Capítulo 4 (Parte 1)

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La vida de Elsa no resultó en absoluto difícil durante las primeras dos semanas que pasó en Willoughby. Le habían dicho que siguiese las órdenes de la señora Fairygod, y al parecer la señora Fairygod no estaba más de acuerdo con dar clases a la niña que estaba a su cargo que la duquesa. La nueva institutriz era afortunada si le concedían una hora por la mañana y otra por la tarde con su alumna.

Estaba un tanto inquieta y puede que incluso un poco preocupada porque la despidieran, porque era una criada poco útil, o porque el duque y el señor Bjorgman llegaran a casa y descubrieran que al fin y al cabo no se estaba ganando el sueldo. Pero intentó seguir el consejo de la señora Potts, que le recomendó que se tranquilizase y que pusiese buena cara, y que le aseguró que cuando el duque llegara finalmente a casa —y estaba segura de que lo haría cuando se enterase de la fiesta que había organizado la duquesa— todo se arreglaría.

Mientras tanto, Elsa se familiarizó con su nuevo hogar y empezó a acomodarse en él. Pasó largas horas de tranquilidad y paz en las que tuvo oportunidad de dejar que los viejos miedos se disiparan y las viejas heridas se curaran. A veces pasaba un día entero sin sentir la antigua necesidad de mirar ansiosa por encima del hombro por si hubiese alguien que la persiguiera. Y a veces podía dormir una noche entera sin ver el rostro duro y cubierto por una cicatriz inclinándose sobre ella y diciéndole lo que era mientras la convertía precisamente en eso.

Comía con mucho apetito y había ganado parte del peso que había perdido. Parecía tener el cabello más abundante y brillante. Las marcas más acusadas de las ojeras habían desaparecido. Tenía color en las mejillas. Energía en los músculos. Empezaba a sentirse joven otra vez.

Durante esas dos semanas, la señora Potts encontró tiempo para pasear por gran parte del enorme parque con ella. Y Elsa siempre aprendía más cosas del nuevo hogar y la familia para la que trabajaba a partir de la conversación tranquila del ama de llaves.

—Lo diseñaron hace años para que pareciese una belleza natural —comentó la señora Potts en el parque—. El lago se excavó, se crearon las cascadas y se plantó cada árbol para ofrecer una perspectiva agradable desde casi cada mirador. Me resulta un poco ridículo, señorita Arendelle, considerando que la naturaleza funciona muy bien por su cuenta sin la ayuda de hombres que hacen fortuna del diseño de jardines para los ricos. Yo preferiría jardines sencillos, con una buena cantidad de flores. Pero eso es sólo mi opinión. Y nadie me la ha pedido nunca.

A Elsa le encantaba el parque, su césped ondulante y aparentemente inacabable y sus arboledas. Le encantaban los paseos serpenteantes y los templos de piedra y otros caprichos. Sentía que podía pasearse por allí eternamente y no cansarse nunca de las vistas o de la sensación de paz que le proporcionaban.

La señora Potts le había explicado que Su Excelencia el duque había luchado con el ejército inglés en España y en la Batalla de Waterloo, aunque era el heredero del duque fallecido, y que ya había heredado el título cuando se marchó a Bélgica.

—Nunca eludió ninguna responsabilidad —le contó el alma de llaves—. Claro que hubo algunos que dijeron que su deber era quedarse aquí sano y salvo para asumir sus responsabilidades. Pero se fue.

—Y volvió sano y salvo —añadió Elsa.

La señora Potts suspiró.

—Fue una época terrible. Estaba tan contento antes de volver a luchar otra vez, cuando aquel monstruo escapó de Elba. Se acababa de prometer con Su Excelencia la duquesa, que en aquella época era la Honorable Señorita Toothie Desford, y era muy feliz. Habían sido el uno para el otro durante años, pero sólo durante esos meses estuvo totalmente dedicado a ella.

—Pero volvió a ella, todo terminó felizmente.

—Pensábamos que había muerto —explicó la señora Potts—. Nos llegó la noticia de que lo habían matado en la batalla, y su criado volvió a casa destrozado; había pasado años con Su Excelencia. No me gusta recordar esa época, señorita Arendelle. Primero el viejo duque y luego nuestro muchacho. ¡El muchacho! —se rió—. Oiga, la verdad es que ya tiene más de treinta años.

La perla secreta (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora