El duque de Ridgeway besó a su hija y al cachorro cuando la niña lo levantó.
—¿No tienes clases esta mañana, Arianna? —le preguntó—. ¿Quizás tienes fiesta porque está lloviendo?
Ella se rio.
—Voy a decirle a la señorita Arendelle que me lleve a la galería alargada a jugar con las cuerdas otra vez —anunció—, y a mirar a la señora morena del cuadro que es como yo.
—Inténtalo —sugirió Su Excelencia—. Es más probable que tú consigas lo que quieres.
—La señorita Arendelle debió de acostarse muy tarde —comentó la señora Fairygod mostrando su desaprobación—. Todavía no ha salido de su habitación esta mañana, Su Excelencia.
El duque frunció el ceño.
—¿Y nadie ha ido a despertarla?
—He llamado a la puerta hace media hora, Su Excelencia. Pero despertar a la institutriz no es tarea mía.
—Hágalo ahora como un favor que le pido. Arianna, ¿quién ha dicho que Pequeñita puede arrastrar la manta por el suelo?
Su hija volvió a reírse.
—La tata ha dicho que podía porque es vieja —respondió—. Mira, papá. —Y tiró de un extremo de la manta mientras el cachorro tiraba del otro, gruñendo de la excitación. Lady Arianna se rio.
La señora Fairygod volvió afanosamente al cuarto de juegos un par de minutos más tarde.
—La señorita Arendelle no está en su habitación, Su Excelencia. Y la cama esta hecha, aunque ninguna doncella ha entrado en ella esta mañana.
El duque miró por la ventana y en dirección a la lluvia en el exterior.
—Debe de haberse retrasado en el piso de abajo —opinó.
Unos minutos más tarde, la consternación se adueñó de la cocina cuando el propio duque entró procedente de las escaleras de servicio. Le informaron de que la señora Potts estaba ocupada con las cuentas de la casa en la oficina que quedaba junto a su salón.
—Pero la señorita Arendelle no ha bajado a desayunar esta mañana, Su Excelencia —respondió el ama en respuesta a su pregunta. Se había puesto en pie al entrar él—. He dado por hecho que estaba comiendo en el cuarto de juegos con Lady Arianna. A veces lo hace.
—Venga conmigo, señora Potts, por favor —le pidió el duque, y se dirigió hacia las escaleras de servicio pasando por el piano nobile y hasta la planta del cuarto de juegos.
Llamó a la puerta de Elsa antes de abrirla y entró.
—¿Ha venido alguna doncella a esta habitación esta mañana? —preguntó.
—Lo dudo mucho, Su Excelencia —contestó el ama de llaves.
No había cepillos en el tocador. Ni horquillas ni perfumes ni ninguno de los otros objetos que siempre abarrotaban el vestidor de su esposa. Cruzó la habitación hasta el armario y abrió la puerta. Había un traje de montar nuevo de color verde jade colgando en su interior, y un vestido de seda azul descolorido y arrugado. El duque tocó éste último durante unos instantes.
—Se ha marchado —dijo.
—¿Marchado, Su Excelencia? —La señora Potts abrió un cajón del tocador. Estaba vacío—. ¿Dónde podría haber ido? ¿Y por qué?
—Estúpida mujer —murmuró el duque, cerrando de la puerta del armario y quedándose frente a él—. ¿Adónde ha ido? Buena pregunta. ¿Y cómo se ha marchado de aquí? ¿A pie? Tardaría casi toda la noche en llegar a Wollaston.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...