Lord Brockehurst sacó su tarjeta para que la entregaran en una de las habitaciones del Pulteney Hotel y se paseó impaciente arriba y abajo por el vestíbulo.
Sabía que había sido cuestión de suerte, aunque el policía le hubiera informado de los detalles el día anterior hinchado de orgullo y dándose importancia, como si lo hubiese averiguado todo gracias a sus espléndidas habilidades policiales.
La lista de invitados a Willoughby Hall había resultado decepcionante. Sólo conocía vagamente a una o dos personas. Siendo realistas, no habría tenido ninguna posibilidad de establecer una amistad lo bastante estrecha con ninguno de los dos como para hacerse invitar a la casa. Además, todos excepto una pareja, a los que no conocía de nada, se habían marchado ya de Londres.
Tendría que hacer las cosas del modo en que no quería hacerlas. Tendría que ir a Dorsetshire en calidad de juez de paz para arrestar a Isabella y llevarla a casa para que la juzgaran. No quería forzar tanto las cosas. No quería que se redujeran sus opciones.
Maldita sea, no quería ver ese cuello encantador rodeado por una soga.
Pero tan sólo un día después de entregarle la lista y afirmar que Lord Aster Frost no se encontraba en ningún lugar de Gran Bretaña, y después de haber cobrado, Black había vuelto corriendo, dándose importancia como un pavo real, para anunciar que su señoría había atracado en tierra inglesa aquella mañana procedente de un barco de la Compañía de las Indias Orientales.
—Por supuesto, señor —le había dicho—. Sé por experiencia que cuando la nobleza desaparece de nuestras costas, a menudo es para emplearse en una de las compañías. Entenderá que resultó fácil hacer las preguntas, pero costó tiempo. ¿Qué podría haber sido mejor que descubrir no sólo que su señoría se había marchado a la India sino también que volvía otra vez? —Y Black había tosido ufano.
Lord Brockehurst sentía que había pagado al hombre con mayor generosidad de lo que debía. Vivir en la ciudad resultaba condenadamente caro.
Un empleado del hotel hizo una reverencia ante él y le informó de que Lord Aster Frost lo recibiría en su suite. Lord Brockehurst se dirigió a la escalera.
Lord Aster Frost era unos pocos años más joven que él. Nunca habían sido muy buenos amigos, solamente se conocían y mantenían una relación cordial por haber frecuentado los mismos antros de juego y tabernas muchos años atrás.
Lord Aster estaba en su salón vestido con una larga bata de brocado cuando un criado hizo pasar a Lord Brockehurst, quien se percató de que se había vuelto más atractivo al pasar la primera juventud: estaba bronceado y esbelto, tenía el pelo oscuro y era un poco más alto que la media.
—¡Andersen! —exclamó, alargando la mano derecha. Los dientes muy blancos contrastaban con su rostro bronceado por el sol—. Casi no lo reconozco por el título que pone en su tarjeta. Su padre falleció, ¿no es así?
—Hace cinco años —contestó Lord Brockehurst—. Tiene buen aspecto, Frost.
—Nunca me había sentido mejor. Pensé que nadie sabría que había vuelto. Pensé que hoy tendría que dedicarme a recorrer todos los clubes y dejar mi tarjeta en cada puerta de Mayfair. Qué sorpresa más agradable.
—Me he enterado por casualidad. Lleva mucho tiempo fuera, ¿verdad, Frost?
—Pues más de cinco años —respondió el otro—. Desde el descalabro por el ducado. Me marché con el rabo entre las piernas. Estoy seguro de que se enteró.
—Sí. —Lord Brockehurst tosió delicadamente—. Un asunto desagradable, Frost. Tiene mi apoyo.
Lord Aster se encogió de hombros.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...