en ningún sentido.
—Puede ser. Pongo a un secretario contratado para tal propósito. ¿Conoce a la señorita Arendelle?
—Ah, no, no, aunque el nombre me resulta familiar. Y la cara un poco también, ahora que lo menciona. Creo que conozco a su familia. Me parece que me la presentaron una vez.
—Ah, veo que la señorita Dobbin va a tocar el pianoforte. Me acercaré. ¿Me disculpa, Brockehurst?
El duque atravesó la habitación para sentarse detrás de la señorita Dobbin, pensando que la agitación de Elsa era provocada por Brockehurst. Y el hombre se mostraba muy hermético respecto a la conexión que compartían como la propia Elsa.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomansaElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...