El carruaje del señor Dunbroch pasó a buscar a Elsa en cuanto empezó a anochecer. Elsa miró con pesar el vestido de muselina azul que llevaba, ya que deseaba tener algo más para ponerse. Pero no dejaría que nada le estropeara la noche. Había decidido que disfrutaría, sobre todo después de su charla con Hans. Si no hubiese tenido que cumplir con aquella invitación se habría visto obligada a pasar la noche con él. Claro que quedaba el día siguiente por la noche y la noche siguiente, pero ya pensaría en ello cuando llegase el momento.
Sir Cecil Hayward, un caballero que Elsa recordaba haber visto en el baile, no sabía hablar de otra cosa que no fuera lo relacionado con los caballos, los sabuesos y la caza. Pero tanto la señorita Dunbroch como su hermano eran animados conversadores, y Elsa disfrutó mucho durante la cena.
Nunca en su vida había ido al teatro, lo cual le resultó muy divertido al señor Dunbroch.
—¿Nunca ha ido al teatro, señorita Arendelle? ¡Increíble! —exclamo él—. ¿Cómo sobrevivirían los Shakespeare de nuestro mundo si toda la gente fuese como usted?
—Pero no digo que no haya ido porque no me interesara, señor —se rió ella, recordando una ocasión en la que realmente había estado cerca de un teatro.
—Esto será como sacar a los niños, Merida —comentó el señor Dunbroch, sonriendo a su hermana—. Supongo que la señorita Arendelle estará emocionada y se dedicará a dar saltos de entusiasmo.
—Al menos prometo no gritar y chillar —bromeó Elsa.
—Ah, bueno, entonces supongo que podemos seguir adelante. ¿Está dispuesto a prescindir del oporto esta noche, Hayward?
El teatro era mucho más pequeño de lo que Elsa había esperado, y la relación entre el público y los actores muy íntima. El público silbó a un cantante un poco desafinado, chiflaba cada vez que aparecía una actriz con un busto particularmente atractivo, animaba al villano, abucheaba al héroe cuando se portaba mal con un amor no deseado, y aplaudió y silbó insistentemente en la escena de amor final.
Elsa disfrutó cada instante de la experiencia, tanto de la acción como del público.
—Son todos unos cernícalos —le susurró el señor Dunbroch al oído—. No han venido para que los entretengan, sino para entretenerse a sí mismos. Claro que hay que admitir que hay actores mejores en este país. Espero que esta experiencia no le haga repudiar permanentemente el teatro, señorita Arendelle.
—Por supuesto que no. Ha sido una noche encantadora.
La señorita Dunbroch no parecía estar de acuerdo. El calor y el ruido constante del teatro le habían provocado dolor de cabeza. Así que después de dejar a Sir Cecil en su casa, cerca de Wollaston, el carruaje llevó a la señorita Dunbroch a casa antes de continuar hasta Willoughby Hall. El señor Dunbroch insistió en acompañar a Elsa hasta allí al tratarse de una hora avanzada de la noche.
—¿No le ha molestado a Jack que me la llevara de su casa una noche entera? —le preguntó a la institutriz.
—Me ha dicho que podía aceptar la invitación.
—Algunas personas parecen pensar que sus empleados son sus posesiones personales y que no tienen derecho a tener tiempo libre —comentó el señor Dunbroch—, ya no digamos, Dios quiera que no, cierta vida social. Aunque tendría que haber sabido que Jack se mostraría más inteligente a ese respecto. Nunca he conocido a nadie que haya logrado llevarse a ninguno de sus criados, aunque conozco a algunos que lo han intentando. Según parece él los trata más como familiares que como empleados.
—Siempre es amable —comentó Elsa.
—Se produjo un regocijo generalizado en este parte del mundo cuando volvió a casa de manera tan inesperada, después de un año en el que se creyó que estaba muerto —explicó él—. Aster debió de ser el único que se quedó decepcionado al descubrir que ya no era duque.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
Storie d'amoreElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...